MIRADOR

Mr. Trump y sus cosas

Vaya movida, y calentada de medio ambiente, provocó don Donald al anunciar la salida de USA del Acuerdo de París. No se sabe si están más molestos los demócratas que todavía no han asimilado la derrota, los ecologistas que ven como peligran ayudas económicas al sector del ecohistrionismo o ambos y algunos más.

Hace tiempo manifesté mi percepción sobre el presidente norteamericano. Decía entonces —y sostengo ahora— que Trump es nacionalista y mercantilista con dosis populista, lo que no resta razón a alguna de sus propuestas. Hizo promesas electorales —por las que fue elegido— y llama poderosamente la atención que las cumpla, de ahí las reacciones que provoca y la preocupación entre lobistas que buscan subvenciones estatales para causas relacionadas con la ecología, las energías limpias y similares porque pareciera ser que la nueva administración no va a proveer los fondos esperados ¿Por qué extrañarse ahora si el actuar norteamericano es habitualmente doble moralista?

Estados Unidos hizo una intensa campaña de presión para que muchos países —recuerdo Colombia y Guatemala— firmaran el Estatuto de Roma, aunque ellos no se han adherido al mismo ni piensan hacerlo. De igual forma, hay grupos —y financiamiento— del norte que “luchan incansablemente” por aplicar cuanto recoge el Convenio 169 de la OIT, pero a pesar de tener población indígena —descendiente de la poca que dejaron viva los colonos— les viene más del norte el tal convenio y no son parte de él. Si navegamos por el marco jurídico legal que conforma el espacio de las relaciones internacionales, podemos hacer un extenso listado de convenios, acuerdos, tratados y pactos sobre niñez, DDHH, seguridad, trabajo, etc. de los que USA se excluye a pesar de presionar para que otros países los firmen, lo que delata la genuina moral en el actuar político.

Dejemos de engañarnos por un día. La administración norteamericana tiene claro —muchos de nosotros no— que la política exterior, en cualquiera de sus manifestaciones: cooperación, ayuda, préstamos, acuerdos internacionales, acción militar, etc., sirve a un único fin: la política interior y el nuevo destino manifiesto en su versión reloaded. Es decir, todo el esfuerzo externo obedece a intereses internos por mejorar la calidad de vida, el desarrollo o, en general, favorecer —otra cosa es que lo logren— los intereses del norte. Si los demás pensáramos igual las cosas cambiarían seguramente. Quizá la simbología ofrezca pistas al analizar cómo los republicanos tienen de logo un elefante —pesado, aplanador, enorme— y los demócratas un burro, del que sobran descripciones y comentarios.

Mr. Trump cumple promesas de campaña y eso es inusual en un político. Ha dejado claro que cada país debe asumir los gastos que le corresponden en defensa, seguridad, medioambiente y otras cuestiones, y no gusta. Muchos se olvidaron que el efecto Y2K —aquel que iba a paralizar computadoras, y el mundo, al inicio del nuevo siglo— costó al contribuyente miles de millones de dólares que se repartieron alarmistas, científicos, ONG´s, proyectos varios y movimientos diversos. Hagan números e intenten, por un lado, entender al populista Trump y su desmarque del calentamiento global y, por el otro, a gobiernos sorprendidos porque deberán gastar más y lobistas frustrados que ven como las subvenciones se difuminan.

En todo caso, con razón o sin ella, para quienes piensan que la discusión ya estaba superada, hay que advertirles que cuando se termina el debate, termina la ciencia y comienza la fe ciega o el fundamentalismo, al parecer enfermedades del nuevo siglo.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.