EDITORIAL

Dos procesos cruciales en América del Norte

En Estados Unidos falta prácticamente un semestre para la elección presidencial entre Biden y el exmandatario Donald Trump: un pulso prácticamente inédito.

El próximo 2 de junio están convocados a las urnas 98.2 millones de mexicanos para elegir a quien sucederá al presidente Andrés Manuel López Obrador  a partir del 1 de octubre.  Prácticamente es un hecho   que le entregará el mando, por primera vez en la historia de México, a una mujer. Encabezan las encuestas la candidata oficialista Claudia Sheinbaum y la líder opositora Xóchitl Gálvez, impulsada por la coalición de los expartidos oficialistas PRI y PAN,  aliados con el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Según las encuestas, Sheinbaum tiene un 50 y 65% de preferencias, y su principal contrincante ronda el 30%.

El mandatario mexicano ha sufrido desgaste a causa de las graves cifras de violencia —unos 30 mil asesinatos en 2023—,  sus declaraciones acerca de negociaciones con grupos de narco,  los fuertes cuestionamientos por posible corrupción en varios proyectos y su abierta intolerancia a la prensa independiente. En el plano migratorio,   anunció en 2022 un plan de apoyo al Triángulo Norte para impulsar el desarrollo y frenar el éxodo, pero desde entonces no se ha conocido mayor avance; de hecho, hace tres días, él y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acordaron una “acción conjunta” al respecto, aunque sin especificar medidas.

De todos los temas mencionados, sin duda alguna el más preocupante para Guatemala es la pugna entre carteles del narcotráfico en el fronterizo estado de Chiapas, que constituye un puente estratégico para el trasiego. Autoridades de seguridad guatemaltecas han declarado que no existe mayor riesgo para nuestro territorio, pero sin explicar en qué fundamentan esa aseveración. Civiles chiapanecos exigen al Gobierno actuar contra los delincuentes e incluso la presidenciable oficialista fue detenida en un retén de autodefensas que le hicieron el mismo pedido.

Mientras tanto, en Estados Unidos falta prácticamente un semestre para la elección presidencial entre Biden y el exmandatario Donald Trump: un pulso prácticamente inédito, no solo por las circunstancias judiciales que rodean a este último, sino por la evidente demostración de ambos partidos de no contar con un relevo generacional político inmediato. Esto  parece apuntar a un escenario político de creciente polarización y a la vez de incertidumbre, sobre todo en el abordaje del tema migratorio.

Para Guatemala, la continuidad de Biden podría significar mantener el impulso de políticas de cooperación y estímulo a la inversión dirigidas por su vicepresidenta, Kamala Harris, pero nada claro hay respecto de los guatemaltecos que ya se encuentran en territorio estadounidense.   La acumulación de migrantes de todo el mundo en la frontera con México y el miedo fomentado por discursos xenofóbicos, así como algunos actos delictivos de ciertos hispanos, parecen favorecer a Trump, quien ofrece medidas aún más radicales que las de su primer mandato. Recientes encuestas los muestran en un virtual empate, mientras, muy de lejos, los sigue Robert Kennedy Jr., sobrino del expresidente John F. Kennedy, cuyas posturas previas antivacunas y declaraciones polémicas poco ayudan a consolidarlo como una tercera fuerza conciliadora.

Ciertos malinchistas locales  se cuelan en actividades trumpistas para despotricar, en muy mal inglés, contra Biden. Es como si supusieran que  una eventual victoria de Trump conllevará un cambio en las acciones    contra  la corrupción en  Guatemala, pero fue de hecho en su último año de gobierno que comenzó la lista negra del Departamento de Estado, al percatarse de que la corrupción en el Triángulo Norte era una de las principales causas de la migración, una convicción bipartidista que no ha variado.

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