CATALEJO
Parlacén debe ser disuelto a la brevedad posible
El presidente Alejandro Giammattei arrancó nutridos aplausos cuando en el V Encuentro “Centroamérica, amenazas y oportunidades compartidas; un destino común”, dijo: “Al Parlacén lo modificamos o lo cerramos”. Eso significa el inicio del fin de este ente convertido ahora en guarida de políticos corruptos, además de ser un inútil centro de charlas etílicas y de sugerencias etéreas pagadas a precio de oro por los pueblos del istmo. Roberto Carpio, uno de sus propulsores, decía: “Nací guatemalteco y quiero morir centroamericano”, y parece haber llegado el momento de ese sueño, pero faltan acciones muy concretas.
En el menor tiempo posible, el Parlacén debe ser cerrado y sustituido por una entidad con menos miembros, escogidos con estrictos criterios, sobre todo en cuanto a integridad personal, idoneidad y hojas de vida de alta calidad. Esto debe hacerse así para evitar la permanencia por cuatro años más de sus integrantes actuales. Los llamados a la unidad centroamericana en el aspecto económico deben ser acompañados por una institución política de primer orden, entre cuyos frutos deben estar los criterios políticos para levantar la unidad del istmo. Guatemala, pionera en los esfuerzos de integración, puede hacer lo mismo esta vez.
Un nuevo Parlacén, con otro nombre a causa del desprestigio provocado por los politiqueros irresponsables, es necesario para darle un marco común a la unidad económica. El pragmatismo, bien entendido, debe imponerse y analizar las realidades puramente económicas de los países. El interés internacional se centrará, no me cabe duda, en el tamaño posible del mercado, al cual en el istmo se le deben colocar marcos legales con el objeto de asegurar el mayor beneficio posible para la mayor cantidad de habitantes. La oportunidad está allí y el presidente Giammattei hizo bien en señalarlo con ese estilo suyo tan directo. El primer beneficio colateral de abrazar el unionismo debe ser precisamente ese.
Unidad en la diversidad
Con el fin de evitar el fracaso de este esfuerzo por lograr la unificación económica del istmo, además de establecer criterios comunes políticos, es necesario conocer por qué ha sido imposible reestablecer la unidad del istmo. La razón, por obvia, a veces es difícil de ver: porque los centroamericanos tenemos demasiados elementos distintos, cuyas bases son históricas, culturales, étnicas, por mencionar algunas. Así como Guatemala tiene en las montañas de Huehuetenango las cimas y los volcanes más altos, en una zona de alta población de descendientes de los mayas, las alturas del resto son muy distintas y están habitadas por grupos étnicos distintos.
No solo es en lo geográfico. La forma de ser de los nicaragüenses, su estilo de hablar es el más directo, menos protocolario, digamos, del resto. La historia de cada país tiene factores comunes, como las dictaduras, incluyendo a Costa Rica hasta la mitad del siglo pasado. Indudablemente, los guatemaltecos todavía tenemos el “complejo de la capitanía”, como acertadamente nos han dicho desde hace mucho tiempo nuestros vecinos. El caso costarricense se caracteriza por haberse considerado, con razón, un oasis de democracia en el desierto de las tiranías, pero ahora ha llegado el momento de entender la verdadera dura realidad.
La unión centroamericana en los campos político y económico debe ser planteada en el sentido de crear una nación de naciones, como se ha mencionado con certeza. Se puede crear y mantener la unidad entre las diversidades, porque es imposible cambiar la historia, el nivel educativo, cultural, y unificar en un cien por ciento los criterios de las élites, no solo económicas, sino de muchos otros grupos sociales, como los académicos, por ejemplo. Vale la pena recordar aquel viejo chiste, muy sarcástico, según el cual los centroamericanos somos hermanos, sin duda, pero solo de mamá. El reto es grande y debe ser enfrentado.