¿Pensaba en aviones desde su niñez?
Vivía en una finca que mi papá administraba, cerca de Retalhuleu. Recuerdo que cuando tenía 5 años, cada vez que pasaba un avión, salía a verlo. Años más tarde nos mudamos a la zona 9 capitalina, muy cerca de donde pasaban los aviones. Sabía cuál era con solo escuchar el sonido que emitía. Creo que desde siempre quise volar.
¿Cuándo empezó a cumplir ese sueño?
A los 17 años, a escondidas de mis padres, pues ellos no querían que me dedicara a la aviación, sobre todo mi mamá —ríe—. Pero mi hermano mayor me facilitó el camino. Era solo un adolescente.De hecho, empecé el mismo día en que me gradué del colegio. Así que en vez de ir a celebrar con los amigos, fui a estudiar aviación en el Círculo Aéreo Guatemalteco (1992).Esa decisión la tomé con mucha seriedad y la cumplí con disciplina.
Luego surgieron las oportunidades.
Exacto. Además, hay que saber aprovecharlas porque no surgen todos los días. Hay que tomarlas y hacer el trabajo a conciencia. Y en este trabajo, para ascender, hay que pasar por muchísimos filtros, como superar fuertes entrenamientos.
Pero su ascenso fue bastante rápido.
Influyó mucho el trágico ataque terrorista del 11 de septiembre, perpetrado en Estados Unidos.
¿Por qué?
Pues pocos estaban dispuestos a trabajar o viajar con las aerolíneas estadounidenses, por el miedo que había. Así que la industria aérea de Centroamérica creció muchísimo. Ese fue uno de los factores por los que, con solo 22 años, pude ascender al grado de capitán de una aerolínea, cuando la mayoría entra, en promedio, a los 27 o 28. Con Aviateca —después adquirida por el Grupo Taca— estuve nueve años.
Pero antes de eso tuve otros trabajos, siempre en aviación. Primero volé con una compañía de courier en toda América Central. Luego fui primer oficial de una empresa que apoyaba en los viajes de algunas petroleras y para las Naciones Unidas. A principios de 1997 empecé con Mayan Airlines. Comencé a pilotar en octubre de 1992.
Después de esa experiencia, tengo entendido que llegó a India.
Sí. Solo estuve siete meses, pues, en realidad, no me gustó. En ese país apliqué para Qatar Airways y ahora he cumplido seis años con esa firma.
Llegar a Qatar ha de haber significado un cambio drástico para su vida, pues la cultura y costumbres son diferentes a las latinoamericanas.
Bueno, Qatar es un pequeño emirato de solo dos millones de habitantes, aproximadamente. En ese país, cumpliendo con sus reglas y al no sobrepasarse en ciertas cosas, uno vive tranquilo; la gente es respetuosa. Su moderna ciudad, además, es sumamente segura. Uno puede dejar el automóvil encendido en la calle, hacer la compra de abarrotes y regresar tranquilo, pues allí nadie se lo va a robar. No es el mundo árabe que uno se imagina en occidente. Claro, allá hay que tener licencia para poder comprar alcohol y consumirlo en casa; las mujeres, en tanto, no deben vestir con ropa extravagante, por decirlo de cierta manera. Pero, de ahí, todo en paz.
¿Y la comida?
No es problema, porque hay comida de todas partes del mundo; gran parte de los habitantes de la capital la conformamos los extranjeros. Con mi familia, desde Guatemala, llevamos nuestro jocón, pepián y masa para tortear.
¿Cómo es esa ciudad?
Es nueva y casi todos los días aparecen construcciones, sobre todo porque Qatar será la sede de la Copa del Mundo de la Fifa en el 2022.
¿Qué aviones pilota con Qatar Airways?
Por cinco años fue un Airbus 320 y ahora es un Boeing 787, que es considerado el más avanzado del mundo. Este último es de fabricación estadounidense. Consume hasta 20 por ciento menos combustible respecto de un avión de dimensiones y características similares; vuela más rápido y alto y es bastante cómodo para los pasajeros, quienes no sienten tan largos los viajes. Además, los casos de personas con dolor de cabeza o hinchazón de pies han disminuido, por citar ejemplos sencillos. En resumen, es una aeronave más amigable para los viajes de larga duración.
¿Arriban a Guatemala?
No. Ahorita en el mundo solo hay unos 60 de esos aviones y vuelan por Estados Unidos, Europa y Asia, principalmente.
¿Considera que es seguro volar?
Claro. La aviación comercial está muy regulada. Los pilotos, además, tienen mucho entrenamiento y los aparatos son revisados de forma constante. Puedo decir que la aviación es sumamente segura.
¿Por qué es tan importante la caja negra?
Porque en ella está la verdad de un vuelo. En cada avión hay dos, una que registra todos los sistemas, y otra que graba las conversaciones de los pilotos. Con esa información, los investigadores pueden reconstruir lo que pasó.
¿Alguna vez sintió temor de volar?
Temor, no. Eso es lo primero que se tiene que controlar como piloto.
¿Cuál ha sido el momento de mayor riesgo que ha tenido?
Bueno, al pilotar pueden aparecer situaciones adversas a cada momento. Todo puede ir perfecto, pero en un segundo todo podría estar al revés. En mi carrera, sin embargo, no he tenido momentos especialmente difíciles, gracias a Dios.
Dicen que un vuelo empieza en tierra, ¿es cierto?
Así es. El piloto debe planificar el viaje. Se debe ser prudente y saber hasta dónde llegar. Cada quien debe conocer sus límites personales y los de la aeronave, así como respetar a la naturaleza.
¿Cuál ha sido la mayor satisfacción en su profesión?
He logrado hacer una carrera limpia, sin accidentes. Correcta. He llegado lejos en corto tiempo y todo lo he disfrutado a plenitud. Espero poder ser un ejemplo para los guatemaltecos, pues considero que se puede hacer todo lo que nos propongamos.
Usted, que recorre el mundo con frecuencia, ¿lo siente pequeño?
—Ríe—. Sí, lo percibo más pequeño. Uno llega a decir con normalidad “ayer estuve en Asia, hoy estaré en Europa y al rato, quizás, en América. Pero así como el mundo se me ha vuelto más pequeño, he aprendido a convivir más. Asimismo, uno ve que el planeta tiene muchas posibilidades y que no hay razón por la cual quedarse estancado. Lo que quiero decir es que las oportunidades son infinitas y que de uno depende hasta dónde se quiere llegar.
¿Los edificios causan problemas para efectuar las maniobras de despegue o aterrizaje?
Hay que cumplir con ciertas normas cuando se construyen edificios cercanos a un aeropuerto. Pero bueno, después de aterrizar en Guatemala, Tegucigalpa o la Ciudad de México, ya no me asusta ningún aeropuerto —ríe—.
¿Cuál es su mayor aspiración en la aviación?
Por el resto de mi carrera pienso quedarme con el avión que piloto ahora, porque es tan avanzado que creo que va a estar en el mercado entre 30 y 40 años, de seguro.
¿Cuándo se piensa retirar?
El máximo para poder volar son los 65 años, pero pienso retirarme a los 45 de la aviación comercial, así que solo me quedan seis años más —ríe—. ¡Recuerde que empecé a los 17! Después, quizás seguiré como piloto en una empresa pequeña. Mi meta es regresar a Guatemala. No quiero andar de trotamundos toda la vida.