MIRADOR

Mientras hay muerte, hay esperanza

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Las manifestaciones, bloqueos, cortes o bochinches de estos días transmiten mensajes —más allá de la movilización— que no hay que dejar pasar. Uno de ellos pone de manifiesto que el elitismo y los grupos de presión no son únicamente ladinos, sino que también existen en la organización indígena. En resumen: lo mismo que se cuestiona desde un sector aparece en el otro y las quejas de “criminalización de la protesta social” se reflejan en la “criminalización de discursos que no gustan”. ¡Mismas mañas!

' El modelo de “despedir a unos y contratar a otros” ya se ha hecho, y no ha resultado, aunque podemos insistir en repetir errores.

Pedro Trujillo

Otra cuestión es la insistencia en mensajes sobre personas. Con nombres y apellidos se pide la renuncia de unos y se elogia a otros, pero nadie habla de instituciones. El modelo de “despedir a unos y contratar a otros” ya se ha hecho, y no ha resultado, aunque podemos insistir en repetir errores, lo que Einstein denominó estupidez humana. No hay propuestas y discusión sobre cambiar el sistema electoral o de comisiones de postulación, así que en un año, una, y en dos, el otro, repetiremos procesos con idénticas normas, lo que nos conducirá al tradicional y experimentado fracasado. Se podría debatir sobre cómo darle validez al voto nulo, elegir en una vuelta o hacerlo por un método diferente —ejemplo: elección por preferencias—, pero no nos molestamos en ello. Las comisiones de postulación no funcionan, aunque seguimos insistiendo, y evidentemente los resultados serán los conocidos. La razón de tal obstinación no es otra que ver como contar con suficientes probabilidades para elegir “a los míos”, lo que incita a mantener el sistema y no buscar otro neutral que reste posibilidades al grupo.

La tercera lección de las protestas es que hay que cambiar muchas cosas, y hacerlo pronto. El sistema educativo, el de salud, el de prisiones, el judicial…, no funcionan; casi nada funciona, porque el sistema topó. En el mediano plazo se percibe un horizonte caótico, violento y de desasosiego, así que enfrentamos el reto de escucharnos y ponernos de acuerdo o llegaremos al punto en que nos destruiremos. Las lecciones por el mundo apuntan a que el cambio suele ser a peor cuando se dan esas circunstancias, por tanto estamos a tiempo de buscar fórmulas y diseñar el plan adecuado para hacerlo al ritmo posible, deseable y que lo permita la situación social y económica, o se impondrán unas condiciones que subirán el ánimo unos años para caer en la más profunda depresión en los siguientes, tal y como muestra Cuba, Venezuela o Nicaragua.

Podemos buscar a personas que nos gusten y desechar a aquellas que nos repelen —forma tosca de hacer las cosas— o bien apostar por consolidar las instituciones buscando ese cacareado bien común que la mayoría traduce equívocamente como interés particular o grupal. El reto está claro, las señales más que evidentes y el hartazgo a punto de llegar a su cenit.

Hay que cambiar lo que está mal: el sistema, y no focalizarse en las personas. El problema de no pensar así es que cuando el personaje no es de nuestra cuerda nos enoja, y despotricamos de todo aquel que lo defiende o no cuestiona. Clamamos ayuda a los USA para que sigan confeccionando listas de antidemocráticos, corruptos o similares, pero eso ocurrió en la era Trump y, los mismos que ahora piden ayuda, se quejaban entonces estruendosamente. Cuando nos gusta, alabamos a los del Norte; si nos disgusta, los acusamos de intervencionistas. Una especie de paranoia sin sentido que únicamente obedece a preferencias ideológicas o viscerales de cada quien y apunta a una única solución viable: desarrollar instituciones en vez de apostar por personas.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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