Opinión: Lo cierto es que no es posible proteger todo en cada huracán
El huracán Ida, que cuando alcanzó el domingo la costa de Luisiana, cerca del puerto Fourchon, era una tormenta Categoría 4 muy fuerte, nos enseñará muchas lecciones. La primera es la más difícil de reconocer: sin importar cuánto se gaste en las zonas costeras vulnerables, no es posible proteger todo en cada tormenta.
En pocas palabras, es imposible evitar que se pierdan tierras y garantizar la seguridad de la gente mientras el clima siga cambiando, el nivel del mar se mantenga en aumento y el calentamiento del mar cree tormentas supercargadas. Es imposible, aunque se gaste mucho dinero y se haga de la mejor manera, como lo ha hecho Luisiana.
Este estado le lleva mucha delantera al resto del país en términos de planeación, construcción y financiamiento para resistir las inclemencias del clima. Luisiana cuenta con un plan maestro para la costa y una Autoridad de Protección y Restauración Costera para salvaguardar su línea costera. El estado ha invertido decenas de miles de millones de dólares y planea gastar decenas de miles de millones más en la construcción de diques, islas barreras, humedales y muros marinos.
Con apoyo bipartidista, las autoridades del estado identificaron muchos proyectos potenciales. Invirtieron en la ciencia y la ingeniería necesarias para diseñar y evaluar esos proyectos. Desarrollaron reglas para agendarlos con base en factores como la reducción de daños a los inmuebles, la protección de los ecosistemas y la preservación cultural.
Y, a pesar de todo, después de que se construyeron más de 96 kilómetros de islas barreras y terraplenes, el huracán Ida provocó un daño espantoso en los distritos del sur de Nueva Orleans. Además están las tormentas que azotaron el oeste de Luisiana el año pasado: el huracán Laura, otra tormenta Categoría 4, y el huracán Delta dos meses después. El daño que provocaron estas tormentas todavía es evidente en los distritos de la costa occidental. No se ha reconstruido mucho. Las iglesias todavía están huecas. La torre de Capital One en Lake Charles, con sus ventanas destrozadas y remplazadas por madera contrachapada, todavía es un recordatorio, de 22 pisos de alto, de lo difícil que es mantener las infraestructuras en la zona costera.
A nivel federal, el gobierno destina cantidades colosales de dinero a la construcción de playas y dunas, la reconstrucción de comunidades tras las tormentas y el financiamiento de proyectos de resiliencia. Varias agencias están involucradas.
Sin embargo, no hay ningún plan nacional. Un informe de 2014 de la Academia Nacional de Ciencias que examinó el papel del Cuerpo de Ingenieros en la protección costera llegó a la conclusión de que este organismo buscaba proyectos fragmentados sin ninguna perspectiva nacional sobre los mejores lugares para construir resiliencia costera. No hay una visión que sirva de guía para determinar cuáles son los intereses federales, dónde termina la responsabilidad del sector público y empiezan los bienes del sector privado, dónde serían más eficaces los proyectos, o por lo menos dónde se encuentran las mayores vulnerabilidades.
En resumen, gastamos cientos de miles de millones de dólares federales, pero no tenemos el control de calidad que tiene el estado de Luisiana.
El nuevo proyecto de ley bipartidista de infraestructura incluye gasto federal adicional para proyectos de resiliencia que están definidos en términos vagos. No obstante, ¿Cuánta más seguridad pueden brindar en realidad todos estos proyectos frente al rápido cambio del clima?
Sin contar a Alaska, Estados Unidos tiene unos 98 mil kilómetros de línea costera oceánica y de estuario, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica. Se podría decir sin lugar a dudas que costaría billones de dólares tan solo intentar mantener el paso con la vulnerabilidad actual. E incluso si se invierten, no faltarán tormentas como el huracán Ida, capaces de echar por tierra los mejores planes.
No estoy proponiendo que dejemos de proteger la línea costera. Simplemente pido que reconozcamos que no podemos proteger todo. Debemos decidir dónde es más conveniente para la nación gastar el dinero federal, e igual de importante es decidir dónde es más probable que esa protección costera tenga efectos significativos y a más largo plazo.
La única manera en que podemos garantizar en realidad la seguridad de nuestros ciudadanos y nuestra infraestructura a corto plazo es alejarnos del peligro. En muchos lugares que no podemos proteger, debemos debatir en serio cómo podemos tomar medidas graduales y calculadas para trasladar a la gente y las casas lejos de los peligros.
A fin de cuentas, también debemos reconocer que el peligro de la zona costera será cada vez mayor si no aplicamos medidas significativas para resolver el problema del clima cambiante. Todo este gasto en resiliencia es simplemente un apósito, no una cura.
Podemos construir todos los muros, dunas, playas y pantanos que queramos, pero el problema a largo plazo no radica en lo que pongamos en el suelo. Está en lo que soltemos al aire.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.