Revista D

Diego Méndez: el cirujano del cerebro

Su misión es extirpar los tumores que se forman en el órgano más complejo y misterioso del ser humano.

Abrir un cerebro es penetrar en la zona más íntima del ser humano, por eso cualquier error puede ser fatal. Pero también se trata de una lucha contra tumores traicioneros que merman la vida de quienes los tienen. Vencerlos es la misión  del neurocirujano mexicano-guatemalteco Diego Méndez Rosito (39). 
Nació en tierras aztecas, pero tenía ochos años cuando sus padres decidieron migrar al país. Aquí permaneció hasta que se graduó de Médico y Cirujano por la Universidad Francisco Marroquín (UFM). “Regresé a México para concluir mis estudios, pero me siento tan guatemalteco que anoche cené un pan francés con frijolitos y crema”, comenta vía telefónica.
Lograr que un especialista de su talento y sencillez dedique tiempo para hablar de su trayectoria no es tarea fácil, pero  para Méndez Rosito es imposible decirle no a un chapín. 
“Acabo de salir  de una cirugía y dentro de poco entraré a otra”, dice sin antes disculparse por el poco tiempo que tendrá para  la entrevista. “Es que por lo general  así paso todos los días. Algunas —cirugías— son programadas y otras imprevistas, esta, por ejemplo, fue de emergencia”. 
Estuvo en el quirófano para extirparle un tumor gigante a un niño de cuatro años. “Le estaba generando una gran masa, por lo que se puso muy mal y para  descomprimir su  cerebro era necesario operarlo”.
El neurocirujano trabaja en los hospitales públicos  Centro Médico Nacional 20 de Noviembre e Instituto de Nutrición Salvador Zubirán. También atiende en el centro privado Ángeles Pedregal. Los tres están especializados en cirugía cerebral.
Su interés por esta parte de la medicina le nació cuando hacía rotaciones en los hospitales San Juan de Dios y Roosevelt. “Tuve una exposición de este tipo y desde ese día me apasionó. Aprendí mucho y agradezco a mis maestros de esas instituciones, porque me inspiraron para encontrar mi misión en esta vida”, refiere.

Superación académica

El Instituto de Neurología y Neurocirugía de la Ciudad de México fue el primer centro donde se especializó. Allí estudió seis años, y para sostenerse contó con el apoyo de su  familia y un trabajo de tiempo parcial.
“Cuando uno es residente tiene energía para estudiar de todo y la pasión ayuda a aprender, pero los recursos son la principal limitante”, opina. Sin embargo, descubrió que ese problema lo podía solventar por medio de becas.
“En mi tercer año de la residencia obtuve la beca Armstrong (2009); era  poco dinero pero me ayudó costear  mis gastos básicos. El siguiente año obtuve una de  la Fundación Carso (de Carlos Slim) para llevar a  cabo un banco de ADN, con la cual reuní  un poco de dinero para continuar mi sueño”, relata.
En su 5to año de la residencia viajó a Sao Paulo, Brasil, donde estuvo  seis  meses en un laboratorio de anatomía. “Allí mi mundo era estar ocho horas disecando cerebros, lo cual me permitió desarrollar destreza en el microscopio y simultáneamente aprender anatomía microquirúrgica, que  es la base de la Neurocirugía”, afirma.
Al concluir su residencia  aplicó para una beca de  la institución mexicana más importante para la investigación: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, que lo apoyó para viajar a Estados Unidos y aprender durante un año nuevas técnicas quirúrgicas.  “En ese país estuve  absorbiendo como una esponja todos los conocimientos, consejos y experiencias de estrellas de la neurocirugía”, cuenta.
Posteriormente regresó a México a completar un posgrado en Neurocirugía Vascular.
En mayo estuvo en Guatemala compartiendo sus conocimientos durante un Congreso Centroamericano con un grupo de especialistas.

Recuerdos

En los hospitales donde trabaja, que son centros de referencia nacional, ha tratado casos que lo han marcado. Uno fue el de don  Heriberto, de 50 años,  a quien le creció  un tumor que le desfiguró el rostro. La razón para operarse  era porque los niños en la parada del bus se le quedaban “viendo feo y hablaban cosas”.
Cuando platicaba de su caso con los especialistas  se tapaba la cara y veía hacia el  piso. Este caso fue un reto para el hospital por lo que se formó un grupo de especialistas en distintas áreas —maxilofacial, otorrino, cirugía plástica, infectología y  radioterapia—.
 Heriberto, como una forma de agradecimiento, le envió una selfie desde una playa donde disfrutaba sus vacaciones  “me dio un gusto enorme poder ayudarlo”, expresa.
De la aplicación de sus  conocimientos no solo son testigos los mexicanos, porque también ha tenido la oportunidad de ayudar a guatemaltecos que viajan a ese país.  “Me llena de orgullo y honor extenderle la mano a los paisanos”, comenta.
Estas experiencias han llegado a oídos de muchos, por lo que recibe docenas de llamados para solicitarle su apoyo. Es así que se ha dedicado a tocar las puertas de la iniciativa privada  para establecer una fundación para que personas con escasos recursos puedan viajar a México y ser tratados. “Ya hemos  platicado  con algunas  que quieran  estar en esta  causa”, relata.

¿Cuándo vino al país?

Nací en México, pero cuando tenía ocho años me fui a Guatemala por asuntos familiares y allá estudié. En el 2006 me regresé a México para  hacer mi residencia de Neurocirugía.  
Después viajé  para completar entrenamiento y  especialidades en  Estados  Unidos y   Brasil, regresé a México y ahora  trabajo en dos hospitales públicos  donde me dedico a operar tumores cerebrales.

¿Cuáles son los problemas más frecuentes?

Son los tumores cerebrales que pueden ser benignos o  malignos, y que se desarrollan  dentro del cerebro o en  las estructuras que están en la base del cráneo. Estos van creciendo y causando síntomas neurológicos de acuerdo con su ubicación.

¿Porqué  que se inclinó por la Neurocirugía?

Cuando efectué mis prácticas en los hospitales San Juan de Dios y Roosevelt  tuve el primer contacto con la cirugía y me apasionó.  Decidí incursionar en el tema, conocí amigos especialistas, quienes  me orientaron hacia dónde estudiar mi residencia y después la historia en México.

¿Cómo fue su experiencia disecando cerebros?

Es una parte muy importante para la formación de un neurocirujano o de cualquier otra especialidad, porque la Anatomía es la base de todo. Es una herramienta muy útil estar en un laboratorio de disección. Desafortunadamente, es limitado  tener acceso a un laboratorio en Latinoamérica,  ya sea por falta de recursos o como sucede aquí en México por el tema legal, está autorizado legalmente para fines de trasplante pero no para investigación.

En mayo visitó el país,  ¿cuál fue  su objetivo?

Participé como conferencista en un Congreso de Neurocirugía de la Sociedad Centroamericana. Me invitaron a dar unas pláticas y aproveché para visitar a la familia. También  planteé  mi intención de crear una fundación que sirva como canal de apoyo  para que algunos pacientes que no tienen recursos  viajen a México para ser atendidos, para lo cual estamos buscando el apoyo de varias empresas privadas.

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