La buena noticia

Perdón y arrepentimiento

Dios no quiere que el pecador perezca, sino que se corrija, y para lograrlo, si es necesario, aprieta.

Estamos en la mitad del tiempo de preparación para la pascua.  Han transcurrido tres semanas de cuaresma y faltan tres semanas hasta la fecha en la que celebraremos la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.  La exhortación y predicación de la Iglesia durante este tiempo se desarrolla a lo largo de dos ejes temáticos.  Este es un tiempo para reflexionar sobre el gran amor y misericordia de Dios que llega al extremo de enviar a su Hijo a este mundo, para que quienes crean en él y expresen su fe a través de la recepción de los sacramentos de la Iglesia alcancen la liberación de la muerte, la sanación de las ambigüedades de la libertad y la posesión de la vida con Dios desde ahora y para siempre.  Ese es el tema principal.  El tema paralelo pero subordinado es la llamada a la conversión.  Si Dios tiende la mano de su perdón para rescatarnos, es obvio que a ese gesto corresponde la aceptación de ese perdón por medio de la conversión a Dios y la enmienda de la propia conducta para vivir en libertad constructiva.

Es Dios quien ha tomado la iniciativa de señalar las conductas que nos destruyen como personas.

Este es un aspecto que merece atención.  La lógica del arrepentimiento y el perdón cuando se refiere a Dios es justo la inversa de la que rige en las relaciones humanas.  En nuestras relaciones sociales, cuando una persona ofende a otra, el peso de la reconciliación cae sobre el ofensor.  Es él quien recapacita sobre su error o conducta impropia y a partir de esa conciencia se acerca a la persona a quien ofendió para suplicar por favor el perdón que pueda establecer la reconciliación.  No es raro que la persona ofendida niegue el perdón, pida más tiempo para mitigar su indignación, exija algún tipo de reparación previa.  El ofensor lleva el peso de suplicar el perdón hasta obtenerlo.

En el caso de Dios, las cosas ocurren justo al revés.  Es Dios quien ha tomado la iniciativa de señalar las conductas que nos destruyen como personas y con las que destruimos al prójimo y a sociedad en general y por eso lo ofenden a Él que quiere el bien de todos.  Es Dios quien muestra primero su misericordia y voluntad de perdonar al que lo ofendió con una conducta destructiva e impropia.  Esta voluntad de adelantarse a ofrecer el perdón encontró su expresión suprema en la muerte de Cristo en la cruz.  Es esa misericordia y ofrecimiento de perdón la motivación que tiene el ofensor para arrepentirse y cambiar.  Como el perdón de Dios no consiste en pasar por alto el pecado o declararlo inexistente, surte efecto purificador cuando el ofensor reconoce la propia falta, se arrepiente de ella y propone la enmienda.  Dios, el ofendido, o la Iglesia en su nombre, lleva el peso de suplicar el arrepentimiento del pecador hasta obtenerlo.

¿Dónde queda entonces el lenguaje del “castigo” tan frecuentemente asociado tanto en la Biblia como en la predicación con el pecado humano?  Depende de lo que entendamos por “castigo”.  Si se entiende como un ajuste de cuentas, como un desquite, como una venganza de parte de Dios, esa idea de castigo es ajena al proceder del Dios bíblico.  Si se entiende el “castigo” como apremio, como recurso para llamar a la conciencia y a la enmienda a través de la adversidad, el concepto es plenamente bíblico.  Dios no quiere que el pecador perezca, sino que se corrija, y para lograrlo, si es necesario, aprieta.  La Biblia aplica también la palabra “condenación” a la situación final de aquellos cuya vida acabó en fracaso ante Dios y ante sí mismos porque rechazaron la oferta de salvación que Él les ofreció.  En el evangelio de san Juan, Jesús explica que la condenación final es obra del hombre y no de Dios: “La causa de la condenación es esta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.