El mayor de estos dos templos rinde culto a los dioses Ra y Amón, y el otro, de menores dimensiones, se lo dedicó a su esposa, Nefertiti.
“El tiempo fue uno de los desafíos más importantes. Además, fue un ejemplo único de entendimiento internacional.
Se trajo a los técnicos y expertos más importantes del mundo en el campo de la egiptología, para que pusieran en común los conocimientos y los avances tecnológicos que existían en aquellos años”, relata Mechtild Rossler, subdirectora del Centro de Patrimonio Mundial de la Unesco y experta en aquella campaña.
Unidad internacional
Bautizada como la campaña del Nubia, junto con los templos de Abu Simbel fueron trasladados otros cinco grupos de monumentos que habrían quedado devastados si no hubieran sido rescatados por la comunidad internacional.
Esta tarea duró 20 años —1959-1979— y comenzó cuando la Unesco se propuso convencer a una multitud de países de que dejaran de lado sus disputas y rivalidades y financiaran solidariamente el rescate de estos templos, que ofrecen un testimonio inigualable del desarrollo que hace más de tres milenios consiguió alcanzar la cultura egipcia.
De hecho, de los 15 monumentos que fueron salvados de las aguas del Nilo, 11 fueron reubicados en las proximidades del río, y cuatro de ellos fueron ofrecidos a España, Estados Unidos, los Países Bajos e Italia, por su contribución a esta campaña internacional.
“Es un ejemplo de los milagros que puede conseguir la cooperación internacional si deja de lado los intereses y los orgullos nacionales”, aseguró el director general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, en el 2009, cuando se conmemoraron los 50 años del llamamiento internacional a salvar Abu Simbel.
Esta campaña, además de haber rescatado tesoros arqueológicos de incalculable valor, fue una lección de entendimiento internacional en unos años en los que el mundo vivía enfrentado por la Guerra Fría.
Dispuestos a olvidar sus diferencias y a actuar unidos, numerosos países quisieron evitar la destrucción de un legado único y financiar un proyecto aparentemente imposible, que supuso todo un reto para la ciencia y la técnica de mediados del siglo pasado.
“El acuerdo demuestra el esfuerzo realizado en conjunto por la comunidad internacional para salvar estos monumentos. Germinó la idea de que hay tesoros que hay que proteger y que deben quedar para las generaciones futuras”, argumenta Rossler.
Las orillas del Nilo se convirtieron por unos años en un oasis en mitad de aquel mundo dividido por el telón de acero, y era allí donde “reinaba un espíritu de unidad en un marco de cooperación y amistad internacional”. Así lo relatan al menos las crónicas de la época, que hablan de la transformación que se produjo en el valle cuando llegaron de todas partes del mundo los mejores arqueólogos, científicos e ingenieros.
Los templos de Abu Simbel son testimonio de una cultura ancestral que perdura hoy, gracias al esfuerzo conjunto de la comunidad internacional, que prefirió dejar de lado sus disputas y rescatar un tesoro arqueológico que podría haber quedado devastado y sepultado bajo las aguas.
Una pérdida que habría sido trágica, e imperdonable por las generaciones futuras, que hubieran sido incapaces de entender que una riqueza de semejante valor pudiera quedar destruida.