LA BUENA NOTICIA

La gratuidad de Dios

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El cristianismo se caracteriza porque pone la gracia como fundamento de la relación del hombre con Dios. Aunque el rasgo se puede reconocer en los escritos del Antiguo Testamento, muchos judíos del tiempo de Jesús vivían su relación con Dios como una prestación de servicios; como también muchos cristianos hoy plantean su relación con Dios como una transacción comercial. Jesucristo manifestó con la mayor evidencia que su Padre Dios establecía la relación con los hombres como gracia. Ese fue el descubrimiento de san Pablo cuando se hizo cristiano. Como judío creía que debía ganarse la salvación por medio de la observancia de la Ley y se encontró con que Dios se la daba gratuitamente por la muerte y resurrección de Jesucristo.

' Dios envió a su Hijo, sin que nadie se lo hubiera pedido, para mostrarnos que nos ama.

Mario Alberto Molina

Es usual que traslademos a la relación con Dios las dinámicas propias de las relaciones sociales. En este mundo “no hay almuerzo gratis”. El mismo san Pablo lo reconoce cuando en una de sus cartas dice que “el que no quiere trabajar, que tampoco coma”. En esta vida hay que ganarse la cosas con el trabajo y el mérito. Si dos personas se ofenden o se pelean, es responsabilidad del ofensor iniciar el proceso de reconciliación para convencer al ofendido de que perdone y otorgue la paz. Las cosas tanto materiales como intangibles tienen un precio y se adquieren tras una prestación del algún tipo. Por eso las plazas fantasma son delito. Los regalos son gestos de gratuidad y atenúan el “doy para que me des” de las relaciones ordinarias. Pero con frecuencia la gratuidad es aparente, porque quien regala espera recompensa y reconocimiento.

Esa lógica se traslada equivocadamente a las relaciones con Dios. Se le ofrecen oraciones y donaciones a cambio de que Dios resuelva una necesidad. Y cuando no sucede, decimos que Dios no escuchó la oración ni valoró la ofrenda. Pensamos que debemos convencer a Dios de que nos perdone los pecados, pues pensamos que Dios está más bien inclinado a castigarlos y reivindicarse.

Pero en el régimen cristiano las cosas son al revés. Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos cuenta que cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios y descubrieron que estaban desnudos, se escondieron de su vista. Sin embargo, Dios bajó, los buscó, los llamó y los encaminó en su nueva vida de pecadores bajo su misericordia. En el momento cumbre de la historia humana, Dios envió a su Hijo, sin que nadie se lo hubiera pedido, para mostrarnos que nos ama, nos perdona y nos convoca a la vida con Él.

Nosotros no convencemos a Dios de que sea misericordioso; es Él quien por medio de Jesucristo nos ofrece el perdón de antemano y nos suplica que nos convirtamos para recibirlo. Si nos pide que oremos por nuestras necesidades, no es para que le informemos de cuáles son y lo convenzamos para que nos las dé, sino para que, con la oración, se incremente nuestro deseo de Él, el mayor bien que podamos recibir.

Las parábolas de la misericordia de Dios que el evangelista Lucas narra en su capítulo 15 exponen esa dinámica. El pastor de cien ovejas, al que se le pierde una, no espera que esa una regrese, sino que la va a buscar. La mujer que perdió una de sus diez monedas de oro no espera que la casualidad se la devuelva, sino que barre la casa hasta encontrarla. Y aquel padre que repartió su herencia entre sus hijos, no olvidó al que se marchó de casa y la malgastó. Al contrario, el recuerdo de la bondad del padre motivó el regreso del hijo a casa, y cuando el padre lo vio a la distancia no lo esperó con una reprimenda, sino que le salió al encuentro con el perdón. Los tres protagonistas de esas parábolas representan a Dios, creador de la gratuidad, que nos urge a que la introduzcamos también en nuestras relaciones.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.