PLUMA INVITADA

Encontrar la luz en invierno

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Las mañanas son oscuras, entrada la tarde todo se pone lúgubre y, antes de que terminemos de preparar la cena, ya no hay luz. A medida que nos acercamos a los días más oscuros del año, nos enfrentamos a la oscuridad de las guerras, un gobierno disfuncional, muertes por fentanilo, tiroteos masivos e informes de refugiados que se arrastran por la brecha del Darién o luchan por mantenerse a flote en pequeños botes en el Mediterráneo. Y no podemos evitar la tragedia del cambio climático, con sus sequías, inundaciones, incendios y huracanes. De hecho, el mundo se ve azotado por la desgracia.

Podemos considerarnos afortunados si no vivimos en una zona de guerra o en un lugar sin alimentos ni agua potable, pero leemos las noticias. Vemos los desastres en nuestras pantallas. Ucrania, Israel y Gaza están dentro de todos nosotros. Si somos empáticos y estamos despiertos, compartimos el dolor de todas las tragedias del mundo en nuestros cuerpos y en nuestras almas. No podemos ni debemos intentar bloquear esos sentimientos de dolor. Cuando lo intentamos, no nos permitimos sentir casi nada, ni siquiera amor y alegría. No podemos negar la realidad, pero sí podemos controlar cuánto asimilamos.

Estoy en las últimas décadas de mi vida y a veces siento que mi país y nuestra especie también se acercan al final de los tiempos. La desesperación que siento por el mundo me arruinaría si no supiera encontrar la luz. Pase lo que pase en el mundo, pase lo que pase en nuestra vida personal, podemos encontrar la luz.

En esta época del año, debemos buscarla. Me levanto a ver el amanecer y salgo para ver el atardecer. Veo salir la luna y surcar el cielo. Enciendo velas a primera hora de la tarde y me siento junto al fuego a leer. Y salgo a pasear bajo el cielo azul y plateado del invierno de Nebraska. Si hay nieve, brilla, en ocasiones como un manto de diamantes; en otras, refleja el resplandor naranja y lavanda de un atardecer invernal.

Podemos observar a los pájaros. Hace poco, fueron los dos pájaros carpinteros que estaban en mi comedero para aves, con el destello de la parte inferior amarilla de sus alas. El macho era tan pelirrojo y protector; la hembra estaba tan hambrienta. Quizá hoy sean los juncos, que saltan por el camino de entrada en busca de semillas. Los pájaros siempre están cerca. Sus llamados son campanas de templo que me recuerdan que debo estar agradecida.

Para otros tipos de luz, podemos recurrir a nuestros amigos y familiares. Nada se parece más a la luz del sol que entrar en una habitación llena de gente que se alegra de verme. Pienso en mi hijo y mi nuera el día de mi cumpleaños, en Zeke haciendo raviolis caseros y Jamie horneando una tarta de manzana, con sus ojos brillantes que irradian amor. O en mis amigos, sentados al aire libre alrededor de una fogata con nuestros abrigos y sombreros, recitando poesía y cantando canciones.

También tenemos la luz de los niños pequeños. Mis nietos están lejos, pero paso tiempo con Kadija, de 9 años. Mi marido y yo apadrinamos a su familia, que llegó aquí hace solo unos meses desde Afganistán, y solo el padre hablaba inglés. La pequeña ya es capaz de traerme un libro ilustrado y leer “ballena”, “marsopa” y “calamar” con una voz que me recuerda a las campanas de un trineo. Sé que algún día será cirujana, o quizá poeta.

' Por muy oscuros que sean los días, podemos encontrar luz en nuestros propios corazones, y podemos ser la luz de los demás.

Mary Pipher

En nuestros momentos más oscuros, el arte crea un rayo de luz. Hay luz en un poemario de Joy Harjo, en una grabación de Yo-Yo Ma y en una colección de paisajes nevados de Monet.

Los rituales de la vida espiritual también iluminarán nuestros días. En mi caso, son los saludos al sol, las oraciones matutinas, la meditación y las lecturas de Thich Nhat Hanh, monje budista vietnamita e influyente maestro zen. También es el dar gracias y los momentos en los que voy más despacio y estoy presente. Sean cuales sean nuestros rituales, nos permiten resistir en la oscuridad hasta que vuelve la luz.

Por último, siempre nos quedará la luz del recuerdo. Cuando recuerdo el rostro de mi abuela mientras me leía “Azabache” o me tomaba de la mano en la iglesia, puedo calmarme y sentirme feliz. Siento la luz en mi piel cuando recuerdo a mi madre al volante de su Oldsmobile, con su maletín negro de médico al lado. Cuando volvía a casa de una visita a domicilio, me contaba historias de su vida en un rancho durante la Gran Depresión y el periodo conocido como “El cuenco de polvo”.

En lo más profundo de nuestro ser están los recuerdos de todas las personas a las que hemos querido. Un profesor favorito, un primer novio, un mejor amigo de la preparatoria o una tía o un tío amable. Y cuando pienso en mi gente, me invade una luz que me recuerda que he tenido gente tan buena en mi vida y que ahora sigue conmigo y vuelve para ayudarme en los momentos difíciles.

Cada día recuerdo que, en todo el mundo, la mayoría de la gente quiere paz. Quieren un lugar seguro para sus familias, y quieren ser buenos y hacer el bien. El mundo está lleno de personas acomedidas. Solo la gran oscuridad de este momento puede dificultar verlas.

Por muy oscuros que sean los días, podemos encontrar luz en nuestros propios corazones, y podemos ser la luz de los demás. Podemos irradiar luz a todos los que nos encontremos. Podemos hacer saber a los demás que estamos presentes para ellos, que intentaremos comprenderlos. No podemos detener toda la destrucción, pero sí podemos encender velas unos para otros.

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