CATALEJO
Un asesinato jamás puede ser obra de arte
HBO transmitió el viernes el documental denominado “El arte del asesinato político”, versión filmada del libro del mismo nombre escrito por Francisco Goldman, de raíces guatemaltecas. Conocí de él hace unos 30 años, cuando publicó en una revista de New York un artículo acerca de la situación social del país, y señaló a la sección de clasificados de Prensa Libre como el medio con el cual los ricos contactaban a mujeres jóvenes para emplearlas como sirvientas. En realidad, el porcentaje de anuncios que ofrecen empleos de ese tipo no era ni la tercera parte del 1 por ciento. Lo menciono porque fue una afirmación sin base, y eso me hizo dudar del verdadero objetivo del escritor cuando en el título calificó de “arte” a un brutal asesinato político.
' Hicieron falta referencias al destino de los protagonistas y a cómo se encuentran en el 2020.
Mario Antonio Sandoval
El horrendo crimen ocurrió hace 22 años, el 26 de abril de 1998, y la condena de cuatro involucrados fue el 8 de junio del 2001. Por primera vez fueron acusados militares en activo de un crimen de esas dimensiones, y la participación del sacerdote Mario Orantes le sumó interés morboso al asunto. Hoy, muchos protagonistas directos o indirectos ya murieron y poco a poco se ha ido desvaneciendo el caso. Pero el asesinato de monseñor Juan Gerardi significó un ejemplo de la imposibilidad de tratar abiertamente las masacres y otras violaciones de los derechos humanos. Con la mentalidad actual se le puede ver como el primer caso de este tipo, al cual han seguido otros más. El documental cuenta una historia desconocida, total o parcialmente, para la población de hoy.
Me senté a verla con el fin de saber cómo iba a tratarse ese espinoso tema y cómo iba a coincidir o no con mis recuerdos personales. Es buena su técnica cinematográfica y es sorprendente la gran cantidad de material fílmico de la época. El inglés hablado por mi exalumna Claudia Méndez Arriaza tiene muy alto nivel. El ritmo narrativo mantiene el interés y logra despertar emociones cuando se ven terribles escenas del crimen, cuando se escucha sollozar a algunos entrevistados, cuando se evidencia el inexorable paso del tiempo en quienes fueron testigos de los hechos, especialmente Ronalth Ochaeta y Rubén Xanax Xontay, el indigente-informante de la 2ª calle, y cuando menciona las teorías creadas alrededor del caso y la participación de expertos llamados.
Conocí poco a monseñor Gerardi, quien mientras era párroco del Sagrario me bautizó el último día de 1947. Pasaron los años y cuando eventualmente coincidimos en reuniones eclesiales, noté su sentido del humor y su repertorio de chistes de curas. Como muchísimos ciudadanos, me indignó el asesinato y la forma de cometerlo, en un sentimiento renacido al ver en el documental las escalofriantes tomas de su cuerpo ensangrentado. También creí en la complicidad del sui géneris sacerdote Orantes. Pocos días después del crimen, en un supermercado de la zona 2, un civil desconocido con corte de pelo militar y playera blanca, de la nada se me acercó y, mirándome fijamente, dijo con sequedad, “es un lío de huecos”, tras lo cual salió del lugar a pasos apresurados.
El documental queda corto en algunos temas. No menciona el asesinato del otro condenado, Obdulio Villanueva, decapitado en Pavón y cuya cabeza fue usada por otros reos como pelota de futbol; la muerte violenta de Byron Lima, y la de su padre por causas naturales el año pasado. No entrevistó a otros militares, periodistas, ni a los abogados defensores, funcionarios y especialmente a autoridades católicas actuales. Debió haber indicado al final, como he visto en otras películas documentales, el destino posterior de los protagonistas. Pese a tales faltas, los guatemaltecos de los tiempos actuales harán bien, tanto en la decisión de verla, como en la de abstenerse. Es cuestión de criterios y de interés en saber cómo murió y qué pasó al ser asesinado una autoridad católica de tanta jerarquía.