CATALEJO
Algunos análisis son contraproducentes
En los últimos meses se han incrementado las críticas a la prensa, sobre todo como consecuencia de las “feikniús” impulsadas en los últimos cuatro años. Pero no había recibido una dirigida específicamente a las personas dedicadas al periodismo. “Spokespeople lose credibility” (“Los portavoces pierden credibilidad”) -aunque según plantea el estudio, más parece referirse a “la gente a quien se le escucha cuando habla pierde credibilidad”- fue realizada por la empresa Edelman, dedicada desde 1952 a relaciones públicas y mercadeo, cuya relación con el periodismo es muy sui géneris, si es que existe. Midieron las opiniones de personas de cualidades no especificadas: los académicos, las “personas como uno”, los CEO de las empresas, los funcionarios de gobierno y los periodistas, estos últimos en el puesto más bajo.
' El error, parece ser, consiste en extrapolar a otras realidades resultados válidos en Estados Unidos.
Mario Antonio Sandoval
Hay algunos detalles curiosos: las mediciones comenzaron en el 2010, pero las de los periodistas en el 2016, año del inicio del ataque sistemático al periodismo. Los resultados incluyen del 2010 al 2021, aunque de este año solo vayan 29 días. Los resultados parecen referirse a Estados Unidos, pero usa sin pudor la palabra “global”. Los datos son: los expertos académicos bajaron 65 a 57 (9 puntos, y 7 del 2020 a esta parte); la gente como uno, de 59 a 53 (-6, y -7 desde el 2020); los CEO, de 42 a 40 (-2, y -5 desde el 2020); los funcionarios de gobierno subieron de 30 a 35, y a 37 desde el año pasado. Los periodistas subieron de 32 a 35, y de 34 a 35 en el 2020. Irónicamente, sus datos son los más estables por año: 32-28, 35, 35, 34 y 35. Señalarlos como los únicos reducidos es inexplicable.
Por lo tanto, es lógica la disminución de la confianza en los periodistas. Quienes se han vuelto activistas tienen mucha culpa. El público pide información balanceada y a este respecto vale señalar las divisiones en la profesión. Unos son los periodistas dedicados a noticias y reportajes. Se agregan quienes ejercen el periodismo de opinión sin necesariamente serlo, porque forma parte de la libre emisión del pensamiento, es subjetiva y se circunscribe a señalar parte de la verdad, aunque debe referirse a hechos reales, pues de lo contrario se convertiría en ficción; es decir, un invento de la imaginación. Algunos periodistas son comentaristas, pero se trata de actividades no incluidas una en la otra y pueden ser realizadas de manera ocasional.
El activismo es nefasto para la labor periodística, a la cual, de hecho, abandona. Se convierte en un agitador político, sumergido en la propaganda, cuyo fin es obtener adeptos, o sea afilados a una secta política, politiquera o partidista. Sin embargo, es difícil separar el activismo periodístico del periodismo temático, insistente, en un área específica, sin tener el fin de ganar feligresía. Conforme pasan los años se ha acentuado la tendencia a introducir en las noticias criterios e interpretaciones propias de quien escribe. Contribuye también añadir elementos y tener estilos muy cercanos a la literatura, y parece ser necesario el regreso al antes llamado estilo periodístico, tendiente a emplear frases y espacios cortos y señalar hechos desnudos.
El trabajo de Edelman tiene tres conclusiones demasiado difíciles de aceptar por los guatemaltecos. La primera es la aceptación de los criterios de los expertos, aunque estos pueden gozar de credibilidad en algunos sectores de las altas esferas educativas y económicas. El coronavirus es un ejemplo. A esto puede agregarse, aunque en menor grado, la aceptación de quienes mandan en las empresas, por múltiples razones. Pero la tercera es imposible: la aceptación de la palabra de los funcionarios públicos, a causa de la corrupción y la incapacidad. En Guatemala, algunos se han alegrado de este reporte, porque creen poder utilizarlo en su ataque casi irracional contra todo tipo de prensa. No obstante, al analizarlo, a mi juicio los resultados son contraproducentes.