Nghia aconseja a las víctimas no pagar rescates para frenar estos delitos, pero es consciente de que la mayoría termina por ceder al chantaje con tal de reencontrarse con su animal favorito.
A Hien Pham, una vietnamita de 29 años, todavía le brotan las lágrimas cuando habla de Gina, una perra de raza pomerania secuestrada por primera vez el pasado agosto en Ho Chi Minh.
“Estaba a unos metros de mí, delante de mi casa. Pasaba por allí un hombre muy bien vestido que iba hablando por el teléfono móvil. No sospeché de él por su buen aspecto. De repente, agarró a la perra, se subió a una a moto y desapareció”.
“Ya era de noche y no supe reaccionar, los vecinos lo vieron pero nadie pudo salir a perseguirle” , relata con una voz apagada.
Al día siguiente, Hien acudió al mercado callejero de animales de Ho Chi Minh y los vendedores localizaron a su mascota rápidamente tras decirles la raza y la parte de la ciudad en que fue capturada.
“Están asociados con los secuestradores, llevan todos los animales al mismo mercado” , protesta la vietnamita.
Tras una tensa negociación, acordó un pago de 250 dólares y llevó a su perra de vuelta a casa, pero la recobrada felicidad no duró demasiado.
“Tres meses después, un día dejé a Gina salir a la puerta de casa y me despisté un momento. Cuando me di cuenta, la perra había desaparecido sin dejar rastro”, rememora.
Consciente de que los delincuentes sabían que estaba dispuesta a pagar, pensó que negociaría mejor si dejaba pasar dos días antes de acudir al mercado de animales.
“Fue un riesgo demasiado alto y no la volví a ver. Ya no quiero ni mirar sus fotos, me entran ganas de llorar. Al menos sé que al ser una perra de raza y de pequeño tamaño sería revendida como mascota y no como carne para los restaurantes”, se consuela.
Hien nunca pensó en acudir a la Policía “porque sería inútil”, una opinión que no comparte Nghia.
“Es cierto que la Policía no se toma en serio estos delitos, dicen que tienen otras cosas que hacer, pero si todas las víctimas acudieran a denunciarlo cuando ocurre quizá cambiarían su actitud”, sostiene el albéitar.
Nghia achaca la permisividad policial a la falta de sensibilidad de la mayor parte de los vietnamitas en el trato a los animales.
“Los consideran como algo sucio porque están acostumbrados a verlos en la calle. Los niños se acostumbran desde pequeños a golpear a los perros porque es lo que ven hacer a sus padres”, explica el experto.
Nghia advierte que no siempre ha sido así y recuerda que en varios pueblos del norte de Vietnam los vecinos se aliaron hace unos años para dar caza a los secuestradores de perros.
“En el norte los capturan (a los canes) sobre todo para comerlos. Es una costumbre que tiene la gente con dinero pero sin educación. Creen que les traerá suerte o que mejorará su potencia sexual”, dice el veterinario.
Nghia cree que la única manera de solucionar el problema a largo plazo es cambiar las mentalidades de los más pequeños y para ello intenta dar charlas por las escuelas, pero la misión no es sencilla.
“Sólo puedo ir a colegios internacionales porque nunca me dejarían hacerlo en escuelas vietnamitas. Si me ven entrar con un animal, me echan”, se lamenta.