EDITORIAL

El vecino del norte decidirá su futuro

Unos 89 millones de mexicanos están convocados mañana a las urnas, en un proceso en el cual elegirán presidente, algunos gobernadores, congresistas, senadores, el jefe del gobierno de la principal ciudad del país y más de tres mil cargos locales, en unos comicios en los que todo parece indicar, de acuerdo con la mayoría de sondeos, que el otrora todopoderoso partido oficial volverá a sufrir una derrota.

Si los resultados coinciden con las tendencias de los sondeos, el aspirante de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, sería el nuevo presidente mexicano, pues las mediciones le dan una clara ventaja sobre los otros contendientes y porque un voto hace la diferencia, al no existir la segunda vuelta.

No es que el candidato del grupo Morena sea una promesa para cambiar un cuadro lamentable de corrupción y violencia en el vecino país, agudizado durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, sino más bien su ascenso se explica a través de la degradación de muchos otros indicadores, debido a la inexperiencia del actual mandatario, a casos de corrupción señalados en su entorno y a incontrolables niveles de violencia, marcados por el narcotráfico y la impunidad.

México ha llegado a niveles inconcebibles de violencia homicida y llegó incluso a convertirse en uno de los países donde más personas mueren de manera violenta, incluyendo a periodistas, políticos opositores locales, activistas sociales, líderes comunitarios e incluso policías que combaten a las mafias organizadas.

Esa debacle gubernamental y las incoherencias entre discursos y acciones ha sido la causa del deterioro del oficialismo, un descontento que ha beneficiado a López Obrador. Esta eventual victoria ha sembrado el pánico entre ciertos sectores conservadores y en parte del sector empresarial más fuerte, que ha hecho que muchos de sus integrantes busquen acercamientos con quien podría salir victorioso este domingo.

El aspirante oficialista también ha incurrido en diversos errores de estrategia y discurso, aunque quizá el más garrafal sea haber creído que podía representar una nueva versión de un gobierno y un partido que no cumplió con las ofertas electorales al volver a ocupar la residencia oficial Los Pinos.

Si el aspirante López Obrador sale victorioso, tendrá un muy difícil reto para los próximos seis años y además existen altas probabilidades de que se convierta en otro fiasco para los mexicanos, debido a que de alguna manera también representa una forma de hacer política más ligada a las prácticas de antaño que a los modelos democráticos descentralizados y eficientes.

El nuevo gobernante debe empezar por reconocer a quien lo elige y no a quienes ahora se acercan a patrocinarlo o adularlo. Favorecer a ciertas élites puede dar cierto apoyo pasajero, pero los amores se agotan con los azares de la política.

Quizá también le sirva revisar como modelo al actual presidente de Guatemala, quien llegó como abanderado de la lucha ciudadana anticorrupción, la cual traicionó con sus acciones y filiaciones, aunque se empecine en afirmarlo en cuanto discurso pronuncia, como si repetirlo una y otra vez pudiera borrar lo que sus hechos gritan con elocuencia.

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