Mientras haya vida..
se están tomando las medidas que podrían evitar el colapso del complicadísimo sistema que permitió que se desarrollara la vida sobre la Tierra. Llevamos años debatiendo si hay o no un cambio en el sistema climático planetario; y si el ser humano es responsable del mismo. Mientras tanto, nuestro planeta perdió el equilibrio natural que le permitió a la especie humana “evolucionar” hasta el nivel en que se encuentra actualmente.
En mi artículo anterior enumeré algunas de las tragedias más terribles que hemos provocado en el mundo natural; por las que podemos, apenas, vislumbrar la dimensión de la catástrofe ambiental que enfrenta la vida en nuestro planeta. No enumeré teorías sino hechos, como la acidificación de los océanos, la extinción en masa de especies, las sequías y las inundaciones, que —además— afectan la vida de millones de personas en todo el mundo. Pero ni estos hechos, tan terribles, han hecho que cambie mucho la forma como se enfrenta el problema ambiental en la actualidad.
No se puede negar que en algunos países se han dado pasos importantes en la dirección correcta, para reducir el uso de los combustibles fósiles, por ejemplo. Pero —al mismo tiempo— no se ha dejado de sacar un solo barril de petróleo. Todo lo contrario: ahora hay tensiones internacionales sobre quién tendrá el “derecho” de sacar el petróleo cuando se termine de derretir el Ártico.
Una contradicción similar vemos en nuestro país. Sería necio negar que se dieron algunos pasos importantes para proteger nuestra naturaleza; ahora, hasta está de moda la responsabilidad ambiental empresarial. Pero —al mismo tiempo— se pervirtió el andamiaje de protección ambiental institucional para poder negociar cualquier bien natural de Guatemala sin ningún problema. Las generaciones anteriores les fallaron a quienes hoy se asoman a la vida, pues no lograron —porque no quisieron o no pudieron— entender que para vivir bien es fundamental tener un lugar sano.
En Guatemala se pierden —según cálculos oficiales del 2010— 74 mil hectáreas de bosque por deforestación y 244 toneladas de suelo fértil cada año. Nuestros principales lagos están contaminados y pocos barrancos se salvan de ser basureros. La mayor parte de nuestra riqueza natural se perdió ante la mirada indiferente de quienes hoy son mayores de 30 años. Pero mientras haya vida hay esperanza: aún sobrevive un importante patrimonio que pertenece también a quienes vienen detrás. Si los jóvenes —de todo el mundo y de todas las condiciones— no toman el reto ambiental como algo vital, no hay futuro. Fácil no será, pero tampoco imposible. En Guatemala bastaría con exigir que se cumpla la ley. Ojalá el 2014 traiga la fuerza necesaria para hacer lo que haya que hacer. ¡Buena suerte!