Hemeroteca

El <em>Che</em> en Guatemala: génesis de una leyenda

La estancia de 9 meses en Guatemala fue crucial para que Ernesto Guevara decidiera convertirse en revolucionario y guerrillero. Así comenzó el camino que lo convertiría en legendario.

Ernesto Che Guevara y su esposa Hilda Gadea en 1955.(Foto: Hemeroteca PL)

Ernesto Che Guevara y su esposa Hilda Gadea en 1955.(Foto: Hemeroteca PL)

“Este es un país donde uno puede dilatar los pulmones y henchirlos de democracia. No te diré que es un país que respire abundancia ni mucho menos, pero hay posibilidades de trabajar honradamente y si consigo salvar cierto burocratismo un poco incómodo, me voy a quedar un tiempo aquí”.

Con estas palabras, Ernesto Guevara de la Serna explica en enero de 1954, en una carta, a su tía Beatriz su opinión sobre Guatemala, el país que sería su residencia durante nueve meses.

Unos días antes, el 23 de diciembre de 1953, tras visitar Perú, Bolivia, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, dos jóvenes argentinos de apenas 25 años entran en territorio guatemalteco. En sus bolsas cargan escasas pertenencias, pero sus corazones están repletos de una gran ilusión por conocer el único país que ha emprendido una Reforma Agraria y se ha atrevido a expropiar a la United Fruit Company.

Ernesto Guevara de la Serna y Ricardo Rojo llegan a la Guatemala de A?rbenz con la intencio?n de conocer un proceso revolucionario, en teori?a, exitoso.

Para saciar este intere?s, el argentino deseaba relacionarse con personas vinculadas a la revolucio?n arbencista. Esto lo consiguio? gracias a la ayuda de la que seri?a su compan?era inseparable en Guatemala y su esposa en Me?xico, Hilda Gadea, una exiliada peruana aprista que trabajaba como documentalista para el Instituto Nacional de Formacio?n Profesional (INFOP)

“Me dijo que e?l no era un simple turista ni estaba de paso por Guatemala, sino que habi?a llegado al pai?s precisamente porque estaba interesado en conocer una revolucio?n latinoamericana. Lo que buscaba era conocer ma?s profundamente los pai?ses y pueblos de Nuestra Ame?rica”, recuerda Hilda Gadea en su obra Che Guevara an?os decisivos.

Nuevos amigos

Gracias a la intercesio?n de esta refu- giada peruana Ernesto Guevara puede conocer a personas vinculadas poli?ticamente con el gobierno de Jacobo A?rbenz, como al ingeniero Jose? Me?ndez Zebadu?a, en aquel entonces director del Instituto de Petro?leos, y a Alfonso Bauer Paiz, director del Banco Nacional Agrario. “Yo conoci?a a Hilda. Un di?a llego? a mi casa acompan?ada de Ernesto y Ricardo Rojo. Comenzamos a conversar y pude darme cuenta de que Ernesto y yo esta?bamos en el mismo grado de desarrollo poli?tico”, recuerda Bauer Paiz.

Asi? mismo, tambie?n por la intercesio?n de Gadea, comienza a relacionarse con miembros de la juventud comunista, como Edelberto Torres Rivas y su hermana Myrna. “Fui amigo cuando no sabi?a que iba a ser un he?roe”, comenta Torres Rivas. “Si entonces lo hubiera sabido lo habri?a tratado diferente. No es que lo tratara mal, es que a veces senti?a cierto desintere?s hacia e?l. Ernesto teni?a mucho cara?cter, como todo un porten?o, y en Guatemala no esta?bamos acostumbrados a eso”, an?ade.

Antes de ser el Che

Esa e?poca es dura por que, a pesar de los intentos del joven argentino, no consigue trabajo de me?dico y tiene que ganarse la vida de las formas ma?s sorprendentes. “Los di?as pasan sin que se resuelva nada. Por la man?ana salgo a vender cuadros de mi Cristo, Esquipulas, adorado por la gente del lugar y tampoco se gana nada, por falta de ventas”, relata en su diario.

Al no tener un trabajo fijo, Guevara debe vivir, en muchas ocasiones, de la generosidad de sus nuevos amigos. “Vivio? en mi casa una temporada porque andaba mal de plata”, rememora Edelberto Torres Rivas. “Tambie?n durmio? en el suelo de la Casa de la Cultura y en el de la Casa de la Juventud Comunista. En esa e?poca le pusimos un mote. Ernesto era blanco y sonrosado. Por eso, cuando dormi?a en un saco verde que teni?a, so?lo se le vei?a la cabeza, Un amigo dijo un di?a ‘¡si ese parece miltomate!’ Y asi? empezamos a llamarlo todos”, recuerda con una sonrisa.

No es ese el u?nico mote con el que es bautizado en Guatemala. “En esa e?poca nadie le deci?a el Che, ese sobrenombre se lo pusimos nosotros”, comenta Torres Rivas. Este punto es refrendado por su padre Edelberto Torres en su obra Sandino y sus pares: “Al doctor Juan Jose? Are?valo, por haber estudiado en Argentina y trabajado como profesor universitario, se le llamaba
el Che Are?valo o simplemente el Che. Ernesto, desde que fue conocido, fue llamado el Che Guevara”.

Un maestro

El Che es un joven de 24 an?os muy serio y culto, cuyos graves problemas de salud (padeci?a asma desde su infancia) le impiden comer y tomar alcohol en abundancia. Todos sus conocidos de la e?poca que paso? en Guatemala lo recuerdan como un gran conversador interesado en filosofi?a, literatura y, por supuesto, poli?tica. De esos temas habla cuando participa en las reuniones que organizaba Myrna Torres Rivas para los jo?venes comunistas arbencistas.

En uno de estos encuentros conoce al doctor Harold White, un profesor de Sociologi?a de la Universidad de Colorado experto en marxismo que se hospeda en la misma pensio?n que Hilda Gadea. Fue ella quien se lo presenta al Che. “Intercambio ignorancia con un gringo que no habla ni papa de castellano, ya tenemos idioma propio y nos entendemos a las mil maravillas.

De ese gringo se dice que se exilio? en Guatemala porque el FBI lo persigue, y otros dicen que e?l es del FBI. El asunto es que escribe unos arti?culos furibundos antiyanquis y lee a Hegel y yo no se? para que? lado patea”, Ernesto escribe a su hermana el 15 de enero.

El norteamericano quiere que se traduzca su libro sobre marxismo al castellano y Ernesto, a pesar de no conocer en profundidad el idioma, es el encargado, con la ayuda de Hilda Gadea, de hacer este trabajo. Gracias a estos encuentros y a las interminables conversaciones que mantienen se crea entre los dos hombres una estrecha relacio?n que culmina con la llegada de White a Cuba tras el e?xito de la Revolucio?n de 1959.

Sin embargo, en 1953, cuando el Che llego? a Guatemala, aunque su ideologi?a tendi?a a la izquierda, todavi?a no se habi?a inclinado por una corriente concreta como confirma Edelberto Torres: “Cuando vino no era marxista. Teni?a una actitud abierta ante la vida. Era un andari?n, un aventurero, queri?a hacer de su vida una aventura”. Posiblemente, la traduccio?n del escrito de White, unido a las conversaciones que mantienen, hacen que el joven aventurero empiece a pensar como un marxista.

“Debo confesar que en algunos campos existio? la relacio?n maestro estudiante no debido a que yo lo superara en grado de inteligencia, sino como resultado de la diferencia de edades”, escribio? an?os ma?s tarde Harold White en Guatemala, Cuba y Ernesto Che Guevara. “Claro es que a mi? me agrada pensar que, en cierto modo, influi? en la configuracio?n mental de Ernesto: primero, a trave?s de innumerables discusiones y comentarios; despue?s, como resultado de haber traducido parcialmente un manuscrito mi?o”, anota.

Adema?s del marxista norteamericano, Ernesto Guevara tiene en Guatemala otro encuentro que marcara? su futuro: Una noche, en casa del profesor Edelberto Torres padre, coincide con 4 cubanos que habi?an participado en la toma del Cuartel de Bayazo: N?ico Lo?pez, Mario Dalma?u, Armando Arencibia y Antonio Dari?o Lo?pez, el Gallego. “A partir de entonces se hicieron muy amigos y era N?ico, el ma?s politizado de todos, quien le hablo? a Ernesto por primero vez de su li?der, Fidel Castro, y de lo que habi?an hecho en Cuba, co?mo habi?an tratado de tomar dos cuarteles para iniciar una insurreccio?n, en contra del gobierno corrupto de Fulgencio Batista”, comenta Myrna Torres.

El fin de la Revolución

Ernesto Guevara comienza a formarse una vida en Guatemala marcada por sus problemas econo?micos y sus charlas sobre poli?tica. Sin embargo, un hecho viene a perturbar su tranquilidad: la intervencio?n militar planeada y financiada por Estados Unidos.

El argentino demuestra su vinculacio?n con el re?gimen de A?rbenz con su reiterada propuesta de ir al frente de batalla, pero, antes de que consiga convencer al ministro de Salud Pu?blica, le sorprende la renuncia del presidente Jacobo A?rbenz. “Una terrible ducha de agua fri?a ha cai?do sobre todos los admiradores de Guatemala.

En la noche del domingo 28 de junio el presidente A?rbenz hizo la inso?lita declaracio?n de su renuncia. Denuncio? pu?blicamente a la frutera y a EU como los causantes directos de todos los bombardeos y ametrallamientos sobre poblacio?n civil. (…) Me dormi? con un sentimiento de frustracio?n frente a los hechos”, escribe di?as ma?s tarde en su diario.

Ese sentimiento de frustracio?n y decepcio?n variara? en poco tiempo a la rabia y a la certeza de que son necesarias acciones ma?s contundentes: “Todo ha pasado como un suen?o lindo que uno no se empen?a luego en seguir despierto. La realidad esta? tocando muchas puertas y ya comienzan a sonar las descargas que premian la adhesio?n ma?s encendida al antiguo re?gimen.

La traicio?n sigue siendo patrimonio del eje?rcito, y una vez ma?s se prueba el aforismo que indica la liquidacio?n del eje?rcito como el verdadero principio de la democracia (si el aforismo, no existe lo creo yo). No penso? (Arbenz) que un pueblo en armas es un poder invencible. Pudo haber dado armas al pueblo y no quiso, y el resultado es este”, anota.

En pocos meses, su pensamiento ha evolucionado. Ya esta? en el camino de convertirse en “Soldado de Ame?rica”, como e?l mismo se definio? an?os ma?s tarde. El 22 de julio de 1954 escribe a su ti?a Beatriz: “De todas formas estare? atento para ir a la pro?xima que se arme, ya que armarse se arma seguro, porque los yanquis no se pueden pasar sin defender la democracia en algu?n lado”.

Como escribio? an?os ma?s tarde su esposa Hilda Gadea: “Es asi?, cuando asiste al ataque del imperialismo yanqui a la democracia guatemalteca, que e?l se pronuncia definitivamente como un luchador antiimperialista y se decide a intervenir activamente en cualquier pai?s”.

Hasta su madre es consciente de su cambio beligerante, por lo que el Che intentara? explicarle, una vez hubo dejado
Guatemala, su proceso de cambio: “La forma en la que los gringos tratan a Ame?rica me iba provocando una indignacio?n creciente, pero al mismo tiempo que estudiaba la teori?a del porque? de su accio?n y la encontraba cienti?fica.

Despue?s vino Guatemala y todo eso difi?cil de contar, de ver como todo el objeto del entusiasmo de uno se dilui?a por la voluntad de esos sen?ores y como se fraguaba ya el nuevo cuento de la culpabilidad y criminalidad rojas, y como los mismos guatemaltecos traidores se prestaban a propagar todo eso para mendigar algo en el nuevo orden de cosas”.

De nada sirve en estos di?as su postura anti imperialista ni las conversaciones con sus conocidos sobre la necesidad de
responder a la invasio?n con las armas. Finalmente, un Ernesto Guevara decepcionado debe refugiarse en la Embajada Ar- gentina y, la tercera semana de septiembre de 1954, toma un tren con destino a Me?xico. Detra?s deja un suen?o revolucionario truncado, pero se dirige hacia otro suen?o que lo llevara? a convertirse en una leyenda.

De su puño y letra

Se conservan muchos textos que el Che de escribio? en la e?poca que paso? en Guatemala.

  • “El único país que vale la pena en Centroamérica es este (Guatemala). Naturalmente todos los regímenes pierden de cerca, y aquí también se comenten arbitrariedades y robos, pero hay un clima de auténtica democracia”. (Carta a su madre de diciembre de 1953)
  • “Atitlán no es superior a los lagos del sur argentino, ni mucho menos. A pesar de que no estaba el día para dar un juicio definitivo me atrevo a darlo porque la diferencia es muy grande”. (Otra vez)
  • “Después de ver el Lago me fui a Chichicastenango donde sí encontré cosas de real interés en la vida de los indios y sobre todo en sus ritos, pero me dio por tomar guaro y comer porquerías y el resultado fue que me conseguí un ataque de asma”. (Otra vez)
  • En Puerto Barrios “laburé en la descarga de toneles de alquitrán ganando 2,63 por 12 horas de laburo. Trabajaba de 6 de la tarde a 6 de la mañana y dormía en una casa abandonada a orillas del mar”. (Carta a su madre de abril de 1954)
  • “Lo que no quiero dejar de hacer es visitar las ruinas del Petén. Allá hay una ciudad, Tical, que es una maravilla, y otra, Piedras Negras, mucho menos importante pero en donde el arte de los mayas alcanzó un nivel extraordinario”. (Carta a su madre de abril de 1954)
  • “América será el teatro de mis aventuras con un carácter mucho más importante que lo que hubiera creído: realmente creo haber llegado a comprenderla y me siento americano con un carácter distintivo de cualquier otro pueblo de la tierra” (abril de 1954)
  • “Esta es la tierra de los volcanes, y los hay para todos los gustos, mis gustos son sencillos, ni muy elevados ni muy activos”. (Carta a su madre del 10 de mayo de 1954)
  • “En Guatemala podría hacerme muy rico (…). Hacer eso sería la más horrible traición a los dos yos que se me pelean dentro, el socialudo y el viajero”. (Carta a su madre del 10 de mayo de 1954)

Retrato hablado

Personas que conocieron a Ernesto Guevara cuentan como era el joven médico argentino antes de convertirse en Comandante guerrillero.

“Eran como de 25 años a 26 años, delgados y altos -entre 1,76 y 1.78- para la estatura común entre nuestros países. Guevara, muy blanco y pálido, de cabellos castaños, ojos negros grandes y expresivos, nariz corta, de facciones regulares, en conjunto muy bien parecido. Tenía una voz un poco ronca, muy varonil, lo que no se esperaba por su aparente fragilidad.

Sus movimientos eran ágiles y rápidos, pero dando siempre la sensación de estar siempre muy calmado. Tenía una mirada inteligente y observadora y sus comentarios eran muy agudos. Vestían sencillamente, con pantalones y camisetas sport. Me contaron que eran médico y abogado, respectivamente. Nadie lo hubiera creído, pues su aspecto era de estudiantes, pero al conversar con ellos se notaba que eran cultos”, describe Hilda Gadea en su libro Che Guevara años decisivos.

“Cuando llegó a mi casa por primera vez le dije a mi esposa: ‘¡Qué médico va a ser! Ese es de los que van por la montaña en bicicleta’. En aquella no estábamos acostumbrados a ver profesionales sin saco y corbata”, recuerda Alfonso Bauer Paiz.

“Su aspecto era el de un estudiante, y para los conceptos, de aquellos años, de un estudiante pobre, muy desarreglado, con camisa arrugada, el pelo castaño obscuro que le caía sobre la frente, con una sonrisa un poco burlona, de hablar muy seguro y a los 5 minutos se daba uno cuenta que tenía cultura grande y talento”, hace memoria Myrna Torres Rivas.

“Era un tipo muy serio, con poco sentido del humos. Era buen conversador y realmente muy inteligente. Era bien parecido, pero no enamorado. Solía gustar a las mujeres porque las trataba como a iguales”, define Edelberto Torres Rivas.

“Sólo tenía un defecto: tenía amusia o incapacidad para reconocer la música, pero, en cambio, nunca lo vi perder al ajedrez. Siempre, siempre, decía lo que pensaba, la verdad, por eso todo el mundo le respetaba”, comenta Roberto Castañeda.

ESCRITO POR: