Revista D

Los cien años de Roland Barthes

El hombre que fue atropellado aquel mediodía del 26 de marzo de 1980 por un camión de lavandería, frente al Collége de France y murió cuatro semanas después era Roland Barthes, considerado por muchos el sucesor de Jean Paul Sartre, uno de los más importantes intelectuales franceses.

Barthes fue para los galos y el mundo un vehemente impulsor de la Semiología, el Estructuralismo y promotor de los placeres de la lectura. “Fue un pensador seminal, pero apenas brotaban sus plantas intentaba extirparlas”, dice el lingüista Jonathan Culler, autor del libro Barthes.

Culler explora en este ejemplar la obra del pensador en cinco de sus muchas facetas: historiador, crítico, semiólogo, estructuralista y escritor.

La tragedia

Cuando tenía nueve años se mudaron a París, donde vivieron de lo que su madre ganaba como encuadernadora. En 1934, cuando estaba por someterse al examen para ingresar al École Normale Supérieure, enfermó de tuberculosis.

En el momento en el que empezó la Segunda Guerra Mundial era profesor, y a causa de su enfermedad, no prestó servicio militar.

En 1941 tuvo una recaída. Después de recuperarse trabajó en Rumania y Egipto, siempre como profesor.

Barthes solía decir que su cuerpo pertenecía al mundo de La montaña mágica, la novela de Thomas Mann, pues sentía que su vida y la de su protagonista, Hans Castorp, eran muy similares.

Después de la Segunda Guerra Mundial, de 1952 a 1959, trabajó en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), en París. Finalmente fue nombrado jefe de Trabajos de Investigación y luego, en 1962, jefe de estudios de la Escuela Práctica de Altos Estudios.

La mayor parte de su existencia la dedicó a la búsqueda del conocimiento, aunque en dos ocasiones su enfermedad le impidió continuar con sus estudios.

En la postrimería de la década de 1970, tenía una estatura intelectual comparable a la de Lévi-Strauss, Michel Foucault y “fuera de Francia, Barthes parecía haber sucedido a Sartre como el más importante intelectual francés, Jacques Lacan”, afirma Culler.

Su obra


En su libro Elementos de la Semiología, originalmente publicada en 1964, hizo una importante división entre lengua y habla; significado y significante; sintagma y sistema, y denotación y connotación.

Para Barthes, además de los signos verbales y gráficos, existían los signos icónicos y gestuales, que son los que combinan con los lingüísticos para formar nuevos lenguajes.

El semiólogo clasificó dentro de estos nuevos lenguajes el publicitario, el de la moda, las señales de tránsito, los gestos de cortesía, el protocolo, que producen significantes que relacionamos con significados, pero no son signos lingüísticos, sino gestos imágenes y dibujos.

Barthes observó las características de la cultura como un gran y complejo sistema semiológico.

Tuvo también palabras para los amantes, en 1977 escribió Fragmentos de un discurso amoroso, que en las primeras dos semanas vendió 15 mil copias. Años después, le atribuyó el éxito a que no estaba destinado a un público intelectual.

Barthes lo explicó así en su oportunidad: “No es un libro sobre el discurso amoroso, es el discurso de un sujeto enamorado. Planteo siempre la misma pregunta: ¿seré amado?, y esta pregunta es alternativa: todo o nada; no concibe que las cosas maduren, que sean sustraídas a la oportunidad del deseo. No soy dialéctico. La dialéctica diría: la hoja no caerá, y después cae; pero entretanto habrás cambiado y no te plantearás ya la pregunta”, dice uno de sus textos.

El académico también se interesó por la historia, porque consideraba que “las convenciones y prácticas culturales son resultados de fuerzas e intereses históricos, y es valiosa por la rareza de otras épocas que pueden enseñar acerca de la actual, además de útil, porque puede proporcionar una narración que haga inteligible el presente”, explica Culler.

Otra faceta de Barthes fue reflejada en su ensayo El mito de hoy. El mito es un engaño que debe ser puesto en evidencia, pero aún así considera que es una forma de comunicación, un “lenguaje” que conforma un sistema de significados, escribió.

“Abrazó con entusiasmo la posibilidad de estudiar toda actividad humana como una serie de lenguajes”, comenta Culler.

A este académico por lo general, se le define como un estructuralista. Para esta corriente los signos están interconectados y forman la estructura del lenguaje. Esta se basa en la diferenciación entre los signos.

En términos prácticos los estudios de Barthes y otros semiólogos han tenido aplicaciones en ramas insospechadas como la Arqueología. Muchos investigadores han encontrado una herramienta útil, por ejemplo, para el análisis del arte rupestre, y explicar formas de vida de antiguas civilizaciones, como lo afirma José López Mazz en La influencia del Estructuralismo en la Arqueología sudamericana.

¿Sospecharía Barthes hasta dónde llegarían a ser aplicadas sus teorías?

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