PRESTO NON TROPPO

Un febrero, hace ya tres décadas

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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Dentro de unos días celebraremos –hará la nadería de treinta años– el hecho de atrevernos, cuales guatemaltecos sin mucho roce internacional, a abrir un concierto de excepción, con un trío de jóvenes mexicanas precedidas de gran fama en el mundo de la música pop. El afiche invitaba, “Vamos a divertirnos”, el domingo 28 de febrero de 1988 a media tarde, en lo que por aquel entonces aún era, sin techo, la Plaza de Toros —hoy El Domo— en la zona 13. Las entradas se podían adquirir en ¡once! sitios, en su mayoría ventas de discos, a los precios de la época: Sillas Q30, Preferencia Q10, General Q3.

El lugar se repletó. Los grandes críticos de arte que hoy presumen de su erudición histórica ni se dieron por enterados, en parte porque ellos o ellas ni siquiera habían nacido; los demás simplemente no entendían de qué se trataba el asunto: las Flans y… un grupo nacional. Entre 15 y 16 mil personas se hicieron presentes para entretenerse mientras coreaban canciones como “En un bazar”, “No controles”, “Corre Corre”… piezas ochenteras totalmente encasilladas en su momento. Pero, con lo que no contaba la audiencia ni los excelentes músicos que acompañaban a las jovencitas, era un conjunto local que sacó a colación temas como Alto al Fuego, Es como un Duende, El Loco, Libre Sentimiento que —según nosotros— nadie conocía, porque el vinilo que los contenía acababa de ser lanzado por parte de la compañía Discos de Centroamérica, sin ningún tipo de promoción, sin la sofisticación foránea, y teniendo que luchar con la enorme cantidad de obstáculos que enfrentaba una agrupación guatemalteca de rock en la década de 1980.

Fue interesante constatar —y sigue siendo motivo de reflexión— el poder de convocatoria que pudo tener un ensamble desheredado por quienes se consideraban amos del género en nuestro país y, también, por aquellos y aquellas que se han considerado grandes innovadores de la música popular en el momento actual, tras varias décadas de haberles abierto brecha. De pronto nos vimos abrumados por ese público de miles que cantaba canciones lanzadas hacía un par de meses, sin presupuesto, sin recursos de primer mundo, y sin el alto perfil que requería nuestra internacionalización. El momento insignia ocurrió unos instantes antes de la programada salida a escena de las Flans. Una de ellas, lágrimas en sus ojos, dijo que no; que no salía. Ante la acogida que había recibido el grupo abridor —una desconocida amalgama local de violín, violonchelo, flauta, e instrumentos de rock— una de las juveniles cantantes se transfiguró en una estatua de sal. Al tiempo, la desgañitada promotora del evento pedía que los espectadores se despepitaran con la aparición de las guapas mexicanas. Para nosotros era inaudito que un grupo extranjero no pudiera manejar una situación así, dada nuestra condición de regionales.

¡Qué curioso!, me dijo el maestro bajista que custodiaba musicalmente a las chicas. ¡A ustedes sí los quiere su público! Mejor elogio, imposible. Imaginamos cumplida nuestra tarea y nos dispusimos a escuchar una propuesta que venía de otro lado. Es evidente, hace treinta años no teníamos una cierta sabiduría y una visión adecuada a las circunstancias que nos tocaría vivir. Sin embargo, lo importante ya no puede ser lo que vivimos en aquellos momentos, sino lo que pueden —y, con dejo moralista— deberán vivir los músicos y las músicas de ahora. Si son consecuentes con los requisitos que les impone su propio tiempo, resolverán, a su manera y con las eventualidades del caso, lo que ahora les atañe vivir.

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