CON OTRA MIRADA

Las tradiciones y el politraumatismo del Diablo

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Las vacaciones del ciclo escolar, a mediados de octubre, luego de cuatro meses de lluvia, llegan acompañadas de un clima frío y un suave viento que anuncia la época de volar barriletes. Tuve la suerte de hacerlo desde el Cerrito del Carmen, por haber nacido en su cercanía, a donde mi madre nos llevaba, a mi hermana y a mí, a pasar la mayor parte del día. Por la noche, la mesa del comedor se convertía en el taller en el que mi padre nos enseñó hacer el barrilete con rajitas de caña de castilla y papel periódico, con lo que daba cuerpo a aquel maravilloso octógono, que con cola de retazos de trapo volaríamos el domingo, aperados con un carrizo de hilo No.10

Con el uso de razón y una primera comunión entre pecho y espalda, conocí el fiambre, delicadeza culinaria del 1° de noviembre, que en práctica marca el inicio del ciclo navideño y sus tradiciones, vigentes más por tradición que por devoción. Una de las más notorias es la Quema del Diablo, cuyo origen resale a la época colonial. Las fogatas servían para alumbrar el camino del rezado de la Virgen de la Concepción, la víspera de su celebración que recorría las calles de Santiago de Guatemala. Es decir, la tarde del 7 de diciembre a las 18:00 horas en punto.

Esa tradición nos afanaba a los amigos y vecinos de Tívoli, en ir a conseguir chiriviscos y hojarasca en los terrenos baldíos que por entonces eran la mayoría de aquel ensanchamiento urbano de la ciudad capital, que con dedicación remolcaba con mi bicicleta, en tanto otros, en casa, preparaban la efigie del demonio lleno de cohetes, que quemaríamos en una gran pira, como símbolo del triunfo de la Virgen sobre el mal, satanás y el pecado.

Su celebración, asumida por familias unidas por la amistad, duró tres generaciones, hasta que la última migró más allá de aquella primera periferia, complicándose la movilidad. Para entonces, ya radicaba en La Antigua Guatemala, ciudad cuna de la cultura de los guatemaltecos; de tradiciones y costumbres diseminadas por todo el territorio.

Fue en el barrio de la Concepción donde esa tradición empezó. De ahí que al inicio de los 90’s, Ángel Arturo González propuso organizar a los vecinos alrededor de una sola fogata, en la que se luciera un satanás de tamaño natural. Se lo hizo a imagen y semejanza de cualquier pecador, al que se agregó cachos, cola y pezuñas, asumiendo que, de existir, así luciría el maligno; exponiéndolo una semana antes, para goce de cuanta alma sale de la ciudad. A pesar que la Plaza del Sol, que así se llama el atrio de La Concepción, está flanqueada por dos estaciones de gasolina, la chamusquina se celebra resguardada por bomberos ¡por si al caso! Es un espectáculo multitudinario que congrega a vecinos, turistas y personas llegadas desde los cuatro puntos cardinales, a ver arder al demonio.

En esta oportunidad, unos depredadores botaron la escultura, fracturándola. Su autor recogió los pedazos y con ingenio la reparó, dejándola como un paciente egresado de la clínica de traumatología del Seguro Social: pantorrilla y tobillo izquierdo enyesados, cabeza y quijada vendadas por el politraumatismo, hombro y brazo derecho dislocado y roto, enyesados y en cabestrillo. ¡Todo un pobre diablo!

Siguiendo otras tradiciones, como el testamento de Judas para la Semana Santa, esta vez el Diablo de la Concepción porta un mensaje:

“Para todos los políticos pajeros:

“No es la política la que hace a un candidato convertirse en ladrón. “Es tu VOTO el que hace a un ladrón convertirse en político.

Por eso OJO muchá por quién vamos a votar en 2019.

“Lo que soy yo… NO REGALO MI VOTO”.

ESCRITO POR:

José María Magaña

Arquitecto -USAC- / Conservador de Arquitectura -ICCROM-. Residente restauración Catedral Metropolitana y segundo Conservador de La Antigua Guatemala. Cofundador de la figura legal del Centro Histórico de Guatemala.