MIRADOR

14 de enero: día de la esperanza nacional

Hoy es un día en el que cada cuatro años repetimos sensaciones y emociones moteadas por la desilusión del tiempo perdido. El proceso de cambio presidencial se produce con menos fe —si todavía queda— y con reducida dosis de esperanza en la medida que posteriormente nos desilusionamos con las nuevas autoridades políticas. Una especie de efecto repetitivo, de repitencia escolar por superar ese curso que se nos complica y que pareciera no haber forma de aprobarlo.

El ciudadano chapín puede tener muchos defectos, pero la virtud de la esperanza, ese estado anímico optimista en que una persona espera un resultado favorable a su causa, la tiene más desarrollada que la mayoría de los habitantes del planeta. En todas las tomas de posesión se resalta el momento histórico que se vive y la oportunidad para generar cambios políticos, económicos y sociales en el país. Y es verdad, aunque más tarde nada de eso ocurre.

Me desilusioné con muchos gobernantes, pero admito que fue Pérez Molina quien más desazón me produjo porque lo creí capaz de hacer las cosas diferente, y ahora Jimmy Morales, que desaprovechó la mejor oportunidad histórica de este país —en su era democrática— para sentar bases suficientes de progreso. Sin embargo perdió el tiempo y retrocedió sensiblemente ¡Cuatro años desaprovechados! Le dimos poder y supimos cómo era.

Comienza hoy una nueva andadura y debo reconocer lo que creo que son virtudes de Alejandro Giammattei y de su vicepresidente, Guillermo Castillo. Hay capacidad, ideas claras e intención manifiesta de hacer cambios radicales. Nada es perfecto, pero admito un alto grado de sentido común en muchas de las propuestas del binomio, y confío en que se den pequeños pero necesarios pasos. No obstante, y creo que es un sentimiento compartido con muchos, hemos sido golpeados con el desengaño en múltiples ocasiones y todo lo anterior se cubre de un barniz de prudencia que nos hace ser más cautos que en otros momentos.

En lo que no se puede volver atrás es en la ola de cambios que se desató en el país hace un lustro. Cada vez es más difícil robar, corromper, cobrar coimas o hacer fullerías, aunque se siguen cometiendo, y comienzo a respirar un ligero olor a decencia que todavía sabe a poco pero que progresivamente se instala en el ambiente. Muchas sociedades han atravesado momentos como estos y fueron capaces de superarlos. Aquí no somos tan diferentes y debemos comenzar a construir nuestro futuro.

' El ciudadano chapín puede tener muchos defectos, pero la esperanza la tiene más desarrollada que la mayoría de las habitantes del planeta.

Pedro Trujillo

El nuevo gobierno cuenta con un crédito corto, pero suficiente, y deberá adoptar medidas contundentes contra ciertas formas anómalas de proceder, así como tomar decisiones que no serán fáciles, pero que son necesarias. Acometer con fuerza y constancia dos o tres proyectos por año: Ley de Servicio Civil, ordenamiento en el servicio exterior, LEPP, modificación del sistema de justicia o hacer eficientes los ministerios de Salud y Educación, entre otros, es necesario porque “quien mucho abarca poco aprieta”, y flaco favor harían al país —y a ellos mismos— si no son capaces de emprender los cambios necesarios.

Con la nueva administración, la anterior saldrá de toda preeminencia pública, prioridad en el tráfico, portada en los medios y privilegios, y pasará a la historia como una de las más incapaces, con alta desaprobación y una deuda social enorme. Un relevo más que da paso a la ilusión y a la esperanza, y dibuja, aunque sea en nebulosa, un horizonte posible de futuro a mediano plazo. Esperemos que los pocos niveles de tolerancia no disminuyan con los años por venir, pero de momento la esperanza prima.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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