PUNTO DE VISTA

El retorno de la geopolítica

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Con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y su imperio, los años ’90 del siglo pasado se caracterizaron por un ingenuo optimismo. La democracia y la economía de mercado habían demostrado su superioridad y era solo cuestión de tiempo para que todos los países del mundo se encaminaran por el camino de la razón y el progreso. Para muchos había llegado el fin de la Historia (Francis Fukuyama “dixit”.) Las relaciones internacionales se reducirían, básicamente, a resolver los problemas económicos y comerciales.

Han transcurrido tres décadas y la ingenua y efímera euforia optimista de esos días se ha convertido en pasado remoto. El “momento” unipolar en el cual EE. UU. era la única “hiperpotencia”, con preeminencia en todas las dimensiones del poder: militar, económico, tecnológico, ideológico y cultural, se acabó. Con el auge de China, el resurgimiento de Rusia y en menor medida el crecimiento de la India, ya estamos en un mundo multipolar. La Historia regresó con furia y con ella la relevancia de la geopolítica. Graham Allison, influyente profesor de la Harvard Kennedy School, considera que el sistema internacional sería más estable y pacífico si Estados Unidos aceptara la realidad de nuevas esferas de influencia, particularmente de Rusia en su llamado “cercano exterior”, básicamente los Estados surgidos de la disolución de la Unión Soviética y de China en el Asia nororiental y del sureste.

' Como decía Lord Palmerston: “Los Estados no tienen amigos ni aliados permanentes, solo intereses permanentes”.

Sadio Garavini di Turno

Los también influyentes profesores Stephen Walt, de la Kennedy School, y John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, afirman que los EE. UU., amparados en la “profundidad geográfica” de los dos océanos, deben dejar de desperdiciar tesoro, sangre y energía para ser el “policía mundial” y convertirse en el “off shore balancer”, el balancín externo que apoya a las coaliciones regionales que impidan el surgimiento de un hegemón regional, en las regiones estratégicamente fundamentales, como Europa, Asia nororiental y Medio Oriente. Pero para ejercer este rol, muy parecido al que la Gran Bretaña ejerció en el siglo XIX para evitar que surgiera un hegemón en Europa, es absolutamente necesario, según Walt y Mearsheimer, mantener la hegemonía en el hemisferio occidental e impedir que potencias extrarregionales logren penetrar geopolíticamente en América. Las ideas de todos estos autores favorecen el resurgimiento de la llamada “No Second Cuba Policy”, que tuvo su auge en los años de la Guerra Fría.

Impedir el surgimiento de “una segunda Cuba” en el hemisferio se convertiría nuevamente en un objetivo primordial de la política exterior norteamericana. Como decía Lord Palmerston, uno de los grandes cancilleres del Imperio Británico, los Estados no tienen amigos ni aliados permanentes, solo intereses permanentes. “Por ahora”, Rusia ha logrado mantener en el poder a sus viejos aliados Assad y Lukashenko. Pero tanto Siria como Bielorrusia están claramente en la tradicional esfera de influencia rusa.

En cambio, cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas, no creo que sea geopolíticamente aceptable, a mediano plazo, para los EE. UU., que Putin, a través de Cuba, logre el mantenimiento del régimen madurista en el hemisferio occidental. A este respecto hay que tomar en cuenta también los efectos desestabilizadores a nivel regional, particularmente en Colombia, el tradicional aliado de los EE. UU. en América Latina, de un Estado forajido con nexos evidentes con el narcotráfico y el terrorismo internacional. Además, la incapacidad del régimen de manejar la pandemia lo hace todavía más peligroso para el hemisferio.

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