LA BUENA NOTICIA
Desde los pobres Dios hace historia
Según el Evangelio del domingo pasado, “¿Qué debemos hacer?” era la pregunta que se hacían aquellos pueblos de la cuenca del Jordán al ser interpelados por el Bautista. También lo hacían quienes representaban el último eslabón del poder económico, los publicanos, y hasta las tropas del Imperio. A los pueblos, Juan les propuso el camino de la solidaridad; a los cobradores de impuestos les llamó a no caer en las redes de corrupción, cobrando más de los establecido, y a la tropa la conminó para no reprimir a la población, extorsionándolos.
La misma pregunta nos hacemos frente a la coyuntura del país al constatar: “Dos años de retroceso democrático; cooptación y debilitamiento de la institucionalidad del Estado; inacción gubernamental en contra de la pobreza, el desempleo y la desnutrición; 14 estados de excepción en 23 meses de administración” (Grupo Promotor del Bloque Democrático). El Evangelio de este domingo tiene algunos protagonistas, que nos iluminan ante esa coyuntura: un par de mujeres, María, joven, e Isabel, adulta mayor; dos niños todavía en el vientre de ellas, Jesús y Juan, y el Espíritu Santo, quien llena de gozo y esperanza la vida de aquellas familias pobres entre los pobres que vivían y luchaban alejadas de los centros de poder.
' Un país no se construye solo con el protagonismo de las élites, sino con la inclusión de los pobres.
Víctor Manuel Ruano
Este hecho nos sugiere que el futuro de un país se juega en la participación de la mujer, la centralidad de la niñez y en el dinamismo del Espíritu de Dios que todo lo transforma. El canto de Isabel celebra el protagonismo de María y su Hijo, imagen de los más vulnerables en aquella sociedad autoritaria, machista y patriarcal; mientras que el “Magnificat”, que sigue al relato de hoy, canta el protagonismo de los pobres ante la arrogancia y soberbia de los poderosos. ¿Cuándo comprenderemos que un país no se construye solo con el protagonismo de las élites, sino con la inclusión de los pobres? El autor del tercer evangelio, un connotado historiador, no se dejó seducir por la corriente dominante que buscaba evidenciar las acciones de los poderosos del Imperio. Se dejó encantar por mostrar los rasgos humildes de una realidad que aparentemente no tenía ningún puesto relevante en el desarrollo histórico de aquella sociedad. Lucas tampoco se dejó arrastrar por los criterios de aquella sociedad racista y discriminadora que solo consideraba importante lo que hacían los grandes, los que se creían a sí mismos los únicos protagonistas de la historia y ninguneaban al pueblo pobre, despreciaban a los que no saben, no pueden y no tienen.
Este par de mujeres pobres y campesinas vivían en el mundo rural, una en el norte de Palestina, Galilea, y la otra, en el sur, Judea. Aquel día se encuentran, y más que una simple visita de cortesía, de una parienta a otra, es la oportunidad para que Lucas establezca, mediante el recurso de la teología narrativa, lecciones sobre el modo como Dios interviene en la historia y a través de qué tipo de personas actúa. Esto se expresa en las palabras que Isabel le dice a María, puesto que Dios está actuando en ella, la “bendita”, la mujer plena, “la dichosa”, empoderada desde la óptica de Dios. Este proceder divino luego se explicitará en el “Magníficat”, que muestra cómo los grandes y poderosos se esfuerzan por conducir la historia bajo los criterios del poder, el tener y el dominio, dejando de lado una estela de empobrecidos, marginados y excluidos. Dios realiza su proyecto en la historia por medio de estos “descartados” que va dejando la sociedad guatemalteca estructuralmente injusta. La auténtica liberación se construye desde los pobres donde Dios está actuando, liberación de estructuras injustas que mantienen a los pueblos sumidos en la discriminación, el hambre y la exclusión.