EDITORIAL

No hay tragedia ajena

Brenda Cetino

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Guatemala es un pueblo de gran espiritualidad, con tradiciones místicas y manifestaciones de fe que hunden sus raíces en la memoria ancestral. Sin importar el credo que se profese, hay una confluencia de valores trascendentales que no se quedan únicamente en el campo de la vivencia personal, sino que se reflejan en el proceder cotidiano.

La tradición cristiana de conmemorar el Día de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos, el 1 y 2 de noviembre, empezó a configurarse hacia el siglo III, pero se consolidó en el siglo VII, en las fechas mencionadas, y pervive hasta ahora en muchas familias, a través de la costumbre de visitar las tumbas de los seres queridos, aunque este año no se desarrollará, a causa de las medidas sanitarias para evitar aglomeraciones en los camposantos.

El país, igual que todo el mundo, ha vivido un año trágico debido a la pandemia, y es por ello que el tono del título de este editorial puede sonar a una elegía dedicada a la memoria de las víctimas del covid-19, que ya suman 3 mil 729 en Guatemala. Prácticamente no hay un solo guatemalteco que no conozca a alguien que haya dado positivo o que lamentablemente haya fallecido. Es por ello que Prensa Libre hizo una convocatoria para recordar a esos seres amados, expresar sentimientos de ternura y recordar con encomios su legado. Tales testimonios se comparten hoy a toda la comunidad, como una expresión de solidaridad, de respeto y también de acompañamiento.

No existe tragedia ajena, porque es en la adversidad cuando más se unen los guatemaltecos. No hay tragedia ajena porque el riesgo continúa. No puede ser ajena la tragedia porque la responsabilidad ciudadana común debe enfocarse en frenar la propagación de la enfermedad, mediante el respeto a las medidas de precaución, abundantemente difundidas pero a veces ignoradas. El infortunio ha tocado la puerta de muchos hogares. La pérdida de cada persona es irreparable, deja muchas preguntas sin respuesta y a la vez nos coloca frente a una cruda realidad: todos somos vulnerables.

No se trata de vivir con pavor o permanente fobia a salir a la calle, pero sí de tomar plena conciencia de que la alerta aún no ha terminado. Europa, con todo y su desarrollo en materia de servicios de salud, pasa en este momento por un repunte que ha obligado incluso al cierre de negocios. En ciudades de Estados Unidos hay nuevos toques de queda, ante una temida segunda ola.

Por otra parte, en la coyuntura que vive Guatemala, la pandemia es solo una más de las fuentes de preocupación por el porvenir económico e institucional del país. Los señalamientos de descontrol y manejo ineficiente de los recursos públicos son síntomas de otra epidemia que amenaza con socavar la institucionalidad: la corrupción. Asimismo, se encuentran pendientes de atender de forma sistemática el combate de la desnutrición crónica, la mejora de la calidad educativa y una agenda de competitividad. La gran esperanza radica siempre en esa mayoría ciudadana responsable de sus obligaciones, convicciones éticas y acciones coherentes, que trascienden a través del ejemplo para las futuras generaciones.

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