EDITORIAL
Muerte de papa emérito cierra inédito período
El próximo febrero se cumple una década de la renuncia del papa Benedicto XVI, que condujo a la elección del actual pontífice Francisco, quien siempre visitó frecuentemente, pidió consejo y con fió en la oración a su predecesor, quien vivió en la residencia Mater Ecclesiae del Vaticano hasta su deceso, ayer a los 95 años.
Se cierra así el período que algunos llamaron “de los dos papas”, una etapa de renovación para la Iglesia Católica a través de diversos procesos, incluyendo el actual sínodo aún en marcha, para escuchar el sentir, las propuestas y las expectativas de las comunidades de todo el mundo: un camino de diálogo y consenso a la luz de las grandes verdades de fe impulsado por Francisco.
Sin embargo, hace seis décadas, el entonces obispo Joseph Ratzinger, respetado teólogo alemán, se perfiló como una de las figuras claves en el desarrollo y formulación de los grandes cambios introducidos en la liturgia y la pastoral eclesiástica a través del Concilio Vaticano II, desarrollado entre 1962 y 1965, cuya trascendencia sigue siendo palpable y todavía en continuo proceso para los católicos hasta hoy día.
Así también, Ratzinger, como encargado de la Congregación de la Doctrina para la Fe, la antigua Inquisición, fue fundamental para la configuración del vigente Catecismo de la Iglesia Católica, presentado en 1992 durante el papado de San Juan Pablo II.
Su designación como papa en 2005 fue lógica para buena parte de la Iglesia y polémica para sectores externos, que juzgaban en él a un purista, pese a que fue defensor de la apertura generada cuatro décadas antes. Su pontificado se vio sacudido por escándalos como la filtración de documentos -efectuada por un exmayordomo papal-, denominada Vatileaks acerca de pugnas en la curia y la lucha contra el lavado de activos, o el estallido de múltiples casos de pederastia cometidos por sacerdotes y obispos en EE.UU., Canadá y varios países de Europa sacudieron su pontificado. Sin embargo, desde años atrás, Ratzinger estaba dentro de los impulsores de fuertes medidas para castigar a estos delincuentes.
Medios liberales le aplicaron el mote de “Rottweiler de Dios” debido a su fuerte defensa de dogmas y principios de fe en contra del aborto y la eutanasia. En apariencia era una intolerancia ciega, pero Benedicto XVI siempre afirmó que en el fondo de todas sus apologías siempre estaba el concepto más profundo del amor y la caridad. Afirmaba que la verdad no puede mutar según las épocas, las conveniencias y menos aún, las apariencias.
En su encíclica Deus caritas est, “Dios es amor”, fundamentó: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo ‘piadoso’ y cumplir con mis ‘deberes religiosos’, se marchita también la relación con Dios”. En otras palabras, rechazaba de esta manera el pietismo, que se basa en rituales, fórmulas o fes privadas que dejan de lado la caridad con el prójimo. Así también, se abría a otras creencias pero sin dejar puerta libre a los católicos, pues para ellos está claro o debería estarlo, el sentido de unidad, de respeto y de credo.
Benedicto XVI condenó con fuerza el relativismo, como una expresión de conveniencias, de asunciones individuales y de pareceres temporales que pueden tener aspecto de verdad e incluso contar con un fragmento de ella pero insertado dentro de otros fines. En contra de tal postura, el pontífice recomendaba la práctica de la humildad para reconocer todo aquello pendiente por aprender.
En febrero de 2013 anunció súbitamente su dimisión al papado: un hecho que no había ocurrido en cinco siglos. Como causal invocó su incapacidad física para hacer frente a las exigencias de su cargo. Aquel suceso desencadenó toda clase de especulaciones conspiracionistas o apocalípticas; sin embargo, abrió nuevos caminos para los creyentes católicos y les legó un magnífico sucesor en el trono de San Pedro, quien siempre elogió la trascendental tarea de erudición, consejo y plegaria que asumió Joseph Ratzinger a lo largo de su última década de vida , sin falsos protagonismos: así como lo hizo a lo largo de toda su vida.
El próximo 5 de enero, por primera vez en la historia un papa celebrará las exequias de su antecesor.