Comunicación efectiva

La comunión exige comunicación. Cuando ésta falla, se generan situaciones deplorables, llegando incluso al rompimiento o la separación. Estadísticas indican que la mala comunicación es uno de los principales problemas en más del cincuenta por ciento de las relaciones personales.

Toda relación personal experimenta conflictos y desacuerdos. Es natural que surjan, pues se trata de la convivencia de dos personas con distinta formación, criterios, valores y puntos de vista. El ideal de toda relación no es vivir sin conflictos, sino saber cómo enfrentarlos e incluso, utilizarlos convenientemente para el crecimiento de ambos. En todo ámbito, solo los buenos líderes saben resolver conflictos personales.

Hay quienes tienen temor al conflicto o al enfrentamiento, no se atreven a comunicarse de forma franca porque asocian el desacuerdo con gritos o reacciones violentas, quizás porque durante su etapa formativa fue el modelo de relación que recibieron en su círculo familiar.

¿Cómo lograr una comunicación efectiva? Debe ser fluida, franca y sincera. Implica que bajo ninguna circunstancia recurrir al silencio o asumir la actitud de avestruz; escondiéndose, ignorándolo o esperando que las cosas se resuelvan por si solas. Es necesario enfrentar la dificultad mediante la conversación franca.

Hay una frase entre los pescadores sicilianos cuando van a resolver una situación difícil. Se dicen entre sí “vamos a poner todo el pescado sobre la mesa” queriendo decir que al conversar sobre una dificultad no deben guardarse nada. De la misma manera que un pescado bajo la mesa al poco tiempo se pude y huele mal, lo mismo ocurre con algo que nos guardamos para sí y que podría ayudar a resolver el conflicto.

La conversación debe ser personal y tenerse en un lugar privado, en el momento adecuado. Nunca inicies una discusión por teléfono, por correo electrónico o en un lugar público. Es natural en los seres humanos que nos enojemos, pero no hay peor momento para tratar de resolver un problema como cuando los ánimos estar a flor de piel. Debemos esperar a estar calmados.

Se requiere prudencia en la forma de abordarlo. A veces no es lo que decimos sino la forma de cómo lo decimos. Hemos de atacar el problema, no a la persona, con frecuencia agravamos la situación con acusaciones hacia la persona sin conocer sus motivaciones o puntos de vista.

Jamás intentes cambiar a la otra persona, respeta sus puntos de vista, esfuérzate en comprenderlo con el mismo ahínco con el que buscas ser comprendido. Expresa tus sentimientos y preocupaciones de manera franca, pero a la vez escucha, comprende y responde con todo respeto y amabilidad.

Evita el uso de palabras cargadas de emoción o frases hirientes. Hazte responsable de tus propias opiniones, palabras, y acciones. No trates de victimizarte, acepta la posibilidad de que estés equivocado, y sé maduro en reconocer tus errores.
Al abordar un problema no los mezcles con otros problemas pasados o presentes, sino enfrenta uno a la vez, luego el siguiente. No aproveches el momento para descargar rencores guardados. Tampoco incluyas a terceros en una discusión.

Esto es un foco de conflicto en las relaciones conyugales y familiares, cuando uno de los padres sale a colación en una discusión.

Finalmente, una vez logren resolver sus diferencias, aprendan a perdonarse mutuamente. No hay mejor bálsamo para el alma que el perdonar y ser perdonado. Esto libera de amarguras y resentimientos al alma y permite restaurar relaciones rotas.
Por sobre todas las cosas, valora a la persona, no a las cosas o intereses personales.

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