Algunos grupos del candidaterío chapín
A consecuencia de los últimos sucesos relacionados con aspirantes a la presidencia, es natural la duda ciudadana acerca de cuántos participarán realmente en las elecciones, programadas para dentro de escasos 49 días. Parte de un ejercicio útil a este respecto lo constituye hacer una división de varios grupos: uno, el de quienes no tienen la más mínima posibilidad de ganar por su falta de experiencia política, unida al desconocimiento popular, porque han iniciado una carrera compitiendo por el más importante puesto político de la nación. Otro grupo es el de aquellos con imagen de capacidad y con experiencia en otras actividades de alguna manera, aunque sea mínima, por lo cual tienen alguna muy teórica capacidad política. Y el tercero, con aquellos con posibilidades.
En el primer grupo se encuentran Mario Estrada y Roberto Arzú, a mi criterio con evidentes dos realidades. Ninguno de ellos dos tenía la más mínima posibilidad de ganar y por ello causaba sospechas la insistencia de presentarse, en el caso de Estrada, así como la verdadera razón de hacerlo Arzú. Se trata de un personaje sui géneris, con añeja mala imagen desde cuando su padre fue presidente, afianzada por haber sido funcionario ad honorem de Jimmy Morales, como enviado comercial a Argentina. Por cierto, la relación con este gobierno de los candidatos ocupantes de puestos públicos o de gabinete sin duda es un elemento negativo al cual se agregan partidos desconocidos para la mayoría de guatemaltecos. Todo esto ocurre cuando apenas faltan 49 días para las elecciones.
Falta muy poco tiempo para la confirmación de la salida o de la permanencia de Zury Ríos y de Thelma Aldana. De los restantes, el único con cierto conocimiento a causa de su insistencia de participación es Alejandro Giammattei. Los nuevos pero conocidos son Luis Velásquez, Edwin Escobar y Edmond Mulet, quien aventaja a todos en cuanto a experiencia internacional. Los exfuncionarios Héctor Estrada y José Luis Chea tienen capacidad pero un lastre a causa de su participación en este gobierno. Con capacidad pero sin posibilidades reales están Manfredo Marroquín y Manuel Villacorta, pero todos ellos dependen de la eliminación de Sandra Torres, beneficiada por la serie de cambios realizados, muchos preparados desde hace tiempo por Mario Taracena, ahora caído en desgracia.
Los aspirantes de votos localizados en las áreas rurales tienen muy escasa posibilidad. A causa de la proliferación de candidatos, a mi juicio puede recuperar su importancia el voto de las áreas urbanas, sobre todo la metropolitana, pero no se puede negar una posible y notoria ausencia de votantes. Me sorprendió hace pocos días la decisión de una persona amiga con grado universitario, residente en la capital, quien saldrá de vacaciones a Sudamérica el día anterior a los comicios, porque le provoca hastío y total decepción la manera como se encuentra la política. Se cuenta entre quienes verían con gusto, aunque no lo suficiente como para ir a las urnas, una disminución de los aspirantes. Esa es entonces una duda válida: ¿cuántos más quedarán a la orilla del camino?
Creo necesario insistir en el tema de la impresión de las papeletas electorales. En total son 85 millones, y si bien las referentes a la batalla por la presidencia alcanzan unos 8 millones, y ciertamente podrían imprimirse en pocos días, pero no son las únicas, y la enorme variedad de papeletas con los nombres de los aspirantes a diputados y autoridades municipales reduce el tiempo disponible para las decisiones del Tribunal Supremo Electoral. La participación generalizada no está segura. Una de las novedades inesperadas sería qué hacer si hay casos de candidaturas eliminadas cuando ya fueron impresas y no hay tiempo suficiente para hacerlo de nuevo. En pocas palabras, el tiempo se ha convertido en un factor de importancia aún mayor a la de siempre.