EDITORIAL
Diálogo solo funciona con empatía y ética
La palabra diálogo ha sido tan recurrentemente utilizada para numerosas interacciones que poco tienen que ver con la intención de solucionar conflictos. Se ha empleado para aplazar, relegar y hasta para fingir interés en diversos capítulos de la historia de este país. Producto de ello, proliferan la desconfianza, las discusiones periféricas y también los extremismos que llegan a aparentar disposición para construir puentes con la parte opuesta, pero terminan quemándolos y quedándose del mismo lado sin lograr avanzar.
El diálogo se puede y debe potenciar como mecanismo de resolución de conflictos de todo nivel, pero requiere una reeducación acerca de su verdadero sentido. Uno de los grandes mitos o desviaciones de este valioso concepto es convertirlo en un resorte para ganar tiempo que permita salir del momento crítico y luego olvidarse de buscar una solución.
El diálogo auténtico requiere de pautas claras previamente establecidas de buena fe, a fin de que los argumentos expuestos por los participantes sean escuchados y respetados en equidad de condiciones. Este respeto no significa que se vaya a complacer en todo a todos, puesto que intentar tal despropósito solo prolonga las discusiones y las conduce por callejones de interminables objeciones que conculcan la finalidad del intercambio.
Desde el inicio, debe quedar claro y aceptado por las partes que resulta materialmente imposible complacer a todos en todas sus exigencias, por lo cual quienes entran a una mesa de conversación deben contar con la representatividad suficiente, la capacidad racional y ejecutiva de tomar decisiones y de sacrificar parte de sus demandas en favor de un bien común. Cuando los reclamos, las demandas y hasta las actitudes se tornan intransigentes o dogmáticas, el diálogo pierde su nombre y los interlocutores tal calidad, puesto que se tornan en una suerte de dictadorzuelos frustrados que simplemente sabotean los esfuerzos de los demás.
La prolongada toma de la Universidad de San Carlos es una muestra de la discapacidad dialógica que aqueja incluso a sectores que supuestamente están formándose para ser profesionales éticos. Cuando ya se tienen acuerdos y corresponde reabrir las instalaciones para que puedan retornar decenas de miles de estudiantes, argumentan que aún deben consultar a supuestas bases, cuya composición, filiación o representatividad se desconoce. Bajo el aspecto de inclusión se cuela una nueva dilación que representa una pérdida colectiva de tiempo, recursos y costo de oportunidad.
Un verdadero diálogo implica voluntad y acción, no solo anuncio y discurso. El gobierno saliente ofreció al presidente electo información y apertura para emprender la transición, pero hasta ahora esto no ha ocurrido, sobre todo en lo referente a las oscuras negociaciones del acuerdo migratorio de tercer país seguro con EE. UU. Esto es sintomático, sobre todo cuando, a cuatro meses y 15 días de fenecer, se nombra como nuevo embajador ante la ONU a un allegado presidencial, sin tomar en cuenta a los ya próximos sucesores. La ventaja radica en que el calendario sigue corriendo, y en ese lapso se puede convocar a un diálogo nacional abierto, serio y edificante para afrontar los desafíos inminentes. En el país existen aún ciudadanos y sectores con integridad, coherencia y empatía suficientes para lograr los acuerdos que otros ni se molestan en buscar.