EDITORIAL

Dictador le tiene terror a la verdad y la libertad

Aunque la dupla dictatorial nicaragüense integrada por Daniel Ortega y Rosario Murillo insistan en invocar el poder divino, sus actos y barbaridades contradicen tales afirmaciones, que se tornan farisaicas y hasta blasfemas. Y pese a que contraten a telepredicadores internacionales para tratar de lavarse la cara, sus supuestos deísmos carecen de espíritu cristiano. “Estar aquí en la cárcel, en vez de intimidarme, me da más valor y fuerza para seguir luchando por mi Nicaragua y por todos mis hermanos nicaragüenses”, escribió desde la prisión el ministro de culto evangélico Wilber Pérez, condenado a 12 años por exigir la liberación de presos políticos.

La semana recién pasada fueron secuestrados por fuerzas policiales dos sacerdotes católicos, quienes desde el púlpito han reclamado justicia y democracia para los fieles nicaragüenses. Hace un año fue arrestado el obispo Rolando Álvarez, por denunciar las arbitrariedades y abusos del gobierno despótico. Sometido a un juicio sumario, viciado y malintencionado, no quiso irse al exilio y prefirió quedarse a acompañar en la fe a encarcelados por la represión orteguista. Fue sentenciado a 23 años de prisión, casi en aislamiento, pero tal injusticia solo fortalece su voz.

Ortega envió al exilio y declaró apátridas a decenas de intelectuales, políticos, estudiantes y ciudadanos nicaragüenses que exigían libertades y recuperación del estado de Derecho. Entre ellos había precandidatos presidenciales, porque no toleraba adversarios para su amañada reelección en el 2021. En agosto último ordenó el cierre de la Universidad Centroamericana, la última casa de estudios privada sobreviviente, y proscribió a la Orden de la Compañía de Jesús, que tampoco se plegó a sus ínfulas necias.

Ortega tiene miedo al conocimiento, al pensamiento crítico, a los cuestionamientos, a las exigencias de libertad, a la prensa independiente, a la democracia. Sí, tiene pavor a la historia, porque esta refleja cómo los déspotas siempre caen a causa de sus abusos y selectividades. Sus mismos adláteres y afectos llegan a ser sus detractores cuando la población se decide a reclamar justicia, paz y libertad. No hay crecimiento económico que justifique ejecuciones y detenciones extrajudiciales. No hay propaganda que oculte la falsedad de caudillos devenidos en opresores, tanto o más abyectos que aquellos a los que alguna vez combatieron.

El 4 de septiembre, Ortega celebraba como un espaldarazo regional una medalla que la Conferencia de Fuerzas Armadas Centroamericanas decidió otorgar, en diciembre del 2022, a todos los presidentes de los países miembros. No hay mayor mérito en una distinción repartida en grupo. Preocupa, sí, que a pesar de los abusos del régimen sandinista, agravados desde el 2018 y cometidos tanto por fuerzas policiales como militares, el ministro de la Defensa de Guatemala haya accedido a tal acuerdo sin siquiera razonar su voto de viva voz, al menos si su postura es, como debería, a favor de las garantías constitucionales del país.

Es deleznable cualquier perversión del poder público y la malversación de recursos legales para eliminar a candidatos y partidos opositores. Son criminales las acciones de la fiscalía y del sistema judicial nicaragüense para censurar y encerrar a quienes denuncian atropellos a los derechos humanos. Por tal razón, es inevitable el retorno de un régimen democrático y el final de dicha dictadura, como de tantas otras, sobre todo porque se han puesto a pelear contra Dios y sus auténticos creyentes. El reloj sigue su cuenta inexorable.

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