Revista D

Los muros heridos del Centro Histórico

Aunque existe la Ley para la Protección del Patrimonio Cultural de la Nación, Decreto 26-97, las paredes de los edificios del Centro Histórico de la ciudad de Guatemala sucumben a diario por varias razones, entre ellas, el abandono de sus dueños, las pintas y los graffiti.

Esta casa del siglo XIX tiene detalles del estilo art nouveau, los balcones se asientan en repisas francesas.

Esta casa del siglo XIX tiene detalles del estilo art nouveau, los balcones se asientan en repisas francesas.

Las pintas tienen implicaciones que van más allá del sentido estético y el ornato en una ciudad. Los psicólogos estadounidenses James Q. Wilson y George Kelling desarrollaron la teoría criminalística de Las ventanas rotas.

Según estos investigadores, el delito es mayor en las zonas donde hay descuido, suciedad, desorden y maltrato.

“Si se rompe el vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importar a nadie, entonces allí se generará el delito”, sustenta esta teoría.

De igual forma si los parques y espacios públicos son deteriorados progresivamente serán los delincuentes quienes ocuparán esos espacios. Esto parece estar sucediendo en el Centro Histórico.

Ejemplos

Mucho antes de ser un instituto para señoritas, el edificio que ocupa Belén fue un convento. Sus gruesas paredes albergaron a los integrantes de la Conjuración de Belén, en 1813, que encabezó Fray Juan Nepomuceno de la Concepción, que pretendía lograr la Independencia.

Sus grandes muros son utilizados desde hace varios años para dar a conocer consignas sindicales, graffiti y hasta declaraciones de amor. Hay partes que pareciera hubieran sido golpeadas con un martillo o cincel; dejan entrever la argamasa —combinación de piedra, barro y ladrillo—, que data de finales del siglo XVIII.

A unas pocas cuadras de este centro educativo, las iglesias de San Francisco y Santa Clara, ambas en la Sexta Avenida y 13 calle también enfrentan el mismo problema.

“El que pinta pared y mesa demuestra su bajeza”, es una de la media docena de advertencias colocadas en las afueras de Santa Clara. Quienes pintarrajearon este templo católico también dañaron el acabado del granceado de la parte inferior. Alejandro Grajeda, sacristán del templo, cuenta que el anciano párroco, cansado de mandar a pintar las paredes una y otra vez, y ya sin fondos, pidió ayuda a la municipalidad, que aplicó una franja de pintura gris la cual fue manchada hace pocos días. Sus vecinos franciscanos, cuyo templo terminó de construirse en 1851, también son alcanzados por la destrucción. En sus alrededores es normal observar a grupos de adolescentes que fuman mariguana. “Nadie les dice nada son pandilleros a los que ni la Policía controla”, afirman trabajadores de la iglesia de San Francisco al referirse a los autores de las pintas.


El Museo Nacional de Historia, que funciona en el antiguo edificio del Registro de la Propiedad Inmueble —10a. calle y 9a. avenida de la zona 1— construido de 1894 a 1896, tampoco ha escapado a la pesadilla de estas manchas.

Majestuosas

La casa conocida como Las Acacias (5a. avenida y 10a. calle) que data de finales del siglo XVIII, cuyos balcones fueron traídos de la Antigua Guatemala, es otro ejemplo de este vandalismo. Los vecinos reconocen que sus propietarios pintan con frecuencia, pero las manchas aparecen al día siguiente.

Ahí funcionó durante muchos años una floristería que surtió a la Catedral. Se distingue por su cornisa que es ondulada, coronada por una cenefa, y en la inferior tiene triglifos —ornamentos de la arquitectura griega— que se caracterizan por tres bandas verticales.

Las ventanas están protegidas por balcones de rejillas que descansan sobre una base de piedra tallada del siglo XVIII. “Varios mascarones adornan la puerta tallada en madera”, describe el historiador del Arte Haroldo Rodas.

Junto al edificio que ocupa el Liceo Francés (5a. avenida y 10a. calle) son los únicos inmuebles en la ciudad que tienen balcones de esquina, similares a los de Antigua Guatemala.

Una casa que data del siglo XIX (4a. avenida y 9a. calle A), fue durante las últimas décadas del siglo pasado una tienda de antigüedades, propiedad de Delia de Klussmann. Esta construcción conserva aún la cornisa original y su portón está enmarcado con jambas de piedra.

Juan Rey Rosa, su nuevo dueño, admite que ciertamente no la han pintado y que en el callejón aledaño ocurren robos de celulares, incluso las paredes eran usadas como mingitorios, hasta que colocó una cámara de vigilancia.

Los entrevistados coinciden en que las acciones de la Policía son nulas.

“La solución podría ser la creación de pequeños circuitos en el centro que mantengan limpias al menos ciertas áreas”, opina Rey Rosa.

La antigua casa del presidente Carlos Herrera (1920-1921), situada en la 7a. avenida y 11 calle, donde se encuentra una de las sedes del Ministerio Público (MP), está inundada de pintas. Esto pese a que cuenta con vigilancia las 24 horas.

Sin responsabilidad

La Ley para la Protección del Patrimonio Cultural de la Nación establece en el artículo 30 que la persona en posesión o propiedad legítima de cualquier bien cultural “será responsable de su conservación y custodia”.

Los artículos 60 y 62 citan la obligatoriedad de las autoridades municipales, judiciales, policiales y militares para resguardar estos bienes, y que las acciones para garantizar el cumplimiento están a cargo del Instituto de Antropología e Historia (Idaeh), el MP y la Procuraduría General de la Nación.

Leonel López, director del Idaeh, explica que las oficinas municipales son las responsables de supervisar los daños al patrimonio y la Fiscalía de Delitos contra el Patrimonio es la encargada de darle trámite a las denuncias.

López insiste en la necesidad de programas preventivos. Aunque las autoridades escolares, religiosas y otras que ocupan inmuebles considerados patrimonio cultural les han solicitado ayuda para prolongar la vida de los edificios, por falta de fondos, solamente se les ha asesorado para gestionarlos.

Asegura que estas acciones delictivas ocurren, muchas veces, en propiedades abandonadas y que cada dueño es responsable de darles mantenimiento.

En cuanto a los daños en las paredes, López opina que estos no necesariamente fueron ocasionados con cinceles o martillos. La acumulación de humedad, la absorción del agua desde el suelo, y la suciedad en el ambiente pudieron haber causado el deterioro.

Alberto Orantes, exdirector de esa misma dependencia y presidente de la Casa de la Cultura del Centro Histórico, afirma que gran parte de estos daños han sido ocasionados por la falta de supervisión del estado de los inmuebles y que la responsabilidad directa es del Idaeh. A ello se suma la omisión de denuncias de sus autoridades y la nula coordinación con la Policía. López afirma, sin embargo, que las pintas no son el problema más grave en la preservación del patrimonio. “Es cierto, el impacto visual es muy grande, pero son solo pintas”, concluye.

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