CATALEJO

Cumple su centenario el último de mis robles

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Mi tío-papá Julio Sandoval Cámbara le dio hoy a sus descendientes el mejor de los regalos. Cumple cien años de vida. Ha sido buen hombre, buen esposo, buen padre, buen abuelo, buen bisabuelo y buen tío. Hasta hace poco nuestra familia tenía cuatro robles: Mario Sandoval Figueroa, María Inés Samayoa de Sandoval, mi tía Florence Shannon de Sandoval, quienes ahora desde el cielo sonríen con ternura. De la rama Sandoval es el único sobreviviente de quienes me conocieron desde el día de mi nacimiento, hace 74 años, y uno de mis agradecimientos con la vida fue haber gozado y haberme protegido con la sombra de ellos al necesitarla. Hoy es una fecha de regocijo, al habernos con su ejemplo enseñado la vida, sus alegrías y sus lágrimas, así como los valores de la familia.

El tío Julio ha visto la vida de frente, aceptando sus muchos ratos de alegría y enfrentándose a sus duras pruebas. Con la inolvidable tía Florence dio vida a siete hijos y nos ayudaron a aceptar la voluntad divina cuando se adelantaron Juan Carlos y Julio. Reparte su amor por Adelita, Johnny, Víctor —de quien fue el mejor maestro de Medicina— y los gemelos Kathy y Kevin. Sus nueras Denisse, Ligia y Mariamm y su yerno Carlos han recibido ese sentimiento paternal interminable. Es un honor haber recibido ese amor junto María Eugenia. Lo gozan sus nietos, los bisnietos y mis nueve nietos. Recuerdo cuando de niños íbamos al estadio; solo para “discutir” se declaró rojo porque éramos cremas. Gozó al máximo cuando Kevin fue seleccionado y su gol contra Honduras le dio un título a Guatemala.

' Pocas familias tienen la felicidad de celebrar cien años de la vida de un miembro. Yo festejo hoy el centenario de Julio Sandoval Cámbara.

Mario Antonio Sandoval

La Medicina ha sido para él devoción, aunque ya hace buen tiempo se retiró. Buena parte de su apostolado galénico lo pasó atendiendo pacientes en el IGSS, al cual dejó a causa de la envidiosa maldad humana y se dedicó a la práctica privada. Hasta hace pocos años, sus días comenzaban a la salida del sol para recorrer su reino Shannon Hill, sembrar flores y árboles y recordar cuando, de niños, nos pedía dar unas palabras alrededor de la mesa, para aprender a expresarnos sin temor. Ese terruño se convirtió en el centro de festividades familiares y ha visto sonriente pasar piñatas, primeras comuniones y bodas. Asimismo, los árboles y flores por él sembrados se humedecieron con nuestras lágrimas cuando la tristeza y el dolor llegaron, en forma súbita, inesperada y sin invitación.

Sus virtudes incluyen la templanza, moderación, serenidad de argumentación y generosidad para recibir sobrinos y luego sobrinos nietos, ahora convertidos en gente de bien. He sostenido durante decenas de años conversaciones, con el resultado de escuchar sus interesantes y profundas reflexiones nacidas de la experiencia. Este intercambio de ideas siempre estuvo acompañado con alegría y con unos sorbos de “horchata de Escocia” o de “gallazos”. La pandemia de los dos últimos ingratos años nos han impedido el abrazo físico, y este gozo ha sido sustituido, aunque no es lo mismo, por videollamadas, las cuales atiende con el mismo profundo amor emanado de su corazón y salpicado a veces con frases picantes y sobre todo muy ingeniosas. Ha sido como es, desde siempre.

Julio Sandoval Cámbara es, ya lo dije, un gran hombre. Tiene fortaleza, característica del roble. La forma estoica de sus reacciones ante la adversidad se vuelve un faro de luz visible en la distancia para los barcos familiares cuando navegan en aguas desconocidas y turbias en medio de la noche. Su enseñanza también incluye la alegría cuando llegan los momentos profundamente bellos de la vida. Su huella está presente en todos sus descendientes y fue, con mi padre, uno de los dos maestros para apreciar la música clásica. Incursionó en la pintura y el recuerdo de verlo tocando acordeón completa su cultura humanista. Por todo lo indicado, y más, quiero expresar mi legítimo orgullo de haberlo tenido tan cerca por casi tres cuartos de siglo. Lo agradezco a Dios.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.