FAMILIAS EN PAZ

Lecciones de una tragedia

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El carácter del hombre es probado tanto en el éxito como en la tragedia. La perspectiva y reacciones que tenemos ante ello definen en realidad quiénes somos.

La tragedia del Volcán de Fuego provocó muerte, dolor y sufrimiento. Nos recordó lo frágil que somos y reveló el carácter de los guatemaltecos, su valía y compromiso social al mostrar lo más sublime del ser humano: la compasión ante el dolor ajeno. Puso a prueba a las autoridades y los planes preventivos-reactivos ante estas eventualidades.

Las escenas fueron desgarradoras: familias enteras quedaron sepultadas, personas que perdieron a una madre, un padre, un hijo, un hermano, un amigo. En medio de esta escena surgen los cuerpos de socorro, verdaderos héroes que de inmediato se involucraron en labores de rescate, arriesgando su vida e incluso algunos perdiéndola en el intento de ayudar. Los guatemaltecos, aun con limitaciones económicas, dieron su aporte: hombres, mujeres, niños, familias, empresas y organizaciones tomaron la iniciativa y se unieron movidos por el amor y la misericordia. Una mención especial merecen países amigos que de inmediato enviaron ayuda, con quienes estaremos por siempre agradecidos.

Pasada esta primera fase, vienen retos más difíciles: ayudar a superar el dolor de viudas, huérfanos y familias desplazadas. No debemos cesar en la búsqueda de personas fallecidas: merecen una sepultura digna que ayude a minimizar el dolor de los deudos. Tampoco olvidemos las necesidades diarias en los albergues, sino proveerles hasta que tengan un lugar donde puedan volver a empezar. La misericordia se hace evidente en la solidaridad, mediante actos concretos de ayuda al necesitado; un gesto, una ayuda, un consejo, la compañía silenciosa, todo ayuda.

Esta tragedia nos seguirá doliendo, y estamos obligados a aprender de ella. ¿De qué manera? Primero a valorar la vida antes que el interés económico y político. Exigiendo a las empresas constructoras la responsable planificación y evaluación de los proyectos habitacionales y exigir a las autoridades que no autoricen construcciones en zonas de alto riesgo. Casos como El Cambray son una muestra de ello. Hay comunidades enteras que viven en riesgo latente.

Segundo, necesitamos madurar y superar nuestras diferencias. Ante una tragedia no debe haber distinciones de raza, color, religión o tendencia política, sino una causa común que nos una como sociedad. No es momento para buscar protagonismo, sino un objetivo en común. Algunos tergiversaron la información buscando dañar a su rival político, eligieron criticar en lugar de construir, aprovecharon la circunstancia para echar agua a su molino. Otros mostraron pobreza mental al mofarse del dolor ajeno. Algunos eligieron la indiferencia, culpando al gobierno de turno pero sin una propuesta concreta.

Tercero, las instituciones encargadas de prevenir y responder ante los desastres deben ser profesionales idóneos, apolíticos, cuyas recomendaciones deben ser incluyentes en la agenda legislativa. Su enfoque principal deberá estar en capacitar a la población a reaccionar antes, durante y después de cualquier eventualidad.

Cada uno de nosotros juega un papel vital en la construcción de una sociedad mejor. ¿Cómo? Manteniendo el espíritu de unidad mostrado, denunciando la falta de sensibilidad, incompetencia o arbitrariedad de las autoridades responsables, pero a la vez involucrándonos activamente en la solución: aportando, colaborando en los centros de acopio y albergues como lo hicieron miles de guatemaltecos con su tiempo y conocimientos.

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