Revista D

Cómo celebramos

Los festejos ponen al descubierto valores, conductas y formas en que como la sociedad interactúa. Cada estilo de baile, como la cuadrilla, el danzón o el rock, tiene un significado. Por eso es importante preguntarse ¿cómo y por qué celebramos en Guatemala?

Agasajo de la Radio 1210, en la Ciudad de Guatemala, en enero de 1968.

Agasajo de la Radio 1210, en la Ciudad de Guatemala, en enero de 1968.

El origen de las fiestas es religioso, pero conforme el tiempo estas han pasado a tener un sentido social. Por ejemplo, la conmemoración del nacimiento de Jesús, en la Navidad, se adaptó, siguiendo el calendario romano, para festejar el santo de las personas. Luego, la cultura global capitalista transformó esta costumbre en la celebración del cumpleaños.

Cuadro emblemático

La colección Los cuadros de la vida de Nuestra Señora, creados en México por Pedro de Ramírez, en 1620, que adornan las paredes de la catedral metropolitana guatemalteca, además de su incalculable valor histórico y estético representan las festividades cíclicas en la vida de una mujer, según Fernando Urquizú Gómez, investigador del Centro de Estudios Folclóricos de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

La serie muestra la presentación de la Virgen María en el templo, como una alegoría de la celebración de los 15 años.

El desposorio de la Virgen es una metáfora de la boda.

El embarazo y la visitación a Santa Isabel aluden a la fiesta que se hace para anunciar y celebrar la llegada de un bebé.

Moros y cristianos

Con los conquistadores españoles arribó a Guatemala una gran cantidad de frailes que emplearon la música y la danza para insuflar la fe católica, explica el antropólogo Carlos René García, investigador de danzas.

Las festividades fueron usadas como estrategia para transmitir el catolicismo, para lo cual “los españoles mezclaron sus creencias y costumbres con las de los indígenas”, afirma García

Por medio de las danzas se expresaba respeto y veneración a las divinidades, santos y patronos tutelares de las localidades. De esta época data, por ejemplo, la contradanza de Moros y Cristianos.

Largas fiestas

En la década de 1770, Joseph Manuel Lucia de Riso era un maestro de coro oriundo de la Ciudad de Santiago de Guatemala y radicado en Mazatenango, Suchitepéquez.

Las actas de los maestros de capilla, guardadas durante siglos en el Archivo Arquidiocesano, fueron revisadas por Urquizú. Uno de estos documentos refiere que Lucia de Riso amenizó la boda de don Juan de Letona, durante “nueve días continuos, incluidas las noches, por 52 pesos, a razón de seis pesos por día”. Estos honorarios fueron repartidos entre cinco músicos.

Visto así podría considerarse a Lucia de Riso como uno de los propulsores de los actuales grupos musicales.

En los albores de 1800, en el ámbito no religioso, se hizo popular “ la cuadrilla”, nombre que se deriva de la palabra cuadrado que se refiere a la forma como se colocan los bailarines.

Durante siglos hemos celebrado. Pero, ¿qué sucede cuando lo hacemos?, los antropólogos mexicanos Juan Miguel Sarricolea y Albertina Ortega responden a esta pregunta en su ensayo La fiesta de XV años.

Los festejos refuerzan la identidad y el orden social, la estructura de la sociedad y transmiten mensajes simbólicos.

Por ejemplo, las galas de independencia, las festividades en honor de la Virgen de Guadalupe o Concepción son generadoras de identidad y “nos hacen adherirnos por unos instantes a nuestras raíces nos integran como colectivo”, señalan Sarricolea y Ortega.

Madame Stephenson

Un pequeño anuncio publicado en el Diario de Centro América en abril de 1880, informaba sobre la llegada de la “modista francesa” Madame Stephenson, que solicitaba “el patrocinio de las señoras” y prometía a quienes visitaran su taller de la 12 calle poniente, número 23, “especial esmero en trajes de baile y paseo”.

Junto al aviso de Madame Stephenson, el almacén La Positiva promocionaba gran variedad de corbatas para señoras, pañolones merino, de fleco corto, en negro y colores; géneros pompadour y groses de seda, “la gran moda de París”.

La clase alta guatemalteca que viajaba a Europa estaba identificada con el comportamiento y el influjo de los grupos de poder cosmopolita como los franceses, cuya influencia fue notoria durante los gobiernos de Rafael Carrera (1844-1848 y de 1851 a 1865), Lisandro Barillas (1885- 1892) y José María Reina Barrios (1892- 1898), señala Urquizú Gómez.

Durante la gestión de Carrera se estrenó el teatro que llevaba su nombre. En sus salones se celebraron las famosas fiestas de “tacón y hueso”. La palabra tacón hacía referencia a los zapatos altos y hueso, al material del que estaban hechas las peinetas. El vals era el baile de moda.

Rompe con lo establecido

Los bailes de máscaras y los disfraces no tenían el mismo carácter de divertimiento en las clases pudientes que en los bailes ceremoniales, asociados, hasta la fecha, con una devoción religiosa.

El carnaval, en cambio, “permite el caos, romper con las normas de la vida ordinaria para, una vez terminada la fiesta, volver al orden habitual” , dicen Sarricolea Torres y Ortega.

En Guatemala, este tipo de fiestas adquirieron un carácter más informal, pero no por ello menos relevante, con la llegada de los liberales al poder, que se caracterizaron por ser anticlericales.

A principios del siglo XX, con el aumento de la población, las celebraciones que se llevaban a cabo en las casas antañonas empezaron a ser comunes en salones.

Una crónica publicada en El Imparcial, el 28 de marzo de 1904, cuenta los pormenores de la despedida de Juan B. Ricco, Elisa Zanghieri y su hija Margarita, que viajaban a Europa. El menú fue consomé a la Vincent, Poisson a la Montpellier, Tourterelles au riz truffe y maicedoine de fruits —muestra de la influencia francesa—. La orquesta fue dirigida por el célebre Germán Alcántara, quien animó la velada.

La zarabanda

Las fiestas también refuerzan la estructura social. Los guatemaltecos han celebrado, como dice un refrán popular, “juntos pero no revueltos”, al menos hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando las modalidades de socialización cambiaron, indica García.

La procedencia de fiestas como la zarabanda no está clara y no se sabe exactamente si fue adoptada de España o si nació en una de estas tierras colonizadas. Pero su práctica es popular desde el siglo XVI.

Según Sergio Navarrete Pellicer, autor del ensayo La zarabanda, el baile fue considerado pecaminoso por la iglesia Católica, y en los reportes de la inquisición española —siglos XV al XVIII— se advierte del peligro que representa “el entretenimiento popular y las festividades de los indios, las castas y la clase baja rural española por considerarlos una ofensa a la moral cristiana”.

En la actualidad, las zarabandas siguen siendo los eventos más esperados en las ferias municipales. Es ahí donde se observa otro de los efectos de la fiesta, el intercambio económico.

Los festejos reflejan el orden social. Una crónica de la velada de la Sociedad Obrera efectuada la noche del 3 de abril de 1904 revela que los asistentes tomaron la palabra, según su jerarquía, entre poesías, la interpretación de la marcha militar Minerva y los discursos que exaltaron las bondades del liberalismo. Eran apenas los albores de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, que fue presidente de 1898 a 1920.

En 1904, la estadounidense United Fruit Company comenzó a adquirir tierras para plantar banano. En 1923 las exportaciones se habían duplicado con relación a los años anteriores y en 1924, la empresa obtuvo la concesión para construir vías férreas en sus plantaciones.

Con el arribo de los estadounidenses llegaron los discos de acetato, las vitrolas y la radio, que pusieron en boga el swing y el charleston. Los atrevidos movimientos de Miss Dolly, la reina de ese baile, amenizaban las tardes danzantes de los felices años de 1920.

Rock, rock

La posguerra trajo nuevas concepciones del mundo, la vida y la forma de relacionarse. “Cambió la manera de concebir la participación de los sexos en las fiestas”, explica García.

Con el rock, a mediados del siglo XX, el baile adquirió un carácter individual y quedó atrás el de festejo colectivo. Todos querían imitar los provocadores contoneos de Elvis Presley, el Rey, cada vez que cantaba Jailhouse Rock.

Adquirieron popularidad las formaciones solo de hombres o solo de mujeres para interpretar un baile, o juntos, pero sin tener contacto físico. También la división entre las clases sociales dejó de ser tan marcada, agrega García.

Pero ¿qué queda después de una fiesta? Una crónica anónima publicada en El Imparcial, en enero de 1930, titulada Divagación postfiestas, lo explica muy bien.

“En el simple detalle de los cohetes se ve claramente esa embriaguez que quiere matar la realidad, ese engaño colectivo, esa afamada búsqueda de olvido que se persigue en toda embriaguez, y que si se logra es por unos instantes nada más. Rasgo tropicalísimo, consustancial en el individuo de nuestras latitudes. Especie de huella digital o de hueso de Cuvier para las reconstrucciones de nuestra idiosincrasia”.

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