EDITORIAL

Lecciones de la niñez a los políticos

Triste es la realidad que deben vivir miles de niños guatemaltecos que se ven obligados a estudiar y trabajar para ayudar en el sostenimiento de sus familias, sin renunciar a su sueño de tener un mejor futuro, porque el sistema ha sido incapaz de garantizarles sus más elementales derechos.

El tiempo que muchos de ellos deberían tener para aprendizaje de calidad en las aulas, en condiciones aceptables y con un mínimo de alimentación que les permita captar conocimientos y desarrollar aptitudes para convertirse en profesionales y emprendedores, lo pasan en las calles, expuestos a peligros, efectuando labores a menudo desproporcionadas a su edad.

Guatemala es uno de los países con los peores indicadores de nutrición para los infantes, pero también lo es en cuanto a atención escolar, pues ni siquiera se ha logrado mantener en niveles aceptables la cobertura educativa, por no mencionar la calidad de enseñanza. Para terminar de agravar el cuadro, el sistema ha sido incapaz de frenar la deserción escolar, sobre todo de las niñas.

A lo largo de 30 años de democracia, en ninguno de los niveles de escolaridad del sistema estatal se han logrado cifras satisfactorias de atención a los pequeños, sobre todo en áreas rurales, aunque también en zonas urbanas buena parte de esa problemática arranca en hogares que incluyen a los hijos como fuentes de ingresos, una anomalía que se intentó corregir mediante remesas condicionadas, pero lamentablemente tales programas han sido politizados.

La clase política del país ha sido en buena medida la responsable de los atrasos de la educación nacional, ya sea por no asignarle los recursos necesarios, por no apoyar alternativas pedagógicas y hasta por caer en componendas con oscuros dirigentes sindicales que no solo han corrompido la defensa de legítimos derechos sino que se escudan en la defensa de la niñez, cuando en realidad sus hechos van en detrimento de ese sector.

Paradójicamente, muchos de los menores que se ven obligados a trabajar para vivir tienen muy claros sus objetivos de progreso personal. Niños como Diego, Álex o María Teresa, cuyas historias presentamos en nuestras páginas hoy, afirman con total seguridad no solo que desean ser profesionales, sino guatemaltecos de servicio, pues han vivido y sufrido las carencias que afrontan miles de niños más.

Escuchar sus voces decididas y sus historias de esfuerzo representa en primer lugar un revés para aquellos políticos que en campaña se llenan la boca de metas, promesas y hasta fábulas sobre lo que harán a favor de las nuevas generaciones. En segundo lugar, tales odiseas representan un auténtico testimonio de esperanza en un desierto de frustraciones gubernamentales.

Tales relatos, recopilados con motivo del Día Internacional del Niño, conllevan una lección de integridad, superación e ingenio para cada ciudadano, pero sobre todo para funcionarios y legisladores, quienes tienen una deuda histórica con la infancia, no solo en relación con manejos de programas y asignación de recursos, sino como generadores de políticas que transformen la realidad de miles de niños que son abusados y explotados.

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