CATALEJO
Bukele: algo más sobre su personalidad tiránica
Uno de los efectos contraproducentes de los triunfos electorales muy mayoritarios, como los logrados por Nayib Bukele, es el surgimiento de acciones cercanas a la dictadura. La mayoría en el Congreso convierte a este poder del Estado en un simple acatador de las órdenes y caprichos de los presidentes, incrementados porque ellos casi siempre se rodean de oscuros lambiscones incondicionales. Nadie se atreve a contradecir al jefe del Ejecutivo, quien en poco tiempo ya no espera ese apoyo, sino lo exige. Con insuficiente madurez, por su corta edad para el cargo, el presidente tiene la mesa servida para un nuevo desastre nacional. A esto contribuye el elevado número de instituciones políticas salvadoreñas en manos del oficialismo, gracias a las elecciones de este año.
El Salvador es otro país donde hay pocos motivos para confiar en jueces, magistrados y otros funcionarios del Organismo Judicial. Se cuentan por miles —como ocurre en Guatemala— los casos de decisiones increíbles y bochornosas por tratarse de claras burlas a la forma y al espíritu de las leyes, y esto explica la necesidad de hacer cambios necesarios y urgentes. No hay duda: muchos jueces no cumplían su trabajo, pero obligar a la renuncia de todos los mayores de 60 años o con 30 años de servicio constituye una violación al derecho de trabajo, para ajuste en un campo en el cual la experiencia es muy importante. Habían sido afectados la tercera parte de la totalidad de estos funcionarios, pero la Cámara de Familia suspendió la aplicación del mandato.
' La puerta abierta a la reelección y las reformas constitucionales afianzan la personalidad tiránica, aunque hábil, del presidente salvadoreño.
Mario Antonio Sandoval
Estos días han estado agitados para Bukele. Según conocedores de temas jurídicos salvadoreños, los diputados no tienen entre sus atribuciones tomar este tipo de medidas. Por aparte, ya parece haber quedado firme la decisión de permitir la elección presidencial. A este respecto, en el Diccionario de la Lengua, el significado de reelegir es “volver a elegir”, lo cual derrumba la idea de permitirla luego del paso de un período presidencial intermedio. Es imposible dejar de ver la similitud entre Bukele, Ortega y Chávez en la estrategia de usar el dominio de las instituciones políticas estatales para asegurar a toda costa la permanencia en el trono dictatorial. Encarcelar, enviar al exilio y descalificar a los adversarios políticos es una forma de sembrar el miedo entre la población.
Por el actuar de Bukele, después de afianzar su poder en las últimas elecciones, es válido temer una repetición del estilo chavista-madurista-orteguista. Vía las urnas se logra legitimidad, desaparecida cuando los mandatarios se vuelven hombres fuertes por la fuerza o por triunfos. Este gobernante integra el grupo de presidentes erráticos y por eso con popularidad naufragante, como López Obrador, en México; Juan Orlando Hernández, en Honduras; el sangriento tirano Daniel Ortega, en Nicaragua. Preocupan los casos de Perú, con Pedro Castillo; Bolivia, con Luis Arce, títere de Evo Morales; Brasil, con Jair Bolsonaro; Argentina, con Alberto Fernández, títere de Cristina viuda de Kirschner, llegados al poder por voto de castigo de una ciudadanía hastiada de ineptitud y corruptela.
En la reunión de la Celac en México, sorprendió la inesperada presencia de Maduro, desconocida para los otros mandatarios presentes. López Obrador puede demostrar en su país apoyo al heredero de Hugo Chávez, pero no es conveniente hacerlo en presencia de los demás mandatarios, incluso Ortega. Esto viene a cuento porque tratarse de una acción muy cercana a una presidencia personalista en extremo, uno de cuyos resultados es abrir la puerta a justificadas críticas de la oposición interna. Se parece a muchas de las decisiones de Bukele, a quien conforme crezcan las manifestaciones de protesta, le puede ser imprescindible solicitar de nuevo el apoyo del Ejército y con eso dar un paso más hacia su lamentable autoritarismo en proceso.