EDITORIAL

Los venezolanos quieren cambios

A nadie le debe quedar duda: los venezolanos piden un cambio en la forma como se hace gobierno, sobre todo en lo relacionado con la interferencia política en asuntos económicos, así como en el papel que debe cumplir el Estado en lo referente a la tarea social y subsidiaria con los sectores más necesitados. La participación en las elecciones del domingo fue mayoritaria y con ello se produjo, a fuerza del voto, un cambio profundo en la integración del Congreso, lo que constituye el primer paso para iniciar el fin de la etapa política que comenzó con la llegada de Hugo Chávez al poder y continuó sin éxito su delfín Nicolás Maduro.

Es evidente que el oficialismo venezolano hizo todo lo posible para que las elecciones le fueran favorables. Pero fueron adversas, y de una manera que no deja lugar a la más mínima duda. Tener en su contra a dos terceras partes de la población es tan contundente que obligó a borrar cualquier posibilidad de atrasar la admisión de la derrota, aun cuando Maduro le echó la culpa a una “guerra económica” provocada por la oposición y los empresarios, sin admitir ni darse cuenta de que el principal culpable es el criterio desde el cual se tomaban las decisiones de todo tipo, pero en especial en la economía.

Lo ocurrido en Venezuela, por su cercanía con los acontecimientos electorales recientes en Argentina, con el fin de la era kirschnerista, permite pensar en que pueda estar comenzando una etapa en la cual los pueblos, ahora mejor informados a causa de la inmediatez de la información a su alcance, quieren ejercer un derecho de mayor participación y poder de decisión en los asuntos de Estado y de Gobierno, por lo que dejan sentir sus inconformidades por la vía del sufragio.

La lección que deben aprender los políticos latinoamericanos es que el populismo como centro de decisiones políticas y económicas, si bien al principio puede traer apoyo ciudadano, es imposible mantenerlo cuando las realidades objetivas se imponen, convirtiéndose en carestía, elevación de precios, angustia generalizada y, finalmente, impopularidad, que luego se manifiesta en los resultados electorales. El voto de castigo, como ocurrió en Venezuela, es imposible de evitar. De esto son testigos muchos países donde los políticos han sido enviados a sus casas por la vía de los sufragios.

La unidad de los partidos opositores funcionó. Ahora queda a sus dirigentes mantenerla, con las corrientes que se manifiestan en toda agrupación política. Se necesita madurez y valentía para dialogar con los perdedores, a fin de buscar puntos de coincidencia en las acciones necesarias y en la forma de tomarlas, con miras a una recuperación de la precariedad que afronta el país. El peso de la historia política de Venezuela es un factor que debe ser tomado en cuenta por los políticos. La historia tiende a repetirse y no es aventurado pensar en un acuerdo similar al del fin de la era de Marcos Pérez Jiménez.

La oposición venezolana debe ahora devolverle al país su pujanza económica y su esperanza social. El deber de los chavistas es entender y aceptar su papel en el desastre actual. La tarea exige madurez de ambas partes.

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