Revista D

Historias de vida de seis maestros guatemaltecos entregados a su vocación

¿En años, kilómetros o número de estudiantes?  ¿De cuántas maneras podemos tratar de medir el compromiso de un docente?

La celebración del Día del Maestro tiene muchos matices. Ayer hubo docentes que suspiraron al recordar  sus años en el salón de clase. Aún jubilados, sus corazones palpitan con las vivencias junto con los  grupos de estudiantes que formaron a lo largo de su ejercicio profesional.
 Otros mentores tomaron un respiro con las muestras de afecto de sus chicos. Las sonrisas, los abrazos y cada saludo fueron un aliciente en medio, quizá, de un salón por el que se filtra la lluvia, o no hay suficientes materiales didácticos, probablemente en un establecimiento que  espera los fondos  para su mantenimiento y  refacción de los niños.
El Día del Maestro puede tener altibajos, pero eso no opaca la vocación magisterial. Las condiciones laborales varían, definitivamente. La realidad entre los docentes podrá ser opuesta, pero la entrega  y su compromiso son inquebrantables. Es así como dejan huella y forman personas no  para aprobar una materia, sino para la vida.

Un saludo

Es precisamente esa actitud la que hace a muchos  recordar a un profesor con especial afecto. Reconocemos la labor de los docentes con seis historias, todas son relatos  de vida diferentes pero con algo en común: auténtica vocación magisterial.
Profesores en ejercicio y otros jubilados procedentes  de distintos departamentos  comparten sus experiencias.
Jorge Luis Gómez Alvarado recuerda sus años  en Ixcán, en la década de 1980. Claudia López  habla de su libro y de la escuela de una aldea de Quiché.
Jorge Antonio Paque tomó un nuevo giro en su profesión al jubilarse.  Juan Chó Soc habla de los triunfos obtenidos  con sus alumnos  en Estados Unidos.
Eligio Vicente es un maestro que dejó huella en Izabal  y Migdalia Barrientos comenta sobre su experiencia en Santa Rosa.
 

Nueve años en Jolomquem, Ixcán.

En Huehuetenango, por casi una década, este docente recorrió, cada mes, 17 horas para llegar a su escuela.
En los primeros años de la década de 1980, Jorge Luis Gómez Alvarado tenía casi cinco años de haberse graduado de maestro. Recibió un telegrama donde se le indicó que debía viajar a la capital para recoger su nombramiento.
Era la época de Efraín Ríos Montt en la presidencia. “En ese tiempo el área de Ixcán estaba dividida en Ixcán Grande e Ixcán Chiquito, la primera parte pertenecía a Huehuetenango, la otra, a Quiché. La escuela que me asignaron quedaba en la aldea Jolomquem, en Ixcán Grande, en Santa Cruz Barillas”, recuerda Gómez Alvarado, oriundo de Huehuetenango.
“El  medio de comunicación en Barillas era una radio comunitaria y por esa vía alertaron de mi partida para que llegaran por mí a San Ramón, que en pickup estaba a 12 horas de Huehuetenango”.  Al llegar, “un hombre vestido con el traje de Todos Santos preguntó por mí y a caballo me condujo a la aldea. El viaje demoró cinco horas”.
Por nueve años el maestro hizo esa travesía mensualmente, permanecía por jornadas de 22 días en Jolomquem. Hoy, jubilado, no olvida su experiencia. No siempre contó con un caballo, así que hubo ocasiones en las que el lodo, sobre todo en invierno, le llegó hasta las rodillas. “Tenía que bañarme en el río Espíritu cuando iba a la cabecera. También llegaba enlodado, con mi mochila de ropa y comida, cuando viajaba de regreso”.

Troncos

La escuela  estaba construida rudimentariamente con madera y techo de paja, y el piso era de barro. Gómez Alvarado, al notar que sus alumnos no le comprendían, comenzó a aprender palabras en mam y canjobal, los dos idiomas locales. “Los escritorios eran  troncos puestos en el suelo para que los niños se sentaran y enfrente tenían unas tablas”. 
En la comunidad le dieron un pequeño rancho de madera y paja, cerca de la escuela, para que viviera. “Al principio preparaba mis alimentos y lavaba mi ropa. Con el paso del tiempo gané la confianza de los aldeanos y me apoyaron en esas tareas. También me mudaron a una casa”, relata.

Retiro

Ahora es profesor en la Universidad de San Carlos y tiene  58 años; tenía unos 25 cuando llegó a Ixcán. Recuerda haber conocido a colegas que eran de Jutiapa. Si bien las condiciones fueron adversas, impartió clases frente al río, iba de pesca con sus alumnos y nadaban en época de verano.
Cuando dejó la comunidad, con el apoyo de autoridades y los padres, logró cambios en la infraestructura de la escuela. Posteriormente, fue asignado a otros establecimientos. En el 2008 se jubiló, luego de 25 años de trabajo.  
 

Coautora de libro para niños

Claudia Cristina López Lux ha educado  a la niñez de su natal San Miguel Uspantán, Quiché.
López Lux tiene 38 años, es maestra desde hace 12 y es conocida por promover  la lectura y escritura k'iche'. Es coautora del libro Nab'e B'inen (Mis primeros pasos), que enseña a estudiantes de primaria su idioma materno. “Contiene ejercicios para despertar la habilidad mental con actividades lúdicas como sopa de letras, dominó, lotería y juegos de memoria”.
Este año imparte clases al primer grado en la escuela de la aldea Quizachal, donde enseña, entre otros cursos, Matemática, Expresión Artística, Formación Ciudadana y Educación Física. Estima que ha educado a por lo menos 450 niños, de las aldeas Los Regadillos, El Pinal,  Quizachal y Belejú.
Felicita e insta a sus colegas a “seguir adelante, no debemos estancarnos en nuestra labor. Tenemos que profesionalizarnos y actualizarnos, hay que mejorar nuestras técnicas educativas”. A sus alumnos les dice que “se esmeren en los trabajos que se les asignan y les pide ser perseverantes en sus estudios”.
 

La docencia no es una imposición

Es su quinto año  y ya ha cosechado triunfos internacionales con sus estudiantes. Considera que un maestro nace con la vocación.
Desde que era estudiante en el  ciclo básico, Juan Desiderio Chó Suc tuvo fascinación por la docencia. En el 2008 no dudó en estudiar magisterio. Fue la penúltima generación que se graduó antes de aprobarse los cambios a la carrera. 
Nació en Santa Cruz, Alta Verapaz; tiene 26 años y es maestro de educación primaria en Cobán. Imparte los cursos de Matemática, Comunicación y Lenguaje, Ciencias Sociales y Robótica en el Liceo Dr. Ricardo Bressani.  Además, labora en otro establecimiento de Cobán, donde  imparte 5º. Bachillerato.
 Chó Suc  se reconoce aún muy joven en la profesión, pero su entusiasmo comienza a ser recompensado.

Triunfos

“El magisterio es una gran bendición, me ha abierto muchas puertas”, dice.  El mentor participó en mayo de este año en un certamen de robótica,  en Austin, Texas, Estados Unidos. Fue junto con otros colegas y varios estudiantes. “Obtuvimos el primer premio en  robótica. Y su servidor, un reconocimiento como mejor coach”. El liceo ha destacado en otras oportunidades, pero fue la primera ocasión en que asistía Chó Suc.
El joven maestro le guarda mucho aprecio a Gloria Marina Sierra, su maestra de primaria. “Me dio clases de segundo a sexto grados. Fue una gran formadora y guía. Está jubilada, pero seguimos en contacto”.
Para este maestro “la docencia, aparte de un trabajo, es una pasión”, y eso lo motiva diariamente en el aula y también como estudiante, pues cursa Pedagogía en la universidad.
 “Ser maestro es algo con lo cual se nace. No lo veo como una imposición, sin perder la responsabilidad que la docencia implica, es una vocación que debe tener su dosis de diversión”.
 

Maestro y gestor comunitario

Por tres décadas fue fiel a su mística de trabajo, la que lo hizo ser docente no solo en el aula, pues se preocupó también por el desarrollo comunitario.
En febrero de este año Eligio Vicente Vicente se retiró de la docencia, después de 30 años de trabajo. En su trayectoria impartió desde preprimaria hasta los grados universitarios. “Comencé a dar clases en 1986, en la aldea El Naranjal, en  Izabal”, dice.
Nació en Momostenango, Totonicapán, pero al ganar una plaza fue asignado a otro departamento. Para llegar a su escuela debía tomar una lancha que demoraba dos horas para cruzar el Lago Izabal, luego caminaba 45 minutos. “Regresaba a la cabecera de Izabal una vez por mes. Así fue el primer año”, recuerda. El transporte era escaso y la comunidad a la que iba no contaba con cayuco propio.
Posteriormente, fue trasladado a La Llorona, donde estuvo dos años. “La distancia era la misma, pero quedaba en el norte del lago. El Naranjal estaba al sur”. Entonces, sus viajes a la cabecera  fueron semanales, pues comenzó la primera de varias carreras universitarias. Después, fue trasladado a otra localidad cercana, Calaxpom, donde permaneció 12 años. 
En cada lugar dejó huella. “Me gusta la gestión comunitaria y el desarrollo, siempre velé porque los alumnos tuvieran una infraestructura adecuada”. En Calaxpom logró la construcción de dos edificios para la escuela, los que siguen en uso. “Es mi legado para la aldea”, indica.
Después, fue asignado a otros establecimientos, fue nombrado también director y se involucró, además, en los programas de educación bilingüe de Izabal. Vicente Vicente habla además de castellano, k’iche’, su idioma materno, y q’eqchi’, el cual aprendió en Izabal para desarrollar acertadamente su vocación magisterial.  El último cargo que ocupó fue el de director departamental de educación.
“No olvido a mi maestro de sexto grado, Alberto Baten Ajanel, él me dijo: Usted debe ser maestro. Nunca imaginé de qué manera sus palabras se harían realidad”.
 

Una  nueva faceta llegó con la jubilación

Jorge Antonio Paque se retiró  en el 2005, después de 23 años, pero continúa con su vocación como maestro de inglés.
Al dejar de laborar para el Ministerio de Educación, dice, “no me quedé en casa descansando, me dediqué a trabajar de lleno en una organización caritativa que se llama Guatemalan Students Support Group (GSSG), la cual se fundó en Carolina del Sur, Estados Unidos, y ayuda a completar estudios en ese país a jóvenes de aldeas de Alta Verapaz, Izabal y El Progreso”.
Algunos de estos guatemaltecos, explica, al graduarse continúan su preparación en universidades estadounidenses y han obtenido trabajo, pero otros, lo hacen en casas de estudio superior de Guatemala. “Sus recursos son limitados pero su nivel de inglés es alto, muchos logran emplearse en multinacionales y tomar carreras afines a sus intereses”.

Recuerdos

Paque nació en Cobán y es director de GSSG. Tiene  60 años y el 10 de junio de este año obtuvo la licenciatura en Educación Bilingüe. Durante su trayectoria, en diversos establecimientos de Cobán, ha dado los cursos de Español e Inglés, especialmente. También fue catedrático por 18 años en el Centro de Aprendizaje de Lenguas de la Universidad de San Carlos (Calusac) y confía pronto serlo también en  aulas de otras universidades.
En 1983 fundó junto con otros colegas la primera organización de maestros de inglés de Alta y Baja Verapaz, la cual operó por 15 años.

Mensaje

A sus colegas les dice que se dediquen con alma y corazón a la niñez, “porque nos debemos a ella. Si bien hay una remuneración económica, abrazamos la enseñanza más por la formación de mejores guatemaltecos que por un sueldo. El alumno de hoy puede ser un gobernante en el futuro y debemos educarlos con el mejor ejemplo. En ese sentido, hay que enseñar también los errores que se cometen ahora para que no caigan en ellos”.

Contraste

Ha  impartido clases en Japón y Suecia. En Estocolmo, una vez preguntó a sus estudiantes qué pensaban de su edificio, en el cual  parecían aburrirse. Varios alegaron que era muy feo, que no tenía suficiente ventilación ni el color adecuado. “Su percepción cambió completamente cuando les mostré las imágenes de algunas de nuestras escuelas, donde los niños usan blocks a falta de escritorios”.
 

Madre, maestra y directora

Cuando en clases se lleva a cabo algún trabajo con recortes de periódicos, la maestra es  quien por lo general provee los materiales.
En el 2009 Migdalia Azucena Barrientos  Álvarez comenzó a trabajar en la escuela rural mixta de la aldea Guacamayitas, en Santa Rosa. Ella vive en la aldea Chapas, a 36 kilómetros.
“Para llegar a tiempo salgo a las cinco de la mañana, pero 30 minutos  antes estoy en pie para arreglar a mis tres hijos. Con mi esposo los llevamos donde mi mamá, quien los cuida. Él se va a su trabajo y yo hago parte del trayecto en moto. Me acompaña uno de mis hijos, de tres años, quien estudia en el mismo establecimiento. El vehículo lo dejamos recomendado en la aldea San José Guacamayas, de ahí, caminamos cuatro kilómetros de  veredas entre  cafetales y  bosques”.
Barrientos  Álvarez, de 38 años, recuerda una ocasión cuando fue asaltada camino a la escuela, donde además de dar clases a segundo y tercer grados, es la directora. “Iba con dos maestras más cuando a nuestro paso salieron dos hombres y se llevaron  nuestras pertenencias. Debido a eso, los padres de familia, en muchas ocasiones, nos  acompañan, o bien los mismos alumnos. La caminata hasta la escuela demora unos 50 minutos”.

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