PRESTO NON TROPPO

Cuatro chelistas en Washington D.C.

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

|

O, para ser más exactos: cuatro violonchelistas guatemaltecos en el “Primer Congreso Mundial del Violonchelo”, que se llevó a cabo en los alrededores de la capital de los Estados Unidos, hace seis meses… y 30 años. El evento se inauguró el 7 de junio de 1988 y durante varios días convirtió a la Universidad de Maryland —que funcionó como sede del evento— en el centro de atención de los chelistas de todo el mundo.

Aun cuando no pudieron asistir algunos de los notables del instrumento, aquello fue ocasión de un encuentro espectacular: Paul Tortelier, Zara Nelsova, Bernard Greenhouse, Miloš Sadlo, Gary Hoffman, Steven Isserlis, Maria Klingel, Maurice Baquet, Siegfried Palm, Arto Noras… y ¡400 ejecutantes más! que proveníamos de todo el planeta. Y todos, todas, guiados por uno de los artistas más importantes del siglo XX, violonchelista él también, Mstislav Rostropovich. Mi honor y mi privilegio fue formar parte de la delegación guatemalteca, al lado de los maestros Eduardo Ortiz Lara, Alfonso Alvarado Coronado —en aquel entonces respectivamente principal y asistente de la sección de chelos de la Sinfónica Nacional— y mi padre, Manuel Alvarado Coronado.

El acontecimiento se constituyó en un escaparate para una gran variedad de conciertos, conversatorios, conferencias, exposiciones, demostraciones, venta de instrumentos acústicos y eléctricos, partituras y grabaciones, e inició una serie de otros simposios “chelísticos” internacionales que se siguen verificando hasta la fecha. Sobre eso, en lo personal, una serie de experiencias muy enriquecedoras. Presenciar recitales orientados específicamente a la interpretación de obra contemporánea para violonchelo, alejada del acartonamiento y los condicionamientos escolásticos. Ensayos espontáneos con músicos que nunca antes había visto en mi vida. Pláticas inquietantes, con temáticas relevantes a la actuación escénica, a la exploración de nuevos repertorios y técnicas, a la instrucción musical. Preguntas, muchas preguntas. ¿Estudiar únicamente si se puede dar la talla como profesional internacional del instrumento? ¿Disuadir a quienes no correspondan con la inversión realizada por las instituciones educativas? ¿Competencias, certámenes, títulos, trayectoria académica como elementos de juicio para calificar a un músico? Intercambios con una profesora escocesa, un solista yugoslavo, un administrativo portorriqueño, un lutier norteamericano. Tomar parte en una entrevista que salió esa misma semana en el Washington Post. Un momento singular, cuando el maestro Tortelier me brindó, sin mayor ceremonia, una clase individual en uno de los salones universitarios durante un receso en el atiborrado programa de actividades. Ni qué decir de las tertulias y las charlas informales con chelistas jóvenes que se hacían las mismas preguntas que yo, aunque viniéramos de países y ámbitos muy diferentes.

En última instancia, al rememorar aquellos instantes que vivimos juntos con don Guayo, don Poncho y don Meme, y compartirlos con mis estimados lectores, no puedo dejar de pensar en la camaradería que logró impregnar en nosotros la preparación del último punto en la agenda de esa intensa semana: el concierto de clausura, bajo la batuta de Rostropovich. Doscientos de los chelistas participantes acordamos interpretar conjuntamente, entre otras composiciones para ensamble de violonchelos, La Gran Bandera de Tortelier; Cellos, de Morton Gould, y la Sardana de Pablo Casals. Una hermosa aventura musical que no puedo imaginar exclusiva para músicos, sino como un símbolo para todos los seres humanos.

presto_non_troppo@yahoo.com

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: