CATALEJO
Además de cobarde, mentiroso compulsivo
El señor Jimmy Morales, quien para mala fortuna del país trabaja de Presidente de la República, demostró ayer su cobardía y su calidad de mentiroso compulsivo, en la inauguración de chapuces en la pista del aeropuerto La Aurora, a punto de perder su certificación internacional.
Según él, “un señor ya muy grande que trabaja en los medios de comunicación, me dijeron que él había dicho esta frase, el señor Mario Antonio Sandoval que la noticia mala se vende sola y por la noticia buena, hay que pagar. Qué triste ese pensamiento y peor cuando se tiene la trayectoria que dicen tener” (sic). Si no fuera porque lo dice en serio, debería quedar como otro ejemplo de torpeza presidencial, instigado por sus pésimas compañías de gente de la Vieja Política.
Lo dicho es falso. La frase no solo es falsa, sino denota el enciclopédico desconocimiento acerca de la ley de emisión del pensamiento. Frases como “me dijeron”, no excluyen la responsabilidad personal de quien expresa algo. Por tanto, si evidentemente este señor tiene aversión por la Prensa y por mí en particular, me tiene sin cuidado, porque es una reacción hepática y prueba de muy escasas neuronas ante las críticas. Debería tener la entereza de expresarlo y no esconderse cobardemente tras las enaguas del anonimato.
Por cierto, no sé por qué me califica de “muy grande”. Mi estatura es de 1.71 y la referencia despectiva a mi edad es solamente otra prueba de quienes caen en la falacia de argumentum ad hónimen. Ruego a algún alma caritativa explicarle qué es eso.
No puedo permitirle tal estulticia. Dentro de mis tareas está la de ser el vicepresidente de este periódico y el presidente de Guatevisión, por lo cual un absurdo semejante de hecho incluye a ambas instituciones.
Aunque le pese, los políticos tienen obligación de recibir las críticas, porque entran en el marco legal, pero los funcionarios no pueden insultar o, en este caso, difamar a los ciudadanos.
Es imposible dejar de considerar este exabrupto como el efecto de haber escuchado a su más reciente compinche en ilegalidades, Álvaro Arzú, quien tiene años de gritar a los cuatro vientos su frasecita de “a la prensa se le paga o se le pega”, por cierto ahora dispuesto a destruir la credibilidad de su hijo al impulsar su llegada a la presidencia del Congreso.
Con el señor Morales solo he hablado dos veces, en ambas ocasiones cuando era candidato, al acceder recibirlo en mi oficina por insistencia de sus colaboradores. Recuerdo haberle recomendado no olvidar la laicidad del Estado, y no confundir al púlpito con el podio presidencial. Lo escuché con paciencia casi infinita repetir sus promesas, y ante esto me permití señalarle el efecto contraproducente de fallar en temas de aceptar tránsfugas, de permitir y/o participar en la corrupción, de caer en manos de las fuerzas oscuras.
Él me oyó también sin interrupciones, y creí ver en su mirada algún mínimo rasgo de verdad. Pronto se encargó de retratarse como un alumno abanderado de la Vieja Política.
A causa del derecho de antejuicio, Morales se escapa de la responsabilidad legal. Tampoco me importa, aunque lo lamento porque esto, creo yo, es resultado del pacto de corruptos. Cuando yo critico, como cualquier columnista, lo hago de frente. Nada de “me dijeron”. Exijo eso de quienes están en desacuerdo conmigo, porque lo peor es la cobardía.
Ser mentiroso compulsivo es, a mi criterio, una perturbación psicológica no siempre curable, y esto conlleva a la vez el problema de tener a alguien así en el mando presidencial, con el agregado de la debilidad de carácter para no obedecer a quienes lo mandan porque para eso lo escogieron. El rechazo visceral a los criterios contrarios es característica de los mediocres. Por suerte, ya en la práctica solo faltan dos años de su mandato.