CON OTRA MIRADA
Lectura de signos
Una semana atrás hubo dos hechos que los medios registraron, que llamaron la atención de algunos ciudadanos y que tienen qué ver con la lectura de las señales y los signos, más allá del lenguaje hablado, escrito o corporal, en este caso, de funcionarios públicos.
Las señales pertenecen al orden de la naturaleza ante las que reaccionamos instintivamente: el trueno en una tempestad, un golpe de mar o el retumbo de una erupción volcánica provocarán distinto efecto. El signo, en cambio, pertenece al orden cultural. La luz roja del semáforo obliga a detenernos, en tanto la verde indica vía libre, es un convenio cultural y social.
El primero de los hechos aludidos tiene qué ver con el Presidente de la República y la manera como se presenta en público, cuando no debería quedar al alcance físico de los reporteros, al extremo que casi le meten los micrófonos en la boca; eso, a mi parecer, es una importunación, además de la inseguridad implícita de esa cercanía. Luego está cómo debería ser cuidada su apariencia, asunto a cargo de los correspondientes asesores, tanto de imagen como de protocolo, al parecer ausentes dentro de su equipo de apoyo.
El hecho fue que en un típico aprieta canuto de su recorrido-entrevista, como en otras ocasiones, el hombre llevaba una camisa campestre color azul intenso con el escudo nacional bordado en hilo dorado sobre el corazón, muy bonito y patriótico por cierto. Sobre este, siempre en hilo dorado y en letras mayúsculas, la palabra “Presidente”.
Una lectura de ese desatino es que pareciera no ser consciente que “es” el Presidente electo, como fue, por una considerable mayoría. La pregunta elemental es ¿Tan enajenado lo tiene la “rosca” que debe identificarse de esa manera para que lo reconozcan o peor aún, para reconocerse como tal ante el espejo?
El segundo hecho fue la colocación de un cañón de quince milímetros sobre el Puente del Ferrocarril, en el Centro Cívico de la ciudad de Guatemala. Por suerte quedó alineado con la vía férrea, lo que implica que un disparo suyo, en sentido hipotético, se iría al infinito siguiendo la línea del tren; no como para el golpe de Estado de 1983, cuando el Ejército situó piezas de artillería semejantes frente al Palacio Nacional, debidamente cargadas, provocando la salida del presidente F. Lucas García.
Independientemente de la ingenua ocurrencia que motivara la colocación del cañón sobre el referido puente, esta (la ocurrencia) tiene varias lecturas e induce algunas dudas: ¿qué hace un arma de guerra en el Centro Cívico? Su sola presencia en ese emblemático lugar es una contradicción. Después de 36 años de guerra interna y casi 20 de la firma de La Paz ¿qué sentido tiene hacer alarde de un pasado que queremos dejar atrás?
En ambos casos parece ser que la toma de ciertas decisiones es responsabilidad de personas que desconocen la historia, carecen de preparación e ignoran y no miden la importancia de la imagen disoluta que proyecta su patrón. Los ciudadanos podemos o no estar de acuerdo con sus medidas, pero el mensaje de sus signos es equivocado.
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