Violencia persiste en las canchas
Al margen de las pasiones y de las debilidades humanas, como pudo ocurrir en esta ocasión ante supuestos fallos arbitrales, lo que no debe continuar es ese derroche de violencia extrema en que las diferencias o los desacuerdos rebasan los insultos y se convierten en agresiones y desbordes de pasiones en contra de quien en esos momentos pasa a ser el rival de los fanáticos de un deporte que continúa su degradación en los escenarios deportivos, donde se pone en juego la vida de muchos asistentes.
Hace pocas semanas ocurrió algo igualmente lamentable en la cancha del equipo de la Universidad de San Carlos, donde otro grupo de cafres arremetió contra seguidores de los sancarlistas, y las instalaciones universitarias y de equipos, así como vehículos de varios medios de comunicación fueron destruidos, y prevaleció otra expresión de una intolerable violencia, ante la incapacidad de las autoridades deportivas de prevenir ese tipo de desmanes, en lo cual deberían participar las fuerzas de seguridad.
A causa de la gran cantidad de problemas del país y de la violencia criminal causada por la delincuencia, otras de esas manifestaciones como las que se registran en escenarios deportivos no reciben la atención debida de las autoridades, y no puede ser que exista tanta incapacidad como para no tomar medidas que pongan fin a ese triste espectáculo en un deporte en el que cada vez es más reducido el número de aficionados interesados en asistir a presenciar los encuentros que, por otra parte, ofrecen una calidad muy pobre.
La violencia en los estadios y fuera de ellos, cuando es consecuencia de disturbios causados por un resultado adverso, escapa a lo meramente deportivo y cae en la criminalidad común. Así como en otros países reciben castigos y multas los equipos cuyos seguidores profieren insultos racistas —por citar un ejemplo— o para contener a las denominadas barras bravas, aquí también se debe proceder contra todos aquellos que muestren una actitud antideportiva y que además pongan en riesgo la integridad de otros aficionados.
Muchas de esas sanciones deben estar dirigidas a los equipos, y estas no solo tienen que ser económicas, sino incluir suspensiones de estadios por mucho tiempo; además es necesario mantener el rigor disciplinario, el cual debe empezar por los mismos árbitros, quienes en algunos casos parecen ver para un solo lado, y en otros tampoco cumplen con los requerimientos de documentar cuanto acontece en la cancha, ya que existen antecedentes en los que nunca se registraron los sucesos en las actas respectivas, y eso tampoco debe ser tolerado porque erosiona la credibilidad en todo el sistema.