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¿Cómo leer los jeroglíficos mayas?

Las inscripciones mayas fueron consideradas un enigma hasta que surgieron las primeras claves.

Panel 3 de Piedras Negras. Colección del Museo Nacional de Arqueología y Etnología de Guatemala. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

Panel 3 de Piedras Negras. Colección del Museo Nacional de Arqueología y Etnología de Guatemala. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

Durante décadas las culturas antiguas han fascinado a muchos exploradores e investigadores alrededor del mundo, y la civilización maya no es la excepción. El área maya se encuentra situada geográficamente en lo que conocemos como Mesoamérica, y está conformada por Guatemala, Belice, las áreas más occidentales de Honduras y El Salvador, así como los estados mexicanos de Quintana Roo, Campeche, Yucatán, Tabasco y Chiapas.

Los mayas desarrollaron un sistema de escritura único, por medio del cual registraron toda su historia. Dicho sistema de escritura es de carácter logosilábico; es decir, que básicamente consta de dos tipos de signos: logogramas, que representan una palabra completa, y sílabas, combinaciones de consonante y vocal que producen un sonido.

Dicho sistema de escritura consta de aproximadamente 800 signos jeroglíficos, pero durante el período de mayor esplendor de la cultura maya, conocido como Clásico Tardío (700-900 d. C.), se estandarizó y se utilizaron unos 400 signos.

La clave para descifrarlos fue descubierta por el lingüista ruso Yuri Valentinovich Knorozov, quien en 1952 logró dar sentido a los misteriosos signos que durante muchos años guardaron en silencio las historias que los antiguos reyes mayas escondían para la eternidad. Otros grandes investigadores, como Linda Schele, Tatiana Proskouriakoff, Michael Coe, David Stuart, Alfonso Lacadena y Nikolai Grube han realizado grandes aportes para descifrar la escritura jeroglífica maya, trabajos que fueron esenciales para el estudio de la epigrafía maya. Algo que debemos tomar en cuenta es que para poder descifrar cualquier sistema de escritura antiguo es preciso contar con un amplio repertorio de signos, conocer el idioma o idiomas afines a las inscripciones, y contar con un registro escrito. Para esto último fueron determinantes los textos de Fray Diego de Landa, obispo de Yucatán en tiempos de la Conquista, ya que en su libro La relación de las cosas de Yucatán dedicó un capítulo a la escritura de los mayas, que compilaban muchos signos que posteriormente serían esclarecedores para el trabajo de Knorozov. Ahora sabemos que la lengua de los textos jeroglíficos mayas fue un idioma de prestigio emparentado con el ch’orti’ y el ch’olti’, y actualmente se le conoce como ch’olti’ clásico o maya jeroglífico.

Los textos jeroglíficos son encontrados sobre diversos soportes, donde las inscripciones en piedra son las más numerosas. Además, tenemos ejemplos escritos en vasijas, huesos, conchas, murales y, por supuesto, los libros mayas, llamados códices, de los cuales se conservan solo cuatro: el de Dresde, París, Madrid y el Grolier, recientemente renombrado Códice Maya de México. En total, el corpus de inscripciones jeroglíficas mayas llega a unos 15 mil textos, aunque cada año siguen surgiendo nuevos monumentos tallados, producto de las investigaciones y excavaciones de los diversos proyectos arqueológicos que se trabajan en el país.

El orden de lectura

Regularmente el orden de lectura de los textos mayas es de izquierda a derecha, en doble columna y de arriba abajo; es decir, en zigzag, lo que recuerda el movimiento de una serpiente. Otra clave para identificar dicho orden de lectura es verificando hacia qué lado miran los personajes que se pueden identificar en los textos, ya que por lo general indicarán hacia qué lado debemos iniciar una lectura.

Cada columna está compuesta por varios bloques glíficos, los cuales, a su vez, se conforman por un signo principal, casi siempre de mayor tamaño, y afijos que lo acompañan. Podemos tener un prefijo, que es el que se encuentra delante del signo principal; un superfijo, arriba; un sufijo, debajo, y un posfijo, detrás. El orden de lectura de estos bloques independientes sigue respetando el de la inscripción en su totalidad. [Figura 2]

Por ejemplo, utilizando un logograma los mayas podían escribir la palabra tuun, que significa piedra, pero para asegurarse de que el lector entendiera bien de qué palabra se trataba, podían agregar complementos fonéticos, con sílabas, lo que ayudaba sobremanera a saber con qué sonidos iniciaba o finalizaba la palabra escrita. De la misma manera podían escribir la palabra “jaguar” representada por la cabeza del animal, o formar palabras solo con signos fonéticos. El gran desafío de la escritura maya, y lo que ha dificultado su interpretación, es que no especifica cuándo se trata de un logograma y una sílaba, sino que es el lector o el escriba quien debe familiarizarse con cada uno de ellos. [Figura 3]


Para entender cómo funciona la escritura maya debemos considerar cuáles fueron las convenciones gráficas con las que se rige su sistema de escritura. Encontramos que es muy flexible, pero a menudo puede jugarnos una mala pasada, porque es preciso conocer a la perfección cada uno de los signos que la componen para poder identificarlos con plenitud. Existen varias formas en las que el escriba maya podía escribir un mismo término de distinta forma. Por ejemplo, la expresión chum tuun, “el asiento del año”, y que hace referencia al inicio de un período, puede escribirse como bloques independientes, bloques con ocultación de un signo, infijación -cuando un signo se encuentra dentro de otro- y, en casos extremos, como una fusión de signos. [Figura 4]

El calendario

Los mayas también fueron expertos en registrar el tiempo, y para ello utilizaron varios calendarios. Los más utilizados y conocidos son la cuenta larga, que es una cuenta lineal de días transcurridos desde lo que conocemos como “fecha era”, un evento mitológico a partir del cual los mayas comenzaron a contar el tiempo acaecido el 14 de agosto de 3114 a. C.; el Tzolk’in, que se refiere a un calendario ritual de 260 días, y el Haab’, calendario solar de 365 días, dividido en 18 meses de 20 días y uno de 5, al que llamaban wayeb’.

Cada uno de estos calendarios era combinado con números, los cuales podían escribirse con barras y puntos, con valores de 5 y 1, respectivamente, pero también con variantes de cabeza, las cuales representaban a varios dioses. Por ejemplo, el número 1 podía escribirse con un punto, pero también con la cabeza de perfil del dios del Maíz con una tonsura, mientras que el número 9 se representaba con una barra acompañada de cuatro puntos, pero también con la cabeza de un dios Jaguar. El número 10 era representado por dos barras, cada una con valor de 5, pero también podía escribirse utilizando la cabeza del dios de la Muerte, una calavera. Algo que es muy interesante de las variantes de cabeza para los numerales es que a partir del número 14, los signos se forman de la combinación de dos dioses, específicamente de la calavera del número 10, con las de los otros dioses que representan números menores. Es decir, el 15 es la combinación del dios del número 5 con el dios del número 10. El 18 se formaba combinando el número 8 con la variante del número 10. [Figura 5]

Para poder correlacionar las fechas de los antiguos mayas con el calendario gregoriano, que es el que utilizamos en la actualidad, debemos combinar estos tres mayas: la cuenta larga, el Tzolk’in y el Haab’, que se conoce como una “rueda de calendario”. Veamos ahora un ejemplo de una fecha. [Figura 6]

El análisis de los textos

Para poder analizar profundamente un texto jeroglífico, los epigrafistas, que son las personas que nos dedicamos al estudio de la escritura maya, utilizamos convenciones que nos ayudan a entender cada frase, para poder llegar a una traducción. Básicamente, tenemos cuatro pasos para este proceso:

  • La transliteración, que es el primer paso y en el cual identificamos cada uno de los signos, los logogramas se escriben con mayúscula, mientras que los silabogramas van con minúscula. Cada uno de los signos debe separarse con guiones, los que van a indicar el orden de lectura.
  • La transcripción supone el segundo paso y es donde tratamos de escribir la palabra en maya, reconstruyendo los faltantes en el texto y representando el núcleo vocálico de acuerdo a varias reglas. Este paso siempre debe ir en cursiva.
  • El análisis gramatical, mediante el cual identificamos cada uno de los grafemas que componen el bloque glífico.
  • La traducción, que es a donde todos queremos llegar y que debe ir entre comillas. Es en este paso donde escribimos el mensaje en nuestro idioma, teniendo cuidado de cambiar la sintaxis de la oración, ya que en maya la estructura es: verbo, objeto y sujeto, en el caso de frases transitivas, mientras que en español es: sujeto, verbo y objeto. [Figura 7]

El contenido de las inscripciones nos permite abrir una ventana al pasado y conocer los nombres de los grandes reyes que gobernaban las antiguas ciudades, cuyos vestigios se ubican en las selvas tropicales del área maya. Gracias a ellas se ha podido trazar un complejo mapa geopolítico del área en la época prehispánica, y conocer sus matrimonios, alianzas, guerras, rituales y dinastía. Y aunque aún queda mucho por descifrar, la epigrafía moderna avanza día a día para lograr develar todos los secretos que siguen rehusando ser escuchados por medio de las palabras que la gran civilización maya dejó plasmadas en su amplio corpus jeroglífico.

En el texto tallado en el lado oeste de la Estela C de Quiriguá podemos ver cómo los antiguos reyes mayas, los K’uhul Ajaw o “Señores Divinos”, se preocupaban por inmortalizar su legado, objetivo que consiguieron y que ha llegado hasta nuestros días, convirtiéndose de esta forma en reyes eternos, inmortales y dueños del tiempo. [Figura 8]

Transliteración:

(C1-D2) tzi-ka-K’INICH-HAB’ (C3) 9-PIKHAB’ (D3) 1-WINIKHAB’ (C4) MIH-HAB’ (D4) MIH-WINAL-la (C5) MIH-K’IN-ni (D5) i-u-ti (C6) 6-AJAW (D6) 13-YAX-K’IN-ni (C7) u-tz’a[pa]-wa (D7) TUN-ni-tu-tu-ma (C8) yo-OL-K’INICH (D8) K’UH-?-AJAW (C9) u-ti-ya (D9) ?-CHAK-? (C10) tz’u-un (D10) MIH-WINAL (C11) 5-HAB’-17-WINIKHAB’ (D11) u-ti-ya-6-AJAW (C12) 13-[K’AN]a-si-ya (D12) NAH-5-TUN-ni (C13) u-CHOK-wa (D13) K’AK’-TIL-CHAN (C14) 5-WINIKHAB’ (C15) ch’a-ho-ma

Transcripción:

Tziikhaab’’; b’olon pikhaab; ju’n winikhaab’; mih haab;’ mih winal; mih k’in; wak ‘ajaw ‘uhxlaju’n yaxk’in; utz’a[h]paw tuun; Tutuum Yo’[h]l K’i[h]nich; k’uh[ul] [Quirigua] ‘ajaw; ‘u[h]tiiy … tz’unu’n; mih [k’in]; mih winal; ho’ haab’; huklaju’n winikhaab’; ‘i ‘u[h]tiiy; wak ‘ajaw; ‘uhxlaju’n k’anasiiy; naah ho’ tuun; ‘uchokow; K’ahk’ Tiliw Chan [Yopaat]; ho’ winikhaab’ ; ch’aho’m

Traducción:

“Pasaron nueve baktunes, un katún, cero tunes, cero winales y cero k’ines [En la fecha 9.1.0.0.0], ocurrió [el día] 6 Ajaw 13 Yaxk’in [27 de agosto de 455 d. C.] Tutuum Yo’hl K’ihnich, divino señor de Quiriguá hincó la piedra, [esto] ocurrió [en el lugar] del colibrí. [Pasaron] 0 k’ines, 0 winales, 5 tunes y 17 katunes [en la fecha 9.18.5.0.0] entonces ocurrió [el día] 6 Ajaw 13 Kayab, [cuando] K’ahk’ Tiliw Chan Yopaat Chajo’m de cinco K’atunes, asperjó [incienso], [durante los] primeros cinco tunes [en el señorío]”

Sobre el autor:

Camilo A. Luin es epigrafista y arqueólogo. Es catedrático en varias universidades de Guatemala y ha impartido talleres y conferencias, así como publicados artículos sobre escritura jeroglífica e iconografía maya en múltiples congresos y medios escritos especializados. Actualmente es curador del Museo Popol Vuh de la Universidad Francisco Marroquín e investigador adjunto del Proyecto Atlas Epigráfico de Petén de la Universidad Estatal de Humanidades en Moscú.

Camilo A. Luis (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)