Uno de los pocos aspectos gratificantes de esta crisis está siendo encontrar interés y lenguaje científico en toda clase de ambientes, algunos inesperados. Cuando escuché hace un par de días a una camarera hablarle de su PCR a un cliente mientras le servía un café con porras, pensé que algo había cambiado en nuestra sociedad, quizá para siempre. Ojalá el conocimiento que estamos difundiendo y adquiriendo a marchas forzadas en esta pandemia sedimente y se haga transferible a situaciones de normalidad. Esperemos que no resulte desechable, como esos millones de mascarillas que ahora hacen crecer los vertederos.
Las distintas etapas por las que está pasando esta crisis siguen despertando nuevas preguntas para los expertos, cuyas respuestas, después, la población comenta o discute con visible interés. Superamos hace semanas el momento de comprender la tasa reproductiva, la seroprevalencia o la diferencia entre una PCR que detecta la infección y un test inmunológico que detecta si hemos superado la COVID-19. La gran preocupación del momento actual es si el virus se ha vuelto menos virulento.
Los resultados rigurosos tardan en llegar
Lamentablemente, la ciencia tarda mucho más en responder que el horóscopo. Necesita tiempo porque lo hace con una necesidad de rigor a la que no estamos acostumbrados en estos tiempos en que la opinión intenta quitarle el sitio al conocimiento.
Los científicos aún no pueden dar una respuesta contundente sobre si el virus ha perdido virulencia o no, porque necesitan aplicar un elaborado método y tener certeza antes de hacer afirmaciones rotundas. Ese el motivo por el que los resultados rigurosos se hacen esperar. Y nadie debería enfadarse porque gracias a eso, por ejemplo, pueden ponernos anestesia cuando vamos al dentista.
Sin embargo, algo que sí pueden hacer desde ya los científicos es explicar cómo han sido las dinámicas de otros virus en situaciones equiparables.
Los datos del pasado nos enseñan que es cierto que los virus, después de llegar a un nuevo hospedador con furor, se van volviendo menos agresivos con el paso del tiempo. Por eso es esperable que vuelva a ocurrir en esta pandemia. Pero igualmente puede tardar en suceder, e incluso no ocurrir nunca.
Un detalle importante a tener en cuenta al hablar de virulencia es que, aunque solemos hablar de virus en singular, en realidad lo que nos infecta son cientos o miles de partículas virales (o viriones) de forma simultánea. Al infectarnos repiten incansablemente el mismo proceso: una o varias de ellas entran en una célula y producen cientos o miles de nuevas partículas virales. En otras palabras, una característica de los virus es su abundancia simultánea de copias. Son pequeños, pero muchos.
Así que, si el actual coronavirus se dispone a perder virulencia, es necesario que la pierdan los miles de millones de viriones que infectan a los millones de individuos de nuestra especie. Y claro, eso no ocurre de la noche a la mañana. El proceso no es sencillo: no se trata de que una determinada partícula viral decida moderar su actitud, como si fuese una persona que sienta la cabeza y se propone dejar de salir de juerga entre semana para casarse y tener hijos.
Errores aletatorios
Para que un virus pierda agresividad se tienen que ir acumulando mutaciones en el material genético (ARN) de los nuevos viriones que vayan surgiendo. Esas mutaciones son modificaciones moleculares que ocurren al azar en ese manual de instrucciones de cada partícula viral que es su ARN. Estos cambios pueden producir nuevos viriones que lleven un ARN que los haga menos agresivos. Aunque al ser aleatorias, las mutaciones pueden generar con la misma facilidad viriones más virulentos o no tener efecto.
Cada partícula viral de SARS-CoV-2 que ingresa en una de nuestras células da lugar a muchas nuevas copias. En ellas habrá una gran mayoría que serán exactas, y solo unas pocas mutantes. Es lo normal cuando se hacen muchas copias de material genético: la maquinaria suele ejecutar bien su trabajo, pero en ocasiones se aturulla y comete errores. Le sucedería a cualquiera si copiase manualmente un texto miles de veces.
Los menos virulentos tienes más opciones de sobrevivir
Es clave comprender que esas mutaciones azarosas no van haciendo a los nuevos viriones necesariamente menos agresivos, sino sencillamente distintos. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo es probable observar que van siendo más abundantes las partículas virales menos agresivas, que desplazan a las más virulentas. De la misma manera que los productos más atractivos van desplazando a los pasados de moda en los escaparates.
¿Por qué este reemplazo? ¿Cuál es el criterio que “pone de moda” los viriones menos agresivos y deja obsoletos a los más radicales? No hay escaparatista tomando decisiones, simplemente es un fenómeno evolutivo bien conocido, la selección natural. La versión que consiga propagarse mejor irá dejando más copias de sí misma.
Si unos novedosos viriones menos agresivos ingresan en un individuo y le dejan hacer vida normal con mayor comodidad que si le hubiesen invadido otros más virulentos, serán más fácilmente transmitidos por este portador. Porque un infectado por estos mutantes más “soportables” hará una vida más contagiosa que si estuviese postrado febril en cama o aislado en un pabellón de un hospital. El virus más moderado va imponiéndose en la población con una estrategia infalible: dejar a su portador ir a fiestas o congresos.
Así, poco a poco, se van volviendo más frecuentes las partículas virales menos agresivas, que se adaptan a la convivencia con su hábitat, esto es, nosotros. Cuando un virus llega por primera vez a una especie puede mostrar distintos grados de virulencia hacia su hospedador, pero si consigue perpetuarse es porque acaba mostrando una tendencia a alcanzar un equilibrio de convivencia. Si el virus se adapta a nuestra vida y nos dejar ir en metro tranquilamente y salir con nuestros amigos, será un mejor superviviente que si nos elimina.
El proceso es un ejemplo de selección natural en un pequeño mundo en el que las partículas virales son los individuos y nuestros cuerpos el ambiente al que se van adaptando.
Ilusiones víricas engañosas
¿Podemos decir entonces que el SARS-CoV2 es ya menos agresivo? Responder una pregunta tan compleja de forma rigurosa no es posible sin antes analizar numerosos datos. Es cierto que vemos menos casos cada vez, que los pacientes que reciben los hospitales son más leves, que cada día que pasa las cifras son más alentadoras… Pero probablemente no haya perdido agresividad.
A veces, sentados en un tren a punto de partir, observamos el vagón de otro convoy en la vía adjunta. Al cabo de un rato, vemos cómo el vagón vecino se mueve y tardamos en poder discernir si es el otro tren o el nuestro el que ha arrancado. Se trata de una ilusión óptica. Probablemente, la menor severidad y número de casos de COVID-19 que observamos actualmente sea consecuencia del confinamiento pasado, del distanciamiento social actual y de la experiencia y capacidad de nuestro sistema de salud de atender casos más leves, entre otros esfuerzos.
Seguramente no es que el virus sea ahora menos agresivo, sino que estamos más atentos. Es nuestro tren el que se ha empezado a mover y no el de al lado. Pero tenemos que ser cautos y pacientes para evitar caer en ilusiones víricas.
Miguel Pita, doctor en Genética y Biología Celular, Universidad Autónoma de Madrid
This article is republished from The Conversation under a Creative Commons license. Read the original article.