PLUMA INVITADA

Lo que acaba de ocurrir en Harvard es más grande que yo

El martes, tomé la decisión dolorosa, pero necesaria, de renunciar al cargo de rectora de la Universidad de Harvard. Durante semanas, tanto yo como la institución a la que he dedicado mi vida profesional hemos sido objeto de ataques. Mi carácter e inteligencia han sido puestos en entredicho. Se ha cuestionado mi compromiso con la lucha contra el antisemitismo. La bandeja de entrada de mi correo electrónico se ha visto inundada de improperios, incluidas amenazas de muerte. Me han dirigido más insultos racistas de los que puedo contar.

Mi esperanza es que mi renuncia les niegue a los demagogos la oportunidad de utilizar mi presidencia como arma en su campaña para socavar los ideales que animan a Harvard desde su fundación: excelencia, apertura, independencia, verdad.

Antes de irme, debo hacer algunas advertencias. La campaña contra mi persona tenía que ver con algo que va mucho más allá de una universidad y un líder. No fue más que una escaramuza en una guerra más amplia para destruir la fe pública en los pilares de la sociedad estadounidense. Las campañas de este tipo suelen empezar con ataques a la educación y a la experiencia, porque son las herramientas que mejor preparan a las comunidades para no dejarse engañar por la propaganda. Sin embargo, estas campañas no acaban ahí. Las instituciones de confianza de todo tipo —desde los organismos de salud pública hasta las organizaciones de noticias— continuarán siendo víctimas de intentos coordinados para debilitar su legitimidad y acabar con la credibilidad de sus líderes. En cuanto a los oportunistas que impulsan el escepticismo en torno a nuestras instituciones, ninguna victoria o líder derrocado agota su fervor.

Es cierto, he cometido errores. En mi respuesta inicial a las atrocidades del 7 de octubre, debí afirmar con más contundencia lo que todas las personas de buena conciencia saben: Hamás es una organización terrorista que pretende erradicar al Estado judío. Y en una comparecencia ante el Congreso el mes pasado, caí en una trampa bien tendida. Omití expresar de manera rotunda que los llamamientos al genocidio del pueblo judío son aborrecibles e inaceptables y que utilizaría todas las herramientas a mi disposición para proteger a los estudiantes de ese tipo de odio.

Más recientemente, los ataques se han centrado en mis estudios. Mis críticos han encontrado casos en mis escritos académicos en los que algunos materiales incluían el lenguaje de otros académicos, sin la debida atribución. Creo que todos los académicos merecen que se reconozca su trabajo de manera adecuada y plena. Cuando me enteré de estos errores, solicité de inmediato la corrección en las revistas en las que se publicaron los artículos señalados, tal como ha sucedido en casos similares en Harvard.

Nunca he tergiversado los resultados de mis investigaciones ni me he atribuido el mérito de las investigaciones de otros. Además, los errores en las citas no deben ocultar una verdad fundamental: estoy orgullosa de mi trabajo y de su impacto en el campo.

' Las universidades deben seguir siendo lugares independientes donde el valor y la razón se unan para hacer avanzar la verdad.

Claudine Gay

A pesar del obsesivo escrutinio a mis escritos, pocos han comentado la esencia de mi trabajo, que se centra en la importancia de los cargos ocupados por minorías en la política estadounidense. Mi investigación aportó pruebas concretas de que cuando las comunidades históricamente marginadas logran tener espacios de representación para hacerse oír en donde está el poder, se abre una puerta donde antes muchos solo veían barreras. Y eso, a su vez, fortalece nuestra democracia.

En mi trabajo planteé preguntas que no se habían formulado hasta entonces, utilicé métodos de investigación cuantitativa de vanguardia y establecí una nueva forma de entender la representación en la política estadounidense. Este trabajo se publicó en las principales revistas de ciencias políticas del país y dio lugar a importantes investigaciones de otros académicos.

Nunca imaginé que tendría que defender un trabajo de investigación de décadas de antigüedad y de amplio reconocimiento, pero las últimas semanas han echado por tierra la verdad. Aquellos que no habían cejado en su empeño de destituirme desde el otoño a menudo recurrían a mentiras e insultos ad hominem, no a argumentos razonados. Reciclaban estereotipos raciales trillados sobre el talento y el temperamento de los negros. Impulsaron una falsa narrativa de indiferencia e incompetencia.

No se me escapa que soy el lienzo ideal para proyectar toda la ansiedad sobre los cambios generacionales y demográficos que se están produciendo en las universidades estadounidenses: una mujer negra elegida para dirigir una institución de renombre. Alguien que ve la diversidad como una fuente de fuerza y dinamismo institucional. Alguien que ha abogado por un plan de estudios moderno que abarca desde la frontera de la ciencia cuántica hasta la historia de los estadounidenses de origen asiático, olvidada durante mucho tiempo. Alguien que cree que una hija de inmigrantes haitianos tiene algo que ofrecer a la universidad más antigua de la nación.

Sigo creyendo que así es. Ahora que regreso a la docencia y la investigación, seguiré defendiendo el acceso y las oportunidades y aportaré a mi trabajo la virtud de la que hablé en el discurso que pronuncié cuando asumí el cargo de rectora: el coraje. Porque es el coraje lo que me ha animado a lo largo de mi carrera y es el coraje lo que se necesita para hacer frente a quienes pretenden socavar lo que hace que las universidades sean únicas en la vida estadounidense.

Después de ver lo rápido que la verdad puede caer en medio de la controversia, me gustaría instar a ser mucho más cautelosos: en momentos de tensión, cada uno de nosotros debe ser más escéptico que nunca ante las voces más ruidosas y extremas de nuestra cultura, por muy bien organizadas o conectadas que estén. Con demasiada frecuencia persiguen metas egoístas que deberían ser objeto de más preguntas y menos credulidad.

Los campus universitarios de nuestro país deben seguir siendo lugares donde los estudiantes puedan aprender, compartir y crecer juntos, no espacios donde las batallas de terceros y la grandilocuencia política echen raíces. Las universidades deben seguir siendo lugares independientes donde el valor y la razón se unan para hacer avanzar la verdad, sin importar las fuerzas que se les opongan.

* Exrectora de la Universidad de Harvard

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