Revista D

Mi apellido es López y soy guatemalteco

Si bien el nombre de pila nos acompaña de manera cotidiana a lo largo de la vida, lo cierto es que el apellido representa algo más distintivo. Para muchos es la etiqueta, por llamarlo de alguna manera, más marcada que una persona hereda. Representa el linaje y la ascendencia. En Guatemala el apellido más común es López, pues lo lleva el 3.99 por ciento de la población.

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Según el Registro Nacional de las Personas (Renap), el segundo lugar de este conteo es para los Pérez (2.76 por ciento), en la tercera casilla se ubican los García (2.01), le siguen los Hernández (1.91), Morales (1.51), Ramírez (1.28), González (1.21), Gómez (1.15), Vásquez (0.95) y en el décimo puesto los Ramos (0.76).

Para Ramiro Ordónez Jonama, presidente de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, estos datos no sorprenden, pues los apellidos comunes son castizos por razones históricas. “En el país se dio la asimilación cultural como un resultado natural de la colonización, como sucedió en todos los lugares del denominado Nuevo Mundo”, afirma.

Este fenómeno fue el resultado del sistema de reducciones, encomiendas y repartimientos que los colonos impusieron, ya que en aquella época los indígenas fueron conocidos por el nombre de quien los tenía bajo su cargo. Las encomiendas funcionaban bajo reglas que indicaban que los indígenas debían servir a cierto encomendero y si este se llamaba Gonzalo, quienes estaban bajo su autoridad eran llamados González, como una marca de propiedad.

Primeros vecinos

En El libro viejo de la fundación de Guatemala se reconocen como los primeros ciudadanos a una corta lista de personas con apellido ibérico. Entre ellos Diego de Roxas, alcalde y vecino; Baltazar de Mendoza, alcalde y vecino; Don Pedro, regidor; Domingo de Zubiarreta, regidor; Dardón, regidor; Pedro Gómez, Juan Páez y Bartolomé González, vecinos. Así se fueron sumando otros muchos como Blas López, Diego Díaz, Polanco, Monroy, Hernando de Chávez, Pedro Núñez, Martín Izquierdo, Francisco Dávila, Gaspar Arias, Castillo, Barahona y Francisco Hernández. Ordónez Jonama asegura que si se buscan los nombres de los antepasados, descubriremos que en la familia hubo alguno de los apellidos de los primeros vecinos de la capital del reino.

Otro evento que incidió en la imposición de los nombres, según explica Deyvid Molina, especialista en religiosidad del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos, fue la evangelización, debido a que muchos cambiaron su nombre por el de los santos venerados en su región y además los sacerdotes bautizaban a los niños según el santoral.

Es decir que si un niño nacía el 20 de octubre había muchas posibilidades de que fuera bautizado como Adelardo, María Bertila o Jacobo. Si un pequeño hubiera nacido en el área de San Rafael Petzal, Huehuetenango, el 24 de octubre, la fiesta patronal sería el motivo para que los padres decidieran nombrarlo Rafael.

Los grandes señoríos

Documentos como El memorial de Sololá, El título de los señores de Totonicapán o El título de Alotenango indican el origen, la historia y las ramas familiares de los grandes señoríos y cómo les fueron designados nombres españoles para fines legales, principalmente en las regiones que hoy comprenden Sololá, Chimaltenango, Totonicapán y Quetzaltenango.

Las Leyes de Indias, según apunta Adrián Recinos en sus Crónicas indígenas de Guatemala, les concedió el usufructo de las tierras que poseían, la exoneración de impuestos, el tratamiento de “don”, además del nombre y vestimenta a la española.

También se registra el caso del señor de los itzaes del área del norte del país, el gran Can Ek y el sacerdote Quin Can Ek, quienes luego de haber sido capturados fueron bautizados con los nombres de José Pablo y Francisco Nicolás, respectivamente, de acuerdo con lo relatado en el artículo El Señorío o Linaje Can Ek, del historiador guatemalteco Julio Cambranes.

En el Memorial de Sololá o Anales de los Kaqchiqueles se relata la historia del origen del pueblo xahil y sus linajes. La narración se inicia por un descendiente de los reyes que fueron quemados por Pedro de Alvarado a su llegada a Iximché. El autor tomó el nombre de Francisco Hernández Arana Xajilá y escribió de 1560 hasta 1583. “Aquí en Tzololá, el día 6 de Tzíi (12 de enero de 1528), fue introducido el tributo. Entonces nació mi hijo Diego, nos hallábamos en Bocó (Chimaltenango)”. Como otros personajes principales, Diego también fue bautizado con un nombre castellano: Diego Hernández Xahil, pero conservó el nombre del linaje maya del que procedía.

Origen

En Guatemala los apellidos tienen dos orígenes: los extranjeros, en su mayoría ibéricos, y de otras culturas, como los italianos, alemanes y belgas, además de los de origen indígena.

En España los apellidos surgieron de tres grupos principales: los patronímicos que se formaron por el nombre del padre, es decir, los Domínguez, los Álvarez, los Enríquez; los que indicaban el lugar en donde residían los de Lara, los de Castro, los de Guzmán, y los que derivaron de los apodos, características físicas resaltantes u oficios, los Moreno, los Zapatero, los De la Cerda. Como consecuencia de ello, en Guatemala también se utilizan apellidos como Rubio, Meza, Delgado, Olivares o Fuentes.

El sistema de los mayas era diferente. En la época precolombina la sociedad estaba establecida en clanes que eran dirigidos por un gran señor y jefes con distintas jerarquías. Los descendientes directos se organizaban de modo que controlaban los principales cargos administrativos, militares y religiosos para mantener la hegemonía familiar, aunque las mujeres debían buscar esposo en otros clanes, según relata el libro del Chilam Balam de Chumayel: “El Señor del Sur es el tronco del linaje del gran Uc. Xkantacay es su nombre. Y es el tronco del linaje de Ah Puch”. Los señoríos, que se encontraban en distintos puntos cardinales, se distinguían por colores, es decir, la ceiba roja, blanca, negra y amarilla.

A pesar de ello no adoptaban una palabra en particular dentro del nombre que los distinguiera, pues todos conocían la casa a la que pertenecían. Las personas de las clases más bajas se unían a los clanes de forma voluntaria o por la fuerza”, afirma el antropólogo Aníbal Chajón. La estrecha relación de la cultura maya con la naturaleza definió los nombres, que más tarde se convirtieron en apellidos.

Mario Noj, miembro de la Academia de Lenguas Mayas, distingue cinco grandes grupos que hacen referencia a minerales, animales, frutos, el espacio cósmico y el calendario maya. Así pueden encontrarse Abaj, que significa piedra; Sanic, hormiga; Oscoy, mico; Batz, mono; Chumil, estrella, y Cum, ayote. Del calendario se distinguen según el nombre de los días en los distintos idiomas mayas, entre ellos Toj, del verbo ofrendar; Akabal, nuevo día; Can, culebra, y Noj, sabiduría.

Respecto de los linajes que se establecieron luego de la colonización, Noj indica que se formaron con base en los oficios que las familias desempeñaban, así pueden encontrarse Ajanel, que refiere a quien trabaja la madera; Ajxub, flautista; Pu, cerbatana; Tisol, sastre, entre otros.

“En la cosmovisión maya los seres tienen características onomatopéyicas, de donde deriva su nombre, por lo que algunos de los apellidos no tienen traducción”, afirma Noj.

Familias distinguidas

Durante los primeros siglos de la Colonia hasta principios del siglo XX, la facilidad para viajar era limitada en el país, debido al sistema de transporte y a la falta de carreteras y caminos. Viajar era todo un acontecimiento y tomaba varios días, tanto de preparación como de camino, lo que llevó a que en muchos pueblos se generalizaran unos pocos apellidos.

En el oriente del país las familias más conocidas eran las de apellidos Lorenzana, Orellana, Castillo, Aldana, Cárdenas, Juárez, Godoy, Corado y Cordón, entre otras. “Con los años y la ampliación de las vías de comunicación y de transporte, las personas empezaron a migrar a otras regiones y a establecerse para formar familia, lo que permitió que los apellidos se diseminaran en todo el territorio”, indica Ordóñez Jonama.

El fenómeno de las migraciones se generalizó en toda la república al punto de que las ciudades principales han aumentado considerablemente su populación, debido a lo cual incluso han llegado a predominar otros apellidos.

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