CATALEJO

Presidencia monárquica: mal fenómeno creciente

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La monarquía, tipo de gobierno vitalicio centrado en una persona, fue sustituido por el ideal democrático del gobierno del pueblo. Donde sobrevivió tuvo un cambio fundamental: separar la jefatura de Estado, mantenida por los monarcas, y la jefatura del gobierno, dependiente de un sistema político del cual nacen presidentes o primeros ministros. Así se refleja la voluntad popular expresada en elecciones a través de los partidos políticos, de distintas ideologías. Las dificultades de gobernar sin los valladares impuestos por la democracia —negociación y acuerdos— han provocado un paulatino aceptar los beneficios de decisiones sin atrasos propios del mando unipersonal. Pero como sería inaceptable pedir el regreso a un reinado, se busca y se ofrece una “presidencia monárquica.”

' Este fenómeno explica la creciente fuerza de Trump entre los republicanos y pone en riesgo la supervivencia o unidad del partido.

Mario Antonio Sandoval

Hay sociedades, como la guatemalteca, cuyos integrantes tienen en sí el germen de este tipo de monarquía, y por ello tendencia a votar por quienes ofrezcan mano dura, clara o solapada, y a rechazar a los gobernantes negociadores —no confundirlos con los tendientes al contubernio—. Los politiqueros lo comprenden y basan sus mensajes en frases de esa línea. Explica también la tendencia a considerar mejores gobernantes a los militares por considerarlos rígidos y severos. Es el mismo caso de países como El Salvador, donde el evidente monarquismo de Bukele, aunque haya tomado decisiones aplaudibles, explica el aumento de su popularidad. Un mensaje electrónico ya sugirió la prolongación de su período presidencial, y en México López Obrador hizo la misma insinuación.

En Perú y Bolivia existe un riesgo del triunfo de regímenes populistas, caracterizados por el culto a la personalidad de los presidentes, como lo hicieron Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa, con el esperado resultado de desastres económicos al ser imposible evitar un nepotismo al peor estilo de Daniel Ortega y de Nicolás Maduro, todos ellos antecesores de esa presidencia monárquica, de la cual tampoco puede escapar el colombiano Álvaro Uribe, quien cambió la Constitución para poder reelegirse pero fracasó cuando quiso hacerlo por segunda vez. Es difícil creer, pero una característica lamentable es la fácil aceptación de la ciudadanía, a pesar de ser la más afectada por esos pensamientos tan inconvenientes y trágicos, pero otorgadores de siquiera un poco de esperanza.

Según algunos, esto solo puede ocurrir en países sin tradición democrática, pero no es así. En Estados Unidos, Trump es claro ejemplo de presidencia monárquica, con el agregado de estar dispuesto ahora destruir o dividir al partido en republicanos y trumpistas con tal de satisfacer un ego exacerbado igualmente absolutista. Ya es el poder tras el trono del Partido Republicano, cuya superestructura interna ha cerrado filas alrededor de él. Quienes cometieron el pecado de criticarlo por sus acciones, sobre todo en el sangriento asalto al Capitolio, se han arrepentido, aterrorizados de perder la venia de Trump en las elecciones del medio período. Los políticos del partido, todos conservadores, no tienen alternativa: si no siguen las órdenes de su Zeus serán traidores y quedarán afuera.

Liz Cheney tenía el tercer lugar de la jerarquía republicana y su conservadurismo lo garantizaba ser hija del controversial exvicepresidente Dick Cheney. Pero su pecado mortal fue votar por el juicio político a Trump y negarse a calificar de robo a la elección. Trump “es un peligro para el partido, pero es nuestro peligro”, dijo antes de ser defenestrada. La cúpula nombró de inmediato a Elsie Stefanik, neoyorkina de 39 años —como Bukele— inexperta, exmoderada, pero ambiciosa y dispuesta a obedecer a ciegas a la figura ya monárquica y poder tras el trono republicano. Si pudiera hablar con Dios debería pedirle: “protégeme de mis amigos, porque de los enemigos me puedo proteger yo”.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.