EDITORIAL

Vocación exportadora debe ser reforzada

A pesar de los reveses logísticos que trajo la pandemia en 2020, las exportaciones guatemaltecas consiguieron en buena medida mantener la tendencia de crecimiento prevista e incluso superior. Es el caso del cardamomo, cuyo crecimiento se aproximó al 60% respecto del 2019, lo cual marca una oportunidad y a la vez un desafío para los productores, así como para las autoridades relacionadas con el comercio exterior.

Otro dato significativo es el número de países a los cuales Guatemala pudo vender durante el último año: 146. Si bien Estados Unidos, El Salvador y Honduras son los principales destinos de productos nacionales, ya sea de materias primas o manufacturas, es evidente la posibilidad -y obvia la necesidad- de diversificar la clientela global, en primer lugar como estrategia para asegurar ingresos, y también como una vía para potenciar el desarrollo en regiones del país que puedan convertirse en nuevos focos productivos.

Guatemala es un país que se distingue por la excelencia de productos como azúcar, café y textiles, los cuales, de alguna manera, pudieron verse afectados por las circunstancias de la pandemia. Aun así es posible prever un mejor ciclo de exportación en 2021. También hay un gran potencial en la venta de legumbres, flores y licores, que exigen una promoción renovada y enfocada en nichos del mercado exterior.

Es preciso trazar un plan nacional de largo plazo que detecte las tendencias globales de consumo, genere incentivos para la innovación y permita una diversificación de destino y oferta de productos. Debe tener coherencia política, para que se prolongue más allá de un gobierno, y visión integral para insertarse en regiones donde se necesita generar empleos y mejores condiciones para el desarrollo.

No se trata de regalar bonos o subvenciones indefinidamente, sino de crear un marco favorable a la inversión que propicie la generación de empleo. Esto implica acondicionar la infraestructura vial para reducir los costos de transporte, optimizar con tecnología los procesos aduaneros para agilizar el tránsito de mercancías, y combatir a toda costa la corrupción para evitar sobrecostos.

De forma paralela, debe echarse a andar un proceso de mejora educativa en todos los niveles, pero sobre todo en el diversificado, para que los jóvenes adquieran la aptitudes que demanda una economía competitiva. Un ejemplo de este déficit de competencias es el idioma inglés. La economía naranja, compuesta en buena medida por los centros de llamadas, precisa de colaboradores bilingües para mantener su tendencia de crecimiento, ya que por ahora ni siquiera las plazas existentes se pueden llenar debido a la falta de estas habilidades. No obstante, la visión educativa debe ir más allá, para atraer hacia el país centros de manufactura tecnológica, como los que tienen reconocidos gigantes de la industria digital en Costa Rica.

Finalmente, no se puede ignorar el aspecto climático en la visión de productividad exportadora. Los efectos de las tormentas Eta e Iota en el nororiente del país exhiben la necesidad de tener protocolos de contingencia, contratos de aseguramiento y planes de diversificación de cultivos. Pero si a pesar de los daños el país logró exportar arriba de US$11 mil millones, ello constituye un signo de esperanza para la mejora de cifras macroeconómicas y también para frenar el éxodo al norte, cuya raíz está en la escasez de oportunidades.

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