LA BUENA NOTICIA

En Navidad, Jesucristo

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La Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios en condición humana. La celebración de la Navidad tiene su lugar propio en la iglesia y su prolongación piadosa en las prácticas devocionales de las familias. La actitud fundamental para celebrar la Navidad es la fe en Jesucristo. El personaje en torno al cual se originó y gira esta fiesta es Jesús.

' Que en nuestra mente brille siempre la luz de Cristo.

Mario Alberto Molina

Estas cosas hay que recordarlas y reafirmarlas porque en torno a la Navidad se ha desarrollado una multitud de usos y costumbres que se practican sin ninguna connotación religiosa ni referencia alguna a Jesucristo. Si no, dígame el lector si la invasión de tiendas y comercios en un frenesí de compras conserva algo de la motivación original que era ofrecer al amigo o al pariente un sencillo obsequio como eco del don con que Dios se nos da a nosotros. O si quienes organizan y participan en convivios, que terminan en “chupadera”, a pesar de las advertencias y aun a riesgo de contraer el covid saben que al origen se trataba de realizar gestos de fraternidad y acogida incluso a los más necesitados, como manifestación de la fraternidad que Dios establecía con nosotros al hacerse hombre. La Navidad, efectivamente, ha sido secuestrada por otros factores culturales, se le han añadido otras motivaciones celebrativas y se ha ofuscado su identidad original. En la mente de muchos niños y adultos el personaje central de esta época es Santa Claus y el saludo más frecuente es un aséptico “felices fiestas”, sin referencia siquiera al nombre de la fiesta.

Quiero aprovechar esta columna el sábado previo a la Navidad para reafirmar el origen, sentido y propósito de esta celebración. Celebramos el amor de Dios Padre, que fue tan grande, que envió a este mundo a su Hijo. Ese Hijo, aunque era Dios, vino al mundo al modo humano, naciendo de una mujer. Ella lo concibió de manera portentosa, de modo que fue madre sin el concurso de un padre humano, sino gracias al poder del Espíritu de Dios. Caso único, irrepetible e inverificable, y que es obstáculo a la fe para quienes solo se fían de certificados ginecológicos, que no existen. Ese Hijo de Dios y de María, Jesucristo, con su vida y predicación, con su muerte y resurrección, libró y sigue librando de la muerte y del pecado a quienes creen en él. Ese es también el motivo central de la liturgia de la Iglesia.

Celebramos que gracias a Jesucristo nuestro destino no tiene por qué ser la aniquilación tras la muerte, sino que puede ser la plenitud en Dios, si unidos a Cristo por la fe y los sacramentos compartimos su resurrección. Celebramos que gracias a Jesucristo existe la posibilidad de que los errores, equivocaciones y maldades cometidos ni arruinen ni hipotequen nuestro futuro. Dios ofrece su perdón, que se hace efectivo en quien lo acoge con fe y se arrepiente de su pasado para comenzar una vida nueva. En Navidad celebramos el nacimiento del hombre Dios que en su edad adulta con su predicación, muerte y resurrección cambió el sentido de la vida de quienes creen en él. Esa es la alegría y la esperanza de la Navidad. Por eso, porque ese Dios hombre, con su mensaje y su historia, abrió horizontes insospechados de sentido y de futuro para la humanidad, decimos que con él vino al mundo la luz. Ese es el motivo por el que la luz es elemento simbólico importante en estas celebraciones. Iluminamos casas y parques, calles y edificios para proclamar que nuestro mundo ha recibido la luz de Dios. Es la luz de la fe que alumbra por dentro la mente y el corazón. Que no perdamos de vista quién está al origen de estas festividades y que en nuestra mente brille siempre la luz de Cristo. Deseo santa y feliz Navidad al benévolo lector.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.