“Creo en las primeras impresiones”, dijo mi guía, Matt, y me pidió que no me diera vuelta todavía.
BBC NEWS MUNDO
La familia que desde hace 70 años esculpe un monumento a los indígenas norteamericanos más grande que el de los presidentes estadounidenses del Monte Rushmore
Restos de nieve mezclados con tierra salpicaban el borde de la carretera mientras conducíamos por la ruta serpenteante a través de los verdes bosques del suroeste de Dakota del Sur. El frío me caló los huesos cuando llegábamos a la cima, al salir de la camioneta y pisar el barro que se deslizaba bajo nuestros pies.
“Bien” -dijo al cabo-. “Ahora puedes mirar”.
Me volví y elevé la mirada a la escultura de 26,6 metros del líder de los indígenas lakota del siglo XIX Crazy Horse (“Caballo Loco”), que emerge de la ladera de granito de la montaña.
Su mirada se extendía más allá de donde yo estaba -sobre el saliente que algún día se convertiría en su brazo- y sobre las escarpadas montañas conocidas como los Black Hills o Colinas Negras.
Dos monumentos
Es en esas colinas donde se encuentran dos impresionantes monumentos a los grandes hombres de la historia de Estados Unidos: el monumento nacional de Monte Rushmore y el de Crazy Horse, ubicado a 27 kms de distancia.
Ambos permanecen inacabados, pero sólo uno está por completarse.
Cuando Korczak Ziolkowski llegó por primera vez a Dakota del Sur en 1939 para ayudar a tallar el Monte Rushmore, no tenía ni idea de que el legado de su familia se desplegaría, de hecho, a unos pocos kilómetros de distancia.
Durante años, el jefe de los lakotas, Henry Standing Bear, había soñado con un monumento a los aborígenes estadounidenses erigido en las Colinas Negras, tierra que los lakota consideraban sagrada e injustamente arrebatada.
Cuando los trabajadores comenzaron a esculpir el Monte Rushmore en 1927, estimuló a los ancianos lakotas a crear una escultura propia en las montañas.
“Mis compañeros jefes y yo querríamos que el hombre blanco supiera que el hombre rojo también tiene grandes héroes”, le escribió Standing Bear a Ziolkowski a fines de la década de 1940.
Caballo Loco
El héroe que Standing Bear tenía en mente a su primo Caballo Loco, el líder de la tribu oglala lakota, que había luchado en la Gran Guerra Sioux contra el gobierno estadounidense por la propiedad de las Colinas Negras.
Caballo Loco había ayudado a derrotar al ejército estadounidense liderado por George Custer y su caballería en 1876 en la batalla de Little Bighorn, en el sur de Montana, que pasó a la historia como la última batalla de Custer.
Aunque el proyecto le interesó a Ziolkowski, no se comprometió de inmediato. Regresó a su casa en Connecticut antes de ofrecerse voluntariamente para servir en la Segunda Guerra Mundial.
Pero cuando terminó la guerra, Ziolkowski rechazó ofertas para construir monumentos de guerra en Europa, y regresó a las Colinas Negras el 3 de mayo de 1947 para comenzar lo que sería su última escultura: la de Caballo Loco.
Hasta el momento, sólo su rostro se ha materializado completamente, pero cuando se haya completado, la gigantesca escultura representará a Caballo Loco, su pelo al viento, montado en su caballo y apuntando a sus tierras.
De 171 metros de altura, será la mayor escultura en una montaña en el mundo. En comparación, las cabezas del Monte Rushmore tiene cada una 18 metros de altura.
Menos visitantes
El Crazy Horse Memorial recibe aproximadamente un tercio de los visitantes que el Monte Rushmore cada año.
Parte de la disparidad probablemente se debe al costo de admisión: US$28 por auto, en lugar de los US$10 de estacionamiento en Monte Rushmore.
Para evitar el destino del Monte Rushmore, que nunca se terminó después de que se agotó el financiamiento gubernamental, Ziolkowski decidió que el Monumento a Caballo Loco sería financiado privadamente por boletos de entrada y donaciones.
Más de una persona con la que había hablado en el camino desde California, se sorprendió al enterarse de la existencia del enorme monumento. Me desconcertaba que algo tan inmenso pudiera seguir siendo un secreto.
“(Korczak) decidió que si iba a dar su vida haciendo esto, pues bien podría hacerlo en grande”, explicó Mike Morgan, vicepresidente de medios de comunicación, mercadeo y relaciones públicas de la Fundación del Monumento, y un veterano con 40 años del proyecto.
Con su propia vida
Pero el concepto de “grande” en el Monumento a Caballo Loco va mucho más allá del tamaño de la escultura. Se extiende a la visión que Ziolkowski tenía desde el principio.
El complejo en constante expansión alberga el Museo Indígena de América del Norte, el Centro Educativo y Cultural Nativo-Americano y la Universidad Indígena de Norteamérica.
“La montaña, dijo papá, era la parte más pequeña de todo el proyecto”, comentó la hija más joven de Ziolkowski, Monique, en una entrevista televisada el año pasado.
Ziolkowski dio su vida por la montaña, fracturándose huesos, sufriendo numerosas cirugías de espalda y múltiples ataques cardíacos. Permaneció a cargo hasta su muerte en 1982. Nunca vio el rostro de Caballo Loco emerger de la roca.
Algunos se preguntaban si su muerte marcaría el final del monumento, pero su esposa, Ruth Ziolkowski, tomó el mando.
Bajo su liderazgo, el foco fue completar la cara de la escultura para conmemorar el 50 aniversario del inicio de la obra. Su plan tuvo éxito; el rostro fue develado en 1998.
Todos los 10 hijos de Ziolkowski trabajaron en el monumento en su juventud: las mujeres ayudaron a su madre en el complejo de visitantes, mientras que los varones trabajaban en la montaña con su padre.
Siete hicieron del monumento su profesión, y hoy, una tercera generación mantiene el legado familiar.
Después de descender del monumento, me detuve en el estacionamiento y di una última y larga mirada a la escultura.
Imaginé a un joven Ziolkowski examinando la montaña junto a Standing Bear. Me lo imaginaba subiendo las 741 escaleras que había construido en lo alto de la montaña en ese primer año, con sus hijos y nietos siguiéndolo de cerca.
“Este lugar desafía las explicaciones“, dijo Morgan. “La gente que trabaja en Caballo Loco (…) está interesada en estar involucrados con algo que es más grande que ellos mismos”.
Hacia el final de nuestra conversación, la voz de Morgan adoptó un toque más nostálgico.
“No creo que vaya a verlo terminado”, dijo, deteniéndose por un momento como para dejar que las palabras se aclararan.
“Pero quizás sí”.