MIRADOR
Hay que repensar el modelo social
La Navidad —tiempo de buenas intenciones, al menos para algunos— es un excelente momento para reflexionar sobre por qué gran parte de la juventud guatemalteca no aspira a ser bombero, doctor, ingeniero o abogado, sino que desea ser gringo o europeo. Es decir: dejar el país.
Una parte sustancial de jóvenes —mayor cada día— visualizan su futuro en otras latitudes. No me refiero a quienes ya migran jugándose la vida porque aquí no encuentran oportunidades, producto de una sustancial falta de desarrollo y otras cuestiones relacionadas con la seguridad y la falta de certeza, sino de universitarios que, teóricamente, cuentan con mayores posibilidades de encontrar un puesto de trabajo bien remunerado. La organización político-social no les sirve ni satisface sus expectativas, y solamente encuentran en la migración las oportunidades que aquí se les niegan. Apuestan por universidades extranjeras o por desarrollar su profesión fuera del país.
Muchas cuestiones —junto a la que se suele considerar más importante: la económica— conforman ese sentimiento. Pasear libremente, tomar un café en la calle, volver a casa de madrugada sin miedo, acceder a un parque con hijos o la pareja, contar con garantías jurídicas y respeto a los derechos individuales, y muchas más, integran ese cúmulo de insatisfacción que torna la mirada a otros lugares.
' En esta sociedad, las formas han ocupado el espacio del fondo y mientras se guarden las apariencias casi todo está permitido.
Pedro Trujillo
En parte, la política nacional, cada vez más mafiosa, desencanta a una juventud que, además, ha crecido con valores muy diferentes. Sumado a ello, el extremo conservadurismo nacional presiona a los jóvenes de manera sustancial y “les obliga” a graduarse, casarse, tener hijos, y llevar a cabo un comportamiento estandarizado, esperado, y, sobre todo, a ser hipócritas porque lo importante no es lo que se hace sino lo que parece hacerse. En esta sociedad, las formas han ocupado el espacio del fondo y mientras se guarden las apariencias casi todo está permitido. Un botón de muestra: la cantidad de moteles que hay en el país, porque es necesario esconder la vida real y negarla con otra “políticamente correcta” ¿Conoce usted un país occidental con tal cantidad de tugurios en los que hay que refugiarse para besarse o tener intimidad? Yo no.
A los jóvenes se les pide un comportamiento sujeto al conservadurismo religioso y social existente, aunque ellos practican una vida virtual y ven otros mundos en que las cosas son muy diferentes, y reaccionan. No desean estar permanentemente vigilados, tener que regresar a las 11:00 pm a casa ni mucho menos adoptar un comportamiento que requiera de la aprobación social para no ser criticados. Desean la libertad que su generación ejerce en Europa o en los Estados Unidos que, sin estar exenta de responsabilidad, no les oprime como un corsé. En el fondo, no desean ser tan hipócritas como hemos sido —y somos— las generaciones precedentes, donde todo vale siempre que no trascienda el círculo de confianza. Se roba, se engaña, se le ponen los cuernos a la pareja e incluso se mata, pero todo debe hacerse de forma que parezca que aquí no ha pasado nada ¡Al carajo!, gritan las nuevas generaciones, y piensan que ellos lo harían mucho mejor, pero tampoco se les deja, limitándolos con prohibiciones constitucionales de edad.
El mayor fracaso de un Estado, de una sociedad, no es figurar en esas listas de Estados fallidos sino que sus propios habitantes huyan porque no le sirve para nada, mientras encuentran afuera la esperanza que adentro nunca tendrán. Somos una sociedad a la que no le gusta vernos reflejada en el espejo, pero creo que hay una enorme deuda con quienes claman más libertad, oportunidades y respeto: los jóvenes.